En el distrito del Rímac, se encuentra la primera fábrica de Backus, una imponente estructura que, durante más de 70 años, fue el epicentro de la producción cervecera de la que sería la empresa más importante del rubro en el país. Hoy las máquinas encargadas de cocer y fermentar la cebada permanecen en un silencio. Este edificio fue parcialmente remodelado para dar pie, en el 2016, al actual Centro Cultural y Escuela Taller del Rímac. Personas de todas las edades acuden a los diversos talleres y exposiciones que se ofrecen gratis en su interior.
Por Jose Izaguirre
En 1993, Backus inauguró una moderna planta en el distrito de Ate. La fábrica del Rímac, que había presenciado el nacimiento de la emblemática cerveza Cristal, cesó su funcionamiento de manera definitiva. Dos décadas después, la Municipalidad del Rímac se interesó en ocupar el espacio para el desarrollo de actividades culturales y artísticas. Tras conversaciones con Backus, la empresa cedió la propiedad por un plazo no mayor a 30 años, siempre y cuando sea dispuesta exclusivamente para dicho fin.
Así, el Centro Cultural y Escuela Taller del Rímac, al ritmo de guitarras y cajones, abrió sus puertas al público en el 2016. Ubicado en el jirón Chiclayo, a un paso de la Iglesia de Nuestra Señora de Copacabana, se erige un edificio cuyo aspecto industrial de ventanales contrasta respecto a la arquitectura colonial de la zona. Se trata de una iniciativa compartida por la Municipalidad del Rímac y el Ministerio de Cultura que ha utilizado la infraestructura de la antigua fábrica de Backus para promover la cultura en los vecinos del distrito.
Las clases inician a las ocho de la mañana. Los grandes portones de hierro que anteriormente recibían camiones de carga se abren para dar paso a los primeros estudiantes del día. Pese a las remodelaciones, la atmósfera industrial continúa reacia a abandonar las instalaciones. Una muestra de ello son los múltiples orificios de las paredes y techos de hormigón por los que, en algún momento, pasaron las tuberías de cobre encargadas de transportar el filtrado de cebada.
Un solo espacio, múltiples actividades
Al día de hoy, solo cuatro de los ocho pisos de la fábrica están habilitados para el dictado de clases. En la planta baja, rodeado de fotografías que rememoran el Rímac de antaño, se efectúa gran parte de los talleres.
El curso de manualidades en tela, por su potencial de rentabilidad, es uno de los más solicitados por el público adulto. Durante la mañana, la profesora Eugenia Villafana enseña con paciencia las numerosas técnicas de tejido en crochet que posteriormente darán vida a diversas prendas y muñecos. “La idea es que aprendan lo necesario para luego salir a emprender, generando un ingreso adicional a sus hogares”, comenta.
En ese mismo espacio, en la tarde, la reconocida bailarina Alejandra Ambukka dicta clases de sambo caporal y marinera limeña. En cada sesión, pule la correcta posición de las manos y pies a fin de que sus alumnos aprendan los ágiles pasos de las coreografías. La maestra se ha propuesto recuperar el interés de la juventud en la cultura criolla y encontrar algún talento escondido que la reemplace.
Por unas escaleras de metal desgastado se llega al segundo piso. El olor a piedra molida, cemento seco y aserrín es lo primero que se percibe en el ambiente. Se trata de la Escuela Taller para la Cultura de Rímac, una iniciativa impulsada por el Ministerio de Cultura cuyo objetivo es formar trabajadores capacitados para colaborar en la restauración de la infraestructura colonial de Lima.
En este piso, los talleres de cantería (labrado de piedra), albañilería y carpintería coexisten en un espacio común. Los alumnos desarrollan sesiones de trabajo al ritmo de la melodía de las sierras de metal y los constantes golpeteos de los martillos en la piedra.
Los alumnos aprenden lo esencial sobre estas especialidades en tres meses. A escasos metros de la escalera de ingreso, como una prueba del aprendizaje adquirido en los cursos, hay una sala donde se exhiben los mejores trabajos. En dicha exposición, los alumnos de cantería resaltan por el tallado de pilares y vasijas de piedra. Los de albañilería no se quedan atrás con la construcción de una maqueta que simula un espacio propio de una casona colonial. Finalmente, los jóvenes carpinteros crearon un techado sostenible que, en un futuro, la Municipalidad del Rímac espera implementar en sus parques.
Estos talleres van más allá de ser una mera actividad recreativa. “Al término del trimestre, los estudiantes que cumplieron los requisitos reciben un certificado del Ministerio de Cultura, el cual les da la posibilidad de encontrar un trabajo en la especialidad en la que se formaron”, menciona César Guevara, uno de los guías del edificio.
Subir al tercer nivel es una tarea extenuante. “Cada planta de esta vieja fábrica equivale a dos pisos y medio de un edificio residencial común”, apunta Guevara. Este espacio es quizás el más lúgubre y desolado de la antigua fábrica de Backus. En medio de la sala, uno también puede encontrarse con un desgastado tablero de control que sirvió en la época de la producción cervecera para el manejo de las pailas, objetos en los que se acentúa el polvo acumulado. Indudablemente, atravesó tiempos mejores. Hoy en día, sus botones lucen descoloridos y sus palancas están corroídas por la humedad.
El inquietante silencio de la tercera planta contrasta con la luz del ambiente del cuarto piso. Este espacio se caracteriza por albergar el taller de lutería, el más antiguo de todo el Centro Cultural y Escuela Taller del Rímac. Desde el año 2016, la ONG de Juan Diego Flórez, “Sinfonía por el Perú”, se ha encargado de administrar este curso, donde estudiantes realizan los cortes necesarios para fabricar sus instrumentos de cuerda. Armar una guitarra no es una tarea sencilla. A cada uno le tomará un aproximado de año y medio en terminar su tarea. Es un trabajo artesanal que busca inculcar el valor de la paciencia en todos sus alumnos.
Bajo la atenta mirada del maestro lutier Carlos Gorbeña, los estudiantes no solo aprenden a fabricar instrumentos de cuerda, sino a profundizar en las bases teóricas de su funcionamiento para que puedan darle su respectivo mantenimiento. “Es satisfactorio ver cómo estos jóvenes progresan. Ya tengo chicos que han terminado sus primeras guitarras. En poco tiempo han aprendido lo necesario para ejecutar esta compleja tarea”, señala Gorbeña con una sonrisa en los labios y un suspiro de orgullo.
El quinto piso está parcialmente abierto al público. Solo la terraza está habilitada para el dictado del taller de jardinería, el cual le pertenece directamente a la Escuela Taller del Ministerio de Cultura. En este curso, los alumnos aprenden distintas técnicas de crecimiento y podado de las plantas para mejorar el ornato de los jardines. Los niveles que le siguen están cerrados. Solo en ocasiones especiales en los pisos 6 y 7 se graban documentales o videoclips musicales.
Un largo camino por recorrer
Lejos de ser el centro de enseñanza perfecto, el Centro Cultural y Escuela Taller del Rímac enfrenta dificultades que limitan su desempeño ante los vecinos del distrito. En primer lugar, el edificio carece de accesibilidad para personas con discapacidad. El recorrido entre pisos debe hacerse obligatoriamente mediante unas empinadas escaleras de metal, ya que el antiguo ascensor que atravesaba las ocho plantas de la fábrica permanece inoperativo.
Asimismo, hace falta una mayor difusión de las actividades que se imparten en las instalaciones. La única publicidad existente es el cronograma redactado en un pizarrón blanco en las afueras de las puertas de ingreso. Pocas veces la Municipalidad del Rímac utiliza sus redes sociales para promocionar los talleres culturales. Las docentes Ambukka y Villafana no dudaron en expresar su incomodidad al respecto, mencionando que incluso hay días donde no llegan a tener más de cinco o seis alumnos en sus clases.
Javier Galarza, representante de la Gerencia de Gestión, Centro Histórico, Cultura y Turismo de la comuna, declara que está al tanto de estos inconvenientes: “Nos hace falta presupuesto, por el momento contamos con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo, pero el dinero recibido no es suficiente. Necesitamos del apoyo de organismos estatales como el Ministerio de Economía y Finanzas para explotar el potencial que tiene este lugar».
Aun con estas dificultades, el Centro Cultural y Escuela Taller del Rímac sigue siendo un faro de esperanza cultural en los rimenses que se animan a llevar los diversos talleres que se dictan en su interior. La responsabilidad de potenciar este importante espacio es tarea de todos. Tanto vecinos como autoridades distritales deben trabajar articuladamente para asegurar su continuidad en el tiempo.