Son pocos los que arriesgan la comodidad de un empleo seguro para lanzarse a lo desconocido. Desencantado del suyo, un periodista huaralino empacó sus cosas y se marchó a recorrer el continente. Carlos Pacheco (33) ha visitado todos los países de América Latina. Ha sido carpintero, pescador, jardinero, fotógrafo y caficultor. Ha vendido dulces en cientos de buses a lo largo de su camino. Sabe que no tiene otra forma de financiar su pasión: dar a conocer historias de vida que revelan las fortalezas y vulnerabilidades de la gente de a pie. Luego de conversar con más de mil personas que el azar puso en medio de su ruta, a Carlos le gusta pensar en sí mismo como un “recolector de almas”. ¿Qué se esconde en el interior de la suya?
Por: Bárbara Contreras
Portada: La República
Ocurrió un día antes de Fiestas Patrias, hace cinco años. Una carta de renuncia se deslizó en el despacho del director de Radio Nacional. La firmaba Carlos Simón Pacheco.
No era una decisión impulsiva. La venía meditando desde hace varios meses, quizá hasta años. El periodismo no había resultado ser lo que imaginaba.
Durante su última comisión como reportero, en el desfile militar, Carlos había meditado mucho sobre el asunto. Mientras veía a los ministros y congresistas pasar frente a él, lo invadía una mezcla de incertidumbre y emoción por lo que le deparaba el futuro. Se sentía aliviado de dejar atrás el cinismo y la obediencia de la que sus jefes hacían gala.
Cuando decidió estudiar periodismo, anhelaba cambiar la sociedad. Creía que buscando la verdad podría encontrar las raíces de los problemas, entender lo que pasaba. Quería llevar la voz de la justicia y de la empatía a su comunidad. Hablarles de humanismo y de ciencia. Llegar al fondo de la experiencia humana. Para él, el periodismo siempre se trató de una misión de vida, tan seria y sacrificada como la de un sacerdote comprometido con sus fieles.
Pero lo que encontró en las salas de redacción no fue verdad ni empatía. Tampoco esa búsqueda apasionada por desentrañar la realidad. En su lugar, halló a editores que preferían ocultar información para ganar más dinero. Se dio cuenta de que no se debía a sus lectores, sino a los directores de los medios sentados detrás de los despachos. Y aprendió pronto que era mejor no darles la contra o acabaría con un pie en la calle.
Pocos años después de iniciar lo que debía ser su misión de vida, Carlos se sentía completamente vacío.
La obsesión que desde pequeño guardaba por la verdad y por ser honesto consigo mismo lo comenzó a atormentar. ¿Qué diría su yo de diez años, que solía mirarse al espejo detenidamente, repasar el contorno de su silueta en el cristal y preguntarse quién era él y cuál era su razón de vida?
El recuerdo del niño soñador que alguna vez había sido lo enfrentó con la realidad: estaba sobreviviendo, a duras penas, haciendo lo que hacía solo por dinero. Era hora de un cambio radical. Renunció un día antes de Fiestas Patrias, en el 2018 y, al igual que el Perú, Carlos celebró su independencia del periodismo tradicional que sentía arbitrario, mecánico, oficialista y vacío.
“¿Qué voy a hacer ahora?”, se preguntó. Si quería buscar la verdad de la experiencia humana debía salir a buscar historias. Historias de personas de carne y hueso, latinas como tú y como yo. Así nació hace cinco años su proyecto: Personas de Latinoamérica (@personasdelatinoamerica).
A través de esta cuenta de Instagram, Carlos buscó no solo recolectar historias de vida de personas de a pie, sino representar cómo los problemas sociales de una ciudad o un país afectan al ser humano.
En este tiempo el periodista ha entrevistado a drogadictos, sicarios, mafiosos, mendigos, personas sin extremidades, presos, mujeres violentadas y adultos mayores. Las historias que cuenta son íntimas, confesionales. En ellas convergen toda la esperanza y la maldad, la solidaridad y la avaricia, y la felicidad y el arrepentimiento que, inevitablemente, entretejen las vidas humanas.
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Carlos, o también Simón (su segundo nombre), se encuentra ahora en San Cristóbal de las Casas, en México. Se conecta a la entrevista a través de un link de Google Meet. En el fondo, se escuchan conversaciones en idiomas extranjeros. Es natural, está en un hostel.
