Humillaciones por tener sobrepeso, castigos físicos, amenazas y maltratos de sus entrenadores son algunas de las situaciones que afrontan las gimnastas artísticas peruanas de alto rendimiento. “Ana Sánchez” (22), seudónimo que usaremos para proteger la identidad de una exgimnasta de la selección, ha sido una de las tantas deportistas que ha sufrido maltrato emocional durante su carrera deportiva. Siete años después de haberse retirado del deporte al que le dedicó toda su infancia y adolescencia, decide hablar sobre los duros momentos que tuvo que atravesar para cumplir su sueño de representar a nuestro país en esta disciplina deportiva.
Por Salma Cruzado
Ilustración: Alexandra Prado
Una pequeña de cinco años paseaba junto a su madre por las calles del distrito de Chosica. Al pasar por una farmacia, la niña se detuvo frente a un póster pegado en una de sus paredes: era una foto de la exgimnasta rumana Nadia Comaneci, leyenda de los Juegos Olímpicos de Montreal 1976, ejecutando la ‘postura del escorpión’, una pintoresca pose propia de este deporte. La imagen se imprimió en la memoria de la pequeña Ana Sánchez, quien le dijo a su mamá: “Yo quiero hacer eso”.
Cada vez que tenía ganas de practicar este deporte, su madre le mostraba videos de rutinas de gimnasia artística que ella miraba hipnotizada durante horas. Todo cambió el día en que un amigo del padre de Ana le entregó un folleto con el siguiente anuncio: “Clases de gimnasia artística en la Videna, San Luis”. Tras convencer a su madre, fue inscrita en el taller de verano y, con el paso del tiempo, sus rápidos resultados hicieron que se enamorara de ese deporte.
Asombrados por el potencial de Ana, sus profesores hablaron con su madre y con ella para alcanzarles la propuesta de entrenar a un nivel competitivo. Así fue el inicio de los diez largos años que Ana consagró al deporte de sus amores.
Pero esta niña jamás se imaginó que, para representar los colores patrios en torneos internacionales, debía afrontar un camino lleno de maltratos, humillaciones y discriminación por parte de la persona que supuestamente debió respaldarla en cada etapa de su crecimiento deportivo.

—¿Qué implica para ti el maltrato emocional en el deporte?
—A nivel deportivo, entiendo el maltrato emocional como el hecho de que tu entrenador te diga cosas que te hagan perder la confianza en tu capacidad. Un claro ejemplo es cuando practicas una nueva acrobacia, tal como un doble mortal, y el entrenador te amenaza con que no podrás irte si no lo consigues y, en otras ocasiones, te puede lastimar con insultos. Otro ejemplo es que el entrenador critique tu cuerpo. En la gimnasia nosotras solemos ser delgadas, no tanto como en la modalidad rítmica, pero sí lo suficiente como para poder saltar, ejecutar las acrobacias y no tener ningún tipo de lesión.
—Recuerdo que, cuando tenía aproximadamente nueve años, mi entrenador me decía que estaba gorda, que así no iba a rebotar nunca, que mis piernas estaban grandes, pero al principio no me afectó tanto. Sin embargo, conforme iba creciendo y entrando a la adolescencia, escuchaba eso y lo sentía más directo. Asumí que tenía razón. Me miraba al espejo obsesionada con mi peso y luego hacía bastante ejercicio y consumía menos carbohidratos. Intentaba comer más ensaladas y evitaba antojos como los dulces, pues sabía que eso me podía engordar.
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En el 2009, la pequeña Ana, angustiada por una mala temporada deportiva, evaluó seriamente su retiro de la gimnasia artística. Poco le importó formar parte de la selección peruana de esa disciplina, haber clasificado a torneos internacionales y ver postergado su sueño de conocer nuevos países alrededor del mundo.
“Yo quería dejarlo todo porque mi entrenador no me tenía confianza. Me daba miedo entrenar con él. Yo me preguntaba cuándo será el día que no me grite, que no me bote el entrenamiento”, recuerda.
