Su seudónimo era ‘Gaviota’ y fue una de las tres mujeres policías que perteneció al Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) a inicios de los noventa, cuando la presencia femenina dentro de la Policía quedaba relegada a actividades administrativas, como la secretaría. Han pasado treinta y dos años desde que, junto con el agente ‘Ardilla’, iniciaron la Operación Victoria, llamada también “la captura del siglo”, un hecho que fue gravitante en el curso de su vida. En esta entrevista, la suboficial superior (r) Ana Cecilia Garzón recuerda los días y las noches previas a la caza de Abimael Guzmán, el mayor genocida de la historia del Perú.
*Este trabajo fue elaborado en el curso Taller de Crónica y Reportaje, dictado por el profesor Mario Munive.
Por Shamira Legua
Todo comenzó en Chuschi, un pueblo pobre y olvidado en las alturas de Ayacucho, donde las ánforas electorales fueron reducidas a cenizas por un grupo terrorista considerado marginal en ese entonces. Era 1980, y Fernando Belaúnde Terry, recién elegido presidente tras doce años de dictadura militar, intentaba devolver la esperanza al país. Desde su despacho en Palacio de Gobierno, Belaúnde subestimó los atentados de este movimiento terrorista y calificó a Sendero Luminoso como una banda de abigeos. No obstante, las llamas en Chuschi no fueron un incidente aislado: eran el preludio de una pesadilla que se extendería como un incendio por todo el país.
Pronto, la violencia se desató sin freno. Las noticias de atentados, secuestros y asesinatos se convirtieron en parte del día a día y, lo que en un principio parecía lejano, alcanzó el corazón de la capital. Lima, que intentaba aferrarse a su rutina, no pudo escapar de la violencia. Los apagones se volvieron constantes y el terror se expandía en cada esquina. Caminar por las calles de Lima dejó de ser un acto rutinario y el miedo a morir en medio del estallido de dinamita o ser detenido y desaparecido bajo la sospecha de ser terrorista se volvió constante. Así, el país quedó marcado para siempre por uno de los capítulos más dolorosos de su historia.
Han transcurrido treinta y dos años desde entonces. Ana Cecilia Garzón, que antes portaba una placa policial y un revólver, ahora sostiene una tiza en una mano y una mota en la otra. Está en un colegio de Ayacucho, uno de los principales escenarios donde una vez se libró el conflicto armado interno, y da una charla sobre ese periodo de violencia que marcó al Perú. Esta es su nueva misión: relatar a los jóvenes sobre el caos y el dolor que el país sufrió bajo la sombra de un movimiento terrorista. La charla avanza, y Ana Cecilia se siente complacida al ver cómo los estudiantes la escuchan atentos. De repente, una mano se alza entre el mar de uniformes escolares. Agradece la participación, siempre le ha gustado que los jóvenes se involucren. Sin embargo, su expresión, antes sonriente, ahora se ve desolada e inmóvil: “Yo quiero ser como Abimael Guzmán, lo admiro”, dice con convicción un adolescente.
La voz de Ana Cecilia se quiebra al empezar la entrevista, titubea al recordar, pero finalmente encuentra las palabras justas: “Antes de cada operativo, yo le dejaba una carta a mi madre, donde me despedía diciéndole: Madre, si yo he muerto, ha sido por mi país”.
—Pertenece a una de las primeras promociones de mujeres policías. ¿Cómo descubrió su vocación?
—Cuando vi el caos causado por los grupos terroristas en el país. Al salir del colegio, postulé a la Policía de Investigaciones del Perú (PIP). En esas épocas, era muy difícil que una mujer integrase el servicio de inteligencia, ya que nos asignaban puestos de secretarias. Yo siempre fui una chica rebelde y me dije a mí misma que yo no había postulado a la Policía para ser secretaria. Entonces, decidí especializarme en criminalística.

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Cuando mandaron a ‘Gaviota’ a la Dirección contra el Terrorismo (Dircote), sus compañeros no tardaron en preguntar qué era lo que había hecho. En los años ochenta, la Dircote era vista como una zona de castigo, temida por rutinas laborales que podían durar hasta 24 horas y por el riesgo de morir o ser herido en un enfrentamiento. No obstante, para Ana Cecilia, que tenía veinte años, fue una bendición. “Sí, llegué de aprendiz y secretaria al principio, pero el coronel Manuel Tumba Ortega me dio la oportunidad de ser parte del GEIN, él fue asesinado por Sendero Luminoso en 1992”.