No me trata de “tú” sino de “vos”. De vez en cuando se le escapan expresiones como “qué chimba parce” o “me vale verga”. Su vocabulario se encuentra salpicado de palabras de todas partes del continente. No podría ser de otra manera.
El bullicio no impide que el periodista se concentre y sonriente, casi conmovido, me comience a contar cómo cambió su vida.
—¿Cómo tomaste la decisión de abandonar todo para salir a recorrer América Latina?
—Yo tenía cuatro años trabajando en algo en lo que no creía. Desde mi experiencia, cuando haces algo sin creer en eso la vida se torna muy simple y vacía. Y creo que lo que hace increíble al ser humano es poder darle sentido a las cosas. Por más que ese sentido sea imaginario. Yo iba a la sala de redacción solo por ir, solo por el dinero. Mis comisiones consistían en describir lo que pasaba y mencionar unos cuantos nombres, nada más. Estuve varios años así hasta que dije “ya no más”. Porque si hay una regla que practico es la de ser honesto. El miedo de no conocer otras formas de ganarme la vida hizo que demore en tomar la decisión, pero finalmente renuncié.
—La idea la tenía desde años atrás. A los 22 descubrí una página llamada Humans of New York. Allí se contaban historias de habitantes de la Gran Manzana, de todas las edades, géneros y niveles socioeconómicos. Me pareció muy interesante, y pensé que sería chévere viajar y recolectar historias similares, pero en América Latina. Con el tiempo me di cuenta del poder que tenía compartir relatos de ese tipo en redes sociales, donde todo suele ser superficial y aparente. Por eso decidí compartir en Instagram las historias que recolectaba.

—¿Cómo financiaste el inicio de tu travesía?
—Contaba con unos miles de dólares de mi liquidación y con otros ahorros. Eso lo invertí en un negocio con mi padre que hasta ahora me genera rentabilidad, unos 120 dólares al mes para ser exactos. Con ese capital comencé la ruta y me dirigí a Brasil, mi primer destino.
—¿Cómo te sentiste los primeros días?
—Cuando empecé el viaje me dije: “¡Wow!, hermano, mírame, viajo por el mundo como mochilero, qué chévere soy”. Pero también pasaba mucho tiempo deprimido. Estaba lejos, no conocía a nadie. Tenía que hacer cosas que nunca había hecho como subirme a buses a vender cosas, esperar dos o tres días en la carretera hasta que alguien aceptaba darme un aventón o buscar comida de la calle. Pensaba: “¡Ay hermano! Qué estoy haciendo con mi vida, estoy mal de la cabeza”. Eran emociones muy fuertes.
—¿De qué manera obtenías ingresos para sobrevivir?
—Para ganar dinero suelo vender dulces en los buses. Aquí en San Cristóbal de las Casas me subo a unas combis pequeñitas, como en Perú, pero estas no son asesinas. Me subo a la combi y digo quién soy. Presento mi proyecto. “Estoy recorriendo toda Latinoamérica, la idea es sacar un libro con las historias y una forma de financiarlo es vendiendo estos dulces”. Y hay quien me compra. El otro día hice 10 dólares en una hora. La gente colabora por la causa, no por mi cara bonita.
—También hago mucho voluntariado en hostels. Por unas cuatro horas de trabajo al día te dan una cama y un desayuno. Un tiempo también vivía en una carpa. Llegaba a cualquier lugar, ponía mi carpa y ahí dormía. Ya no pagaba alojamiento. Antes también viajaba con mi cocinita, una ollita. Solo necesitaba un pedazo de carne y unos cuantos vegetales para comer bien. En cuanto al transporte, casi siempre me muevo haciendo autostop.
—Pero la fórmula de cómo hago para que el dinero me alcance es que consumo muy poco. De por sí yo soy flaco, no necesito comer mucho. Tampoco soy de comprarme ropa. Toda la que tengo es reciclada. No fumo y bebo poco. Al mes me tiraré unas tres cervezas. Ya siendo muy borracho me tomaré unas siete u ocho.

Su combustible: las historias
Desde drogadictos que cuentan cómo robaron a sus familias y asesinaron a personas hasta mujeres que tuvieron que prostituirse para alimentar a sus hijos: Carlos Simón consigue que las personas le confiesen sus más íntimos recuerdos, dolores y secretos. Los parques, los cafés, los malecones y las estaciones de autobuses suelen ser los escenarios de estas conversaciones.
No cree en la famosa frase del Principito: lo esencial es invisible a los ojos. Para él, la esencia de la persona siempre se proyecta hacia afuera. Ya sea en la ropa, el corte de cabello, la música que escucha o incluso la forma en la que se sienta. Y es precisamente esa imagen la que lo guía al momento de saber quién se encuentra más propenso a contar su historia.
Para Carlos, lo más importante es que la persona se sienta cómoda. “Al fin y al cabo es su historia, no la mía”, afirma.
—¿Cómo consigues que una persona desconocida te confiese cosas tan íntimas?
—Una de las cosas que ayuda es que mi apariencia física es bastante frágil. Soy una persona delgada y mido 1.72. Si bien esta es mi voz natural, cuando voy y converso con alguien bajo el tono de mi voz. Trato que todo en mí se convierta en una imagen que te inspire confianza. Suena un poco maquiavélico, manipulador. Quizá sí lo sea, pero lo hago con buenos fines. Yo nunca me aprovecho de la vulnerabilidad de la persona que me está contando su vida. Creo que también tengo cierto talento para hacer preguntas. No es que de frente le pregunto a alguien “Oye, ¿te pasó algo de niño?”. Es poco a poco. Y en esa conversación voy viendo cómo tu lenguaje corporal va cambiando. Si comienzas a agarrarte el cabello, empiezas a jugar con las manos o si te pregunto algo y veo que tus ojos cambian de dirección o que tu voz se quiebra, son signos que me están dando a entender por dónde puedo o no llevar la conversación.
—Y siempre respeto mucho. Si veo que hay algo que te causa dolor te pregunto si quieres seguir conversando sobre eso. Nunca voy a agarrar y sacártelo a la fuerza porque no se trata del morbo, de verte llorar frente a las cámaras, sino de entender a un ser humano, de ponerse en la piel de esa persona.

—Veo que predominan las historias de personas con discapacidad o gente que vive en la calle, personas de la tercera edad…
—Así es. Considero que este tipo de personas conocen la experiencia humana de una manera más real que aquellas que no tienen estas dificultades. No desmerezco la experiencia de vida de las personas que no están en este espectro. Lo que estoy diciendo es que estas personas, por la misma condición en la que se encuentran, experimentan más de cerca el drama humano.
—Y el drama humano es la búsqueda de identidad, la búsqueda de esperanza, del amor, de una misión de vida, de sentir que perteneces a una comunidad. Ese es el drama humano y todas las personas pasamos por esa amalgama de emociones. Es por eso que me interesan esos públicos, porque están más en contacto con lo real.
—¿Hay alguna historia que te haya tocado en particular?
—Han sido tantas historias que ya las he asimilado como mías y ya no sé cuáles son las historias que escuché y cuáles las opiniones propias (risas). Pero sí ha habido varias que me han resonado por mi propia historia, en especial la de personas mayores, porque son personas que ya han vivido, que saben de lo que hablan. Una de las que más recuerdo es la de la señora Tana, en Uruguay. Tenía 80 años y me dijo algo que se me quedó grabado en el alma, como un tatuaje para toda la vida. Me dijo: “Simón, uno de los problemas con tu generación y las que vienen detrás es que viven de fantasías. A ustedes les gusta lo que parece, no lo que es”.
—“Se fue mi papá cuando tenía 12 años y nunca volvió. Vendí mi negocio por tratar de salvar con esa plata la vida de mi hija, pero igual ella se murió. Mi esposo también murió. A mí me dio cáncer y me están quitando mi casa. La vida para mí no ha sido fácil, ha sido dura. Y yo no me estoy quejando de la vida. La vida continúa”.
—A mí en particular me sirvió porque yo vivía mucho de fantasías. Que no está mal, yo creo que una de las razones por la cual la vida se torna interesante es porque podemos imaginar cosas. Pero esas fantasías tienen que estar en sintonía con la realidad. No pueden estar separadas, caminar por lugares distintos, porque de lo contrario las cosas funcionan mal.

—¿En algún momento te has sentido solo?
