Decidieron hacer una pausa en sus estudios y carreras para vivir una experiencia única antes de cumplir 25 años. Kara, Geovanna y Eymi son de Japón, Brasil y Perú, respectivamente. Ahora las tres forman parte del programa de intercambio cultural Au Pair. Este les permite vivir en Colorado cuidando niños mientras conocen familias norteamericanas y descubren su vida cotidiana y sus costumbres. Aquí sus historias.
Por Olenka Campos
Kara es una joven de 23 años egresada de la carrera de Economía. Mientras vivía en Yokohama, Japón, pensaba en irse de intercambio a Estados Unidos para mejorar su inglés. Su hermana mayor, radicada en Taiwán, la había inspirado a aprender otro idioma y viajar a otro país. Por ello, aprovechando que el inglés era un requisito para la graduación, y el segundo idioma más hablado en su país, se determinó a hablarlo con solvencia.
Cuando aún seguíamos en cuarentena, pero cada vez con menos restricciones, encontró la información sobre un programa que le permitía vivir en Estados Unidos. Sin embargo, no sería para estudiar, como lo había planeado, sino para cuidar niños y vivir con una familia estadounidense. Kara decidió postular.
En su época universitaria, había realizado un intercambio de dos meses en California, pero como la mayoría de sus amigos eran latinos, no sabía qué esperar de los americanos. “Tenía miedo de que fueran muy fríos, me sorprendió descubrir que son muy amigables y te hacen conversación en las colas”, afirma. En Japón, mientras más edad tiene la persona, debe ser más respetuosa. Por eso le impactó que en Estados Unidos el trato sea de «tú» y mucho más relajado.
“La madre de la niña que cuido tiene familia japonesa y el padre estudió japonés en Japón, así que me siento muy ligada a mi cultura y le estoy enseñando a mi host kid algunas palabras japonesas”, cuenta. Otra gran coincidencia a favor de Kara fue que su “madre anfitriona” había tenido una Au Pair cuando era niña, de modo que conocía el tipo de relaciones que se establecen. Lo más difícil para Kara fue acostumbrarse a manejar, ya que en Japón se conduce por el carril izquierdo mientras que en Estados Unidos por el derecho.
Yokohama es la segunda ciudad más habitada de Japón. Allá Kara salía con sus amigos de compras o a tomar café. Ahora ella puede disfrutar de la naturaleza y de actividades como el senderismo que se practican en Boulder, Colorado. Aunque extraña la comida japonesa y a veces se le dificulta entender el inglés hablado velozmente, admite que esta experiencia le ha cambiado la vida.
“Antes de venir aquí, quería ser Au Pair durante dos años y después ir a Canadá o Australia. Ahora me gustaría estudiar para enseñar economía pero en inglés, aunque no estoy segura de quedarme”, confiesa. De lo que sí está segura es que el inglés le está abriendo más puertas de las que ella había imaginado.
Geovanna: una brasileña con espíritu aventurero
Geovanna Lima, de 25 años, es de São Paulo, Brasil. A diferencia de Japón, en Brasil no es obligatorio aprender inglés. Eso no impidió que este idioma tan reconocido se convierta en el mayor anhelo de Geovanna desde que era niña. Cuando le hicieron la pregunta “¿Qué quieres ser cuando seas grande?”, ella respondió “azafata”. Y es que uno de los motivos por los que deseaba hablar inglés era poder viajar por el mundo comunicándose en esta lengua.
Tras terminar el colegio, se especializó en el inglés como carrera. No solo aprendió a hablarlo sino a escribirlo y entenderlo, utilizando vocabulario común en los países de habla inglesa y aprendiendo sus reglas gramaticales. Para poner a prueba sus nuevos conocimientos, Geovanna trabajó en una escuela bilingüe de su ciudad natal.
Geovanna recuerda que trabajaba todo el día y aprovechaba las noches para ir al gimnasio, pues siempre le ha gustado mantenerse en forma. Los fines de semana los aprovechaba para salir con sus amigos a clubes y bares. Aunque era feliz, su espíritu aventurero le decía que tenía que hacer algo diferente con su vida. Y la llegada de la pandemia no se lo impediría.
En medio de la cuarentena, tuvo tiempo para investigar diversos programas para viajar y trabajar al mismo tiempo. Le gustó el programa Au Pair en Estados Unidos porque consistía en cuidar niños, algo que, en cierto modo, ya había experimentado. Además, vivir con una familia americana le podría dar oportunidades de conocer más lugares mientras mejoraba su inglés.
Desde julio del año pasado, Geovanna vive junto a su familia anfitriona en Colorado, donde cuida a Isaiah de 4 años y Gabriel de 7. El estilo de vida americano le sorprendió. “Aquí se acostumbra a gastar el dinero y comprar cosas de una forma que en Brasil no lo hacía”, revela. Conocer personas de distintos lugares y probar comidas nuevas ya es parte de su día a día pues “las experiencias son algo que siempre abundará mientras seas Au Pair”.
Aunque nadie le quita lo mucho que disfruta de esta etapa, Geovanna reconoce que vivir con desconocidos puede ser incómodo y, por muy bien que te traten, nunca se llega a sentir en casa. Eso es lo más difícil para ella, vivir lejos de su familia y amigos. Asegura que sí recomendaría el programa a más jóvenes porque “lo pasas muy bien y viajas a lugares que no hubieras imaginado”. Planea quedarse al menos dos años más y, gracias a lo que está viviendo, los planes para su futuro han cambiado. Enseñar en Brasil ha quedado en segundo plano, si algo quiere Geovanna ahora es seguir viajando y descubrir un país que considera fascinante.
Eymi: de Pucusana a Longmont
En la costa al sur de Lima, en Pucusana, Eymi Alvarado despertaba a las 6 a.m. para ir a la Universidad de San Martín de Porres, a dos horas en bus. Nacer en un distrito cercano al mar y lleno de atractivos turísticos la llevó a elegir la carrera de Hotelería y Turismo. Estudiaba por las mañanas y en las tardes trabajaba. Cuando llegaba a casa hacía sus tareas y descansaba de su atareado día.
Eymi quiso aprender inglés desde que era niña. Primero motivada por las canciones que escuchaba su padre, a pesar de no saber su significado, y luego por las historias que escuchaba acerca de su tía que vivía en Estados Unidos. Las películas de Disney también alimentaron su sueño de viajar allá y conocer la nieve. Para hacerlo realidad, debía aprender inglés. Comenzó a estudiar a los 14 años en el ICPNA, viajando de Pucusana a Lima cada día después del colegio. Ya en la universidad, desarrolló un nivel más alto en el idioma.
El encierro causado por el Covid-19 le dio a Eymi el tiempo necesario para encontrar la mejor manera de vivir una temporada en los Estados Unidos. Encontró el programa Au Pair en redes sociales y pasó días buscando agencias que ofrecían este intercambio vivencial y testimonios confiables. “Al principio no les dije a mis papás, hice la primera entrevista y pasé. La segunda era con mis papás así que tuve que contarles”, recuerda. Tras ser aprobada para el programa, empezaron a reunir la documentación necesaria. Pasaron dos años hasta que viajó a Estados Unidos.
Quedó maravillada desde que llegó, pero reconoce que le costó adaptarse a la comida, viniendo de uno de los países con mejor gastronomía en el mundo. “En Perú el almuerzo es arroz, papa y carne. Aquí pueden servirte solo un sándwich de queso y jamón. Los horarios también son distintos, comen muy temprano. El almuerzo es a las 11 de la mañana y la cena a las 6 de la tarde”, cuenta. Comprender a las personas que hablaban muy rápido era complicado al principio, pero ahora piensa que eso le ayudó a mejorar su inglés.
A sus 23 años, es responsable de cuidar a los hermanos Speaker: Ellie, de un año, y Teddy, de dos. A Eymi no solo le divierte conocer nuevas culturas mientras vive en Estados Unidos, sino que disfruta ser parte de la crianza de sus dos niños anfitriones. “Aprendes mucho de ellos, me han enseñado lo que es el amor y el cuidado hacia un bebé”, dice. La conexión que tiene con ellos hace que las diferencias culturales no representen un problema mayor para ella.
Eymi disfruta mucho celebrar festividades como la Navidad o el 4 de julio, el Día de la Independencia en EE.UU., con su familia anfitriona. “En Acción de Gracias toda la familia se reúne y comemos juntos. El año pasado hicieron papa a la huancaína para mí y todos agradecimos por lo bueno que tenemos”, recuerda. Vivirá más situaciones similares hasta el próximo año, cuando vuelva a Perú a terminar sus prácticas profesionales.
Aunque en Perú también solía aventurarse a nuevos retos, para Eymi este es del cual se siente más orgullosa. “Ya no tengo miedo de tomar decisiones, ahora sé que puedo hacer algo si me lo propongo”, asevera. Esa seguridad es lo que quiere que otras jóvenes adquieran: salir de su zona de confort y arriesgarse buscando un futuro diferente.