—¿Cómo sobrellevó su familia su participación en un grupo de élite antiterrorista como el GEIN?
—Mi madre nunca lo supo. Muchas veces teníamos que mimetizarnos disfrazándonos de lo que sea y, luego, desaparecernos por un par de días. Siempre cabía la posibilidad de que nos estén siguiendo y nos asesinen. La cúpula de Sendero Luminoso sabía que existía un grupo especial que le seguía los pasos muy de cerca. Ni mamá ni mi hermana sabían que trabajaba en la Dircote. Pensaban que me había enamorado y estaba conviviendo. Prefería que pensaran eso a que descubrieran que en algún momento podría morir o que ellas mismas sean buscadas.
Una mujer con un corazón lleno de coraje
—Siempre fui de las personas que piensa que el que arriesga no gana. Con decirte que durante ocho meses estuve viviendo encubierta en una casa de aniquilamiento, lugares donde se reunían terroristas para organizar asesinatos selectivos o realizarlos ahí mismo, para conseguir más información. También solía pasar amanecidas dentro de los calabozos cuidando de terroristas, pero lo hice con valentía y con un sumo amor por mi trabajo.
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Muchas veces Ana se preguntó “¿Hasta cuándo?”. El GEIN llevaba dos años buscando a Guzmán, capturando a senderistas y poniéndolos a disposición de la ley para seguir investigando. Sin embargo, en los interrogatorios no obtenían la información que buscaban. Finalmente uno de los detenidos confesó. Fue Luis Arana Franco, senderista que financiaba a la pareja que alojaba a Abimael Guzmán, quien reveló los principales escondites de la cúpula senderista.
Fueron sus movimientos los que delataron a los senderistas que ocultaban a Guzmán. Voltear la vista hacia atrás al caminar, subir a un bus y bajarse rápidamente para tomar otro, comprar treinta panes e ir al mercado para regresar con ropa interior para hombre y abundante comida eran parte de la rutina de Carlos Incháustegui y Maritza Garrido Lecca, una pareja de senderistas que vivía en una casa ubicada en una zona residencial de Surquillo. En ese lugar se escondía el cabecilla de SL.
Escarbar la basura fue el factor clave para capturar al líder de la cúpula del terror: agentes del GEIN mimetizados de basureros recogían todas las noches los desechos que dejaban Garrido-Lecca e Incháustegui. Lograron ir armando un rompecabezas de pistas sobre el paradero de Guzmán. Hasta ese momento solo tenían indicios. Aun así, no tenían la certeza de que “el Cachetón”, como ellos lo llamaban, se encontraba dentro de esa cómoda vivienda en la que Garrido-Lecca ofrecía clases de baile a niñas y adolescentes.
—La Operación Victoria es una pieza clave de la historia del Perú. ¿Cuál considera que fue el momento más crucial y tenso de la intervención?
—Guzmán estaba nervioso y también estaba tomando sus medidas porque veía cosas raras. Al enterarnos de que él había tenido un contacto con una persona de alto mando dentro de Sendero y al ver que acababan de entrar a la casa de Garrido-Lecca unas visitas que nunca habíamos visto, el mayor Benedicto Jiménez determina intervenir. Cuando Maritza y Carlos, junto con la pareja que fue de visita, salieron hacia la fachada de la casa para despedirse, solo estábamos ‘Ardilla’ y yo. Nuestra misión era no dejar que esa puerta se cierre.

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“¡Quietos! ¡Policía!”, exclamaron ambos con energía mientras se dirigían a la puerta de la vivienda que tanto tiempo habían vigilado. Estaban agotados. No recordaban cuándo era la última vez que habían dormido, pero el cansancio se disipó cuando ‘Gaviota’ dio un disparo. Ana Cecilia acababa de dar un balazo al aire porque Incháustegui había comenzado a forcejear con ‘Ardilla’. De repente, Incháustegui, Garrido-Lecca y la pareja que había ido de visita, y que luego descubrieron que no tenía ninguna relación con Sendero, se tiraron al suelo. Mientras, ‘Ardilla’ y ‘Gaviota’ estaban en un completo shock.
—‘Ardilla’ entró a la casa y subió las escaleras a ciegas sin saber quién más se encontraba adentro. Si lo mataban, yo ya no habría podido hacer nada. Me quedé sola con Maritza Garrido-Lecca, Carlos Incháustegui y la pareja que había ido de visita en las afueras de la casa. Fue una espera muy larga porque los demás agentes venían de un tramo muy lejano. Me pellizqué para confirmar que seguía viva mientras les seguía apuntando a los detenidos. Luego, solo me persigné y le dije a Dios que, si me dejaba continuar con vida, seguiría trabajando por mi país hasta el último día de mi vida. Cuando entraron a la vivienda los demás agentes y escuché por la radio que había caído el genocida, yo volví a nacer.
—Ante una situación de tan alto riesgo, ¿no temió por su vida?
—No. Tenía hermanos y hoy en día ya tengo una hija y una nieta. Yo pensaba en que no quería que mis hijos tuvieran que vivir toda la violencia que yo viví. Siempre estuve dispuesta a morir por mi patria en alguna misión. Si hubiera otra vez un GEIN en el que me pidieran trabajar, yo volvería con los sesenta y tres años que ya tengo. Mientras tenga la mente bien lúcida y pueda hacer algo por mi país, lo voy a hacer con mucho gusto, como alguna vez le prometí a Dios durante la Operación Victoria.

Del odio al amor hay un paso
—Yo detestaba a ‘Ardilla’ y él me detestaba a mí. No nos podíamos ni ver.
La enemistad de ‘Gaviota’ y ‘Ardilla’, hoy general PNP Julio Becerra y su actual esposo, comenzó cuando Ana Cecilia tomó la batería de radio de este. Julio solía dejarla cargando en las noches en la oficina del GEIN para poder usar la radio al día siguiente. Un día Ana Cecilia se la llevó sin consultarle. Fue de causalidad, pero el problema que le armó ‘Ardilla’ fue tal que decidió hacerlo a propósito las próximas veces. No obstante, cuando fue asignada a trabajar junto con él en el grupo encargado de vigilar a Sendero Luminoso, encontrándose ella en la comisión de seguimiento al MRTA, el trabajo primó. “Lo fui conociendo y su fortaleza, dedicación con el trabajo y la forma de cuidar a sus compañeros, provocó que hiciéramos clic”, relata Ana con una sonrisa.
—Es cierto que, justamente porque usted y ‘Ardilla’ eran enamorados, ¿los mandaron a vigilar la vivienda de Garrido-Lecca?
—Sí, como enamorados que éramos, nos mandaron a vigilar esa casa al ser una buena cubierta para que no nos identifiquen como policías. Había una bodega cerca desde donde se podía marcar. Podría resultar sospechoso que los agentes hombres vayan al ser una zona residencial. Ellos solían disfrazarse de vendedores ambulantes, músicos, etc. En el caso de las mujeres, en ese tiempo la función de la policía femenina nunca la tomaban en cuenta. Meses después de la captura de Abimael Guzmán, ‘Ardilla’ y yo decidimos casarnos.
A 32 años de la captura
—El GEIN era un equipo y una familia. Los líderes, Benedito Jiménez y Marco Miyashiro, fueron las piezas fundamentales y la inteligencia operativa que nos llevó al triunfo. No cambiaría nada de todo lo que viví en el grupo de inteligencia.
“Supimos preservar la vida humana y respetar los derechos humanos al entregar a Abimael Guzmán vivo y sin ningún tipo de lesión. Hicimos un trabajo honrado y esa es la satisfacción que me queda”, indica ‘Gaviota’ con mucho orgullo. Sigue viajando igual que hace treinta y dos años, pero esta vez a dar charlas a centros estudiantiles como parte del programa de Participación Ciudadana del Congreso, del cual ella misma se hace cargo. Ante la desinformación que persiste en la actualidad sobre lo que sucedió durante el periodo del terrorismo, su propósito se ha vuelto más firme que nunca: transmitir su legado y su verdad a los sectores más jóvenes.

—Hoy, 12 de septiembre, se cumplen treinta y dos años desde que se realizó la exitosa captura de Abimael Guzmán. ¿Ve un país pacificado?
—El terrorismo sigue, de otra manera, pero sigue en el Vraem a través del narcotráfico e incluso aquí mismo en nuestra cotidianidad. Antes, caminabas y había un coche bomba. Hoy en día esto tiene el rostro de la delincuencia y el nivel de violencia que ha tomado. Estas nuevas generaciones, tanto de policías como de civiles, tienen que conocer parte de la historia. Yo también doy charlas dentro de la escuela de policías respecto a que, como policías, tienen que ser defensores de los derechos humanos. Tanto la ciudadanía como la Policía tienen que trabajar de la mano para poder encaminar la paz y tranquilidad que les hemos dado en su momento. Siempre voy a repetir: pueblo que olvide su historia está condenado al poder de la violencia.