Hasta ese momento, incluso en sus días grises, nunca había sido expulsada de una sesión de entrenamiento, mucho menos por no completar la rutina asignada. “Hay días en que simplemente las cosas no te salen. Ese fue uno de ellos. Al entrenador no le importó y me dijo: ‘¿Sabes qué?, ¡vete del entrenamiento!’”, cuenta.
Ana, abrumada y con un nudo en la garganta, no se atrevió a reclamar por una orden que consideraba injusta y arbitraria. Temiendo una peor sanción, tomó su mochila y caminó a tientas hacia el gimnasio con la intención de seguir entrenando fuera de la vista de su instructor.
Al ver su rostro afligido, un amigo suyo se le acercó preocupado para preguntarle por su estado de ánimo. Mientras ella le explicaba lo sucedido, su entrenador irrumpió en el gimnasio, cortó su conversación y la reprendió con dureza frente a todos: “¡Te dije que te vayas! ¿Qué haces acá?”. Llena de coraje pero con aire tímido, Ana intentó reclamarle por primera vez, pero al final no le quedó más opción que abandonar el recinto.
Salió a la calle amplia y silenciosa. Era de noche. No había autos ni transeúntes a la vista. Para llegar al garaje donde estaba aparcado el coche de su madre tuvo que cruzar una calle oscura y desolada. El temor la paralizaba por momentos. “Cualquier cosa me podía pasar, cualquier persona se me podía acercar y hacerme daño. Tenía solo 13 años. Me fui corriendo hacia el carro porque tenía miedo”, recuerda.
Al llegar, le contó a su madre, entre lágrimas, todo lo que le había ocurrido. Ella, asustada e indignada por el castigo del entrenador, fue a buscarlo para llamarle la atención y advertirle que, de reincidir con sus actos abusivos, tomaría medidas en su contra. Al día siguiente, dispuso que su pequeña no fuera a entrenar y que guardara reposo tras el fuerte incidente.
En las siguientes sesiones de entrenamiento, Ana fue acompañada por su madre, frente a la cual el instructor mostraba una actitud distinta, más dócil y flexible con sus gimnastas. Pero ni bien quedaron solos otra vez, el entrenador subió el nivel de exigencia y hostilidad hacia su alumna. “Parece que olvidaba las advertencias de mi madre. Es como cuando te dicen algo importante pero te sale por el otro oído”, señala Ana.
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—¿Consideras que los gimnastas han normalizado que los entrenadores los maltraten, como un mecanismo para ser competitivos?
—Hoy en día, creo que ya no lo aceptan tanto. He escuchado que los propios padres les dicen: “No permitas que te toquen aquí o acá o no permitas que te hablen así”. Pero una cosa es que los papás te lo digan y otra cómo reacciona cada persona, pues cada una reacciona de formas distintas. Ahora bien, no creo que todos los entrenadores sean así. Yo tuve un buen entrenador antes de retirarme de la gimnasia. También fue gimnasta y tenía el título de Pedagogía en Educación. Bajo su mando, fui recuperando mi confianza. Cuando no me salía algo, me decía: “Ana, ¿sabes qué? Descansa por hoy porque si no la acrobacia puede que no te salga más. Luego te vas a equivocar, luego te puedes caer”. Este es un pequeño ejemplo del contraste con mis anteriores entrenadores, quienes me amenazaban con no dejarme ir hasta aprender los nuevos ejercicios. Este buen entrenador me permitía desahogarme con cualquier otra cosa a fin de recobrar el enfoque.
—¿Por qué crees que los deportistas no denuncian estas situaciones de maltrato? Y me gustaría saber si en algún momento tú pensaste en hacerlo.
—En lo personal, pensé que podía solucionarlo y que no era necesario interponer una denuncia. Pero en ese entonces no sabía que podía denunciar los casos de abuso ni tampoco considerar los comentarios fuertes como una forma de maltrato. Por otro lado, si me hubieran llegado a golpear, sin lugar a dudas me habría quejado con mis padres. Estoy segura de que ellos mismos hubieran tomado serias medidas al respecto o, en todo caso, me habrían cambiado de club de gimnasia o retirado de ese deporte.
—Por los demás deportistas, creo que varios tienen miedo y están de cierta forma amenazados, porque uno como adulto sabe cómo manipular a una niña o un niño.
—Desde tu perspectiva, ¿cuál es el maltrato más común por parte de los entrenadores hacia sus deportistas? ¿El maltrato más común que tú enfrentaste?
—Creo que el maltrato más común es repetirle constantemente a la gimnasta que no le salen bien los ejercicios. En mi caso, por ejemplo, me decían: “Debes hacer esto o te vas del entrenamiento”. Incluso una vez fui discriminada por mi tono de piel porque soy “un poco canela”, por así decirlo. El mismo entrenador se burlaba de mí diciéndome: “Tú eres de color marrón o eres más oscura”. Al principio sentí que quería hacerse el gracioso, pero nunca supe por qué me hablaba así. Eso me afectó. Hace 10 años, grabé un comercial con la Asociación de Deportistas Olímpicos (ADO Perú) en el que interpreté a una niña provinciana con largas trenzas, vestida con una pollera y chabolas. Hasta hoy tengo un grato recuerdo de esa experiencia porque las personas me trataron súper bien.
—Tras llegar a Lima, mis amigas me felicitaron por el comercial que ya había sido publicado. Por el contrario, algunos entrenadores me comenzaron a fastidiar burlándose de mi papel en el comercial. Me trataron como si fuera provinciana, algo por lo que nunca me hubiera sentido mal, pero ellos me ‘choleaban’. A veces trataba de defenderme, pero cuando era niña no solía hacerlo mucho. Pedía que no me fastidien tratando de disimular mi incomodidad con una sonrisa. Yo supongo que al principio ellos pensaban que también me lo tomaba como broma. La burla llegó a tal punto que decidí pedirle a mi mamá que no mostrase mi comercial a nadie.
“Así, terminé arrepintiéndome de haber firmado un comercial del que antes me sentía orgullosa”, recuerda.
—¿Cargas con secuelas psicológicas y físicas debido a la violencia que sufriste en tu etapa deportiva?
—De cierta forma, sí. He superado varios problemas. Por ejemplo, uno de ellos fue la preocupación por la estética de mi cuerpo. Hoy en día, eso no me afecta. Tengo uno que otro rollito, pero estoy segura de que no estoy gorda. Trato de mejorar mi aspecto físico haciendo ejercicio, pero ya no estoy obsesionada con ello, porque antes entrenaba un promedio de cuatro horas diarias a doble turno, en las mañanas y en las tardes. Ahora practico crossfit en una hora intensa que me gusta aprovechar bien. Debo confesar que entré al gimnasio con el objetivo de bajar de peso, pero actualmente el hecho de entrenar crossfit me permite despejar mi mente y sentirme mucho mejor.
—¿Podrías decir que el maltrato emocional está oculto en la gimnasia artística de alto rendimiento?
—Yo creo que sí. Actualmente es menos, pero aún hay. Pienso que los entrenadores que no han llevado ningún curso de psicología, o que han sido tratados de la misma forma que nosotras, creen que el mejor método para aprender es maltratando. Es importante encontrar esta forma de comunicarse, este acercamiento con el deportista para no herirlo y más bien fomentar su crecimiento en el deporte.

Las secuelas psicológicas de la violencia que sufrió Ana son un ejemplo de la difícil situación que afrontan quienes desean representar al Perú en la élite de la gimnasia artística a nivel internacional. “Mi error fue quedarme callada porque creía que no había soluciones, pero las hay. Si no te sientes cómoda con tu entrenador, háblalo”, concluye.