—Sí. Muchas personas dirán: “Oye qué chingón el Carlos que viaja por el continente”. Y sí, está lindo. Pero lo cierto es que en estos casi cinco años de viaje no he podido tener una novia porque me estoy moviendo a todo sitio. No he podido generar una comunidad de amigos porque las relaciones de amistad requieren profundidad y eso lo consigues a través del tiempo. Pero ese es un drama mío y sé por qué y para qué lo hago, y lo soporto porque sé cuál es mi misión.
—En esos momentos difíciles, ¿qué es lo que te impulsa a seguir adelante?
—La idea que tengo de mí mismo. Desde niño siempre he tenido una idea muy grande de mí. Fui un niño muy ambicioso. Tranquilamente podría haber hecho el proyecto en el Perú. Pero como soy ambicioso dije: “Me vale verga, buscaré personas de Latinoamérica. Vamos a hacerlo por todo el continente”. Saber que lo que yo estoy haciendo es algo que muy pocos han hecho me hace sentir orgulloso. Es como un combustible que no tiene su origen en lo que los demás piensan de mí, en agradar a alguien más, sino que tienen un origen en mí mismo, en ser fiel a ese niño que fui y que todavía soy.
—Lecciones de vida… y de periodismo
—Son pocas las personas que podrán conocer un continente de la manera en que Carlos lo ha hecho. Tomar fotos, escuchar a guías turísticos o visitar monumentos históricos son experiencias enriquecedoras, pero difícilmente pueden compararse con lo que es entender una ciudad o un país a través de las historias de vida de su gente.
—¿Qué has aprendido del ser humano en este tiempo?
—Aprendí que al margen de los adornos con los que nos ataviemos (actitud, grado académico, universidad), al margen del color de piel, nivel socioeconómico, estilo de vida y todas esas construcciones sociales, fuera de eso, el ser humano es el mismo aquí como en Estados Unidos. Todos tienen las mismas necesidades, de sentirse amados, de sentir que pertenecen a un grupo, de sentir que trascienden a algo más grande que ellos, que están haciendo algo con su vida. Todos estamos hechos de la misma materia de sueños y de frustraciones.
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Cuando inició el proyecto se prometió que a los 33 años terminaría su recorrido. Hoy se encuentra en México, el último país de América Latina que le queda por visitar. Fiel a sí mismo, como ha demostrado ser a lo largo de toda su vida, está cumpliendo su promesa.
Quiere publicar un libro con todas las historias que ha recolectado en estos años. Piensa destacar las frases de los personajes con los que se ha encontrado en el camino. Sus consejos, visiones del mundo y de la vida. Ya está conversando con algunas editoriales al respecto.
Indudablemente el viaje lo ha cambiado. Le ha demostrado que muchas cosas que las personas persiguen hoy en día (fama, dinero, viajes costosos, adrenalina…) terminan siendo callejones sin salida. Ha aprendido que la familia, las conexiones fuertes, son lo más importante. Y, por supuesto, ser honesto con uno mismo.
Por eso quiere encontrar un trabajo periodístico que se alinee con sus principios, con los valores de la verdad y del humanismo (probablemente será en algún medio independiente). Si no lo consigue, podría asociarse con su madre y ayudarla con los bazares que ella tiene en Huaral. Tampoco descarta la posibilidad de irse a trabajar a Alemania. Una tercera opción es poner un hostel en alguno de los cientos de rincones de América Latina que ha explorado.

Le hago una última pregunta, quizás motivada por mi propio miedo a defraudarme de mi carrera cuando llegue el momento de egresar.
—¿Qué le dirías a periodistas que recién ingresan al mercado laboral y que, como tú, se desencantan de la prensa?
—Esa es una pregunta muy fuerte. Primero, a todo ser humano en general, le diría que abrace sus principios. Estos le darán contenido a tu vida, seguridad. Como periodista, sé fiel a tus decisiones y a tu vocación. Por qué lo hiciste, para qué estudiaste. Sé honesto. Y si tienes una idea respecto a qué hacer con el periodismo pues ve y hazla realidad. No esperes el momento en el que puedas vivir de eso. Yo no vivo de esto, nadie me paga por hacer lo que hago. Mi proyecto es algo personal. Para esos periodistas que se defraudan, pues hermano, bienvenido a la vida adulta. Tú decides qué camino tomar.