Vinieron al Perú por una semana y se quedaron más de cien días

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Son 7816 kilómetros los que separan al Perú de Canadá si se viaja en línea recta por avión. En tiempos donde la palabra “coronavirus” no era trending topic todos los días, esa travesía podía durar unas nueve horas. Ahora, con la pandemia desatada, conseguir transporte para dejar Ilo, arribar a Lima y aterrizar en Toronto puede tardar más de tres meses y un día entero recorriendo los cielos del continente americano. Esta es la historia de cómo los Pimentel Astorga se reencontraron con su familia en Perú luego de siete años, pero no de la forma que imaginaban.
Por: Alessandro Azurín
Portada: Archivo personal


El 9 de marzo del 2020 la familia Pimentel Astorga completa pisó Ilo. Miguel, Rossina, Nicolás (21) y Helena (16) volvían a la ciudad portuaria de Moquegua por una razón muy especial: las bodas de oro de los padres de Rossina. Era algo inédito. El viernes 13 de marzo todos los Astorga se reunirían para celebrar como se debe los 50 años de casados de Juan y Chabela, los eternos enamorados. Para los cuatro se trataba de un escape de la rutina canadiense que por tantos años los abrigó, pero también los alejó de los que más quieren en Perú. Por esos días también se confirmaba el primer caso de COVID-19 en el país. Se trataba de un joven piloto de la aerolínea LATAM que se había contagiado viajando por Europa, de vacaciones, en febrero.

Como le pasó al Perú entero, la noticia preocupó también a los Pimentel Astorga. Pero el efecto fue breve. La fiesta y todas sus implicancias concentraron la atención de los cuatro por completo. Tocaba brindar, bailar y disfrutar hasta el amanecer. Después de todo, para eso habían vuelto al Perú. Lo que ninguno de ellos sabía en ese momento era que aquella celebración sería la última que tendrían en mucho tiempo. El domingo 15 de marzo, dos días después de la fiesta, el presidente Martín Vizcarra declaraba por la noche el inicio del estado de emergencia en el país. Las fronteras se iban a cerrar, literalmente, y se iniciaba la inmovilización total y obligatoria de todos los que estuviesen en suelo peruano. Miguel Pimentel proyectaba regresar al día siguiente, mientras que Rossina y los chicos tenían previsto quedarse en Ilo unos días más. Comenzaba lo que en esos momentos era para todos algo desconocido: la cuarentena. 

Y Vizcarra seguía extendiendo y extendiendo…

Fue un shock. Tanto Miguel y Rossina coinciden en que ninguno se esperaba una noticia como la que les dio Vizcarra ese domingo por la noche. Aunque, más que una “noticia”, para ellos eso fue un golpe que los hizo sentirse inseguros en el país donde nacieron. ¿Qué decir de Nicolás y Helena? Según su madre, ellos sentían que “se les caía el mundo”. Habían dejado muchos pendientes en Toronto. Miguel debía volver a la mina donde trabaja, que ni siquiera queda en Canadá, sino que está en Ciudad de México. Rossina tenía que volver a hacer los libros contables para sus clientes de H&RBlock Canada. Nicolás debía volver a la universidad y Helena al colegio. Además, estaban preocupados por quienes no habían viajado con ellos: Nala, su perrita, y sus peces los esperaban impacientes en casa. Con las nuevas reglas de juego que había colocado sobre la mesa el presidente, ¿qué harían ahora?

Miguel tenía que actuar rápido y tomar una decisión. “Lo que hice en esos momentos fue comunicar a mi empresa lo que estaba pasando y quedarme en Ilo con Rossina y los niños”, recuerda. Después de todo, era lo mejor. En la ciudad portuaria tenían donde quedarse, la casa de los abuelos es amplia y, a pesar de los temas pendientes en México o Canadá, podían soportar un par de semanas más. Ciertamente, esperaban que la expansión del COVID-19 no se desborde como espuma de gaseosa en el corto plazo.

Pero algo los tenía preocupados. Sentían que la decisión presidencial había sido tomada sin medir las consecuencias. “Llegó el virus, todos a sus casas y ya”, parecía ser el mensaje. ¿Y qué pasaba con los extranjeros como ellos? Bueno, “extranjeros”, ni tanto…. Son más peruanos que la papa, pero ya no viven en el Perú. Les parecía que no había un plan para la gente en su situación. Y tenían razón. “En otros países se permitió el libre tránsito dentro del territorio para que aquellas personas que no eran locales puedan salir”, refiere Miguel.

Tenían que quedarse, y confiaban en que la cuarentena duraría dos semanas. Pero esa confianza duró muy poco. El 26 de marzo la cuarentena se extendió por primera vez y con eso la familia Pimentel Astorga tomó conciencia de la magnitud de su problema.

No podían esperar más. Tenían que empezar a ver opciones. Miguel contactó a la agencia de viajes que lo suele llevar a México y compró cuatro pasajes Lima-Toronto. Un vuelo directo que luego debió cancelar conforme veía cómo la cuarentena se convertía en “quintena”, “sextena”, y así hasta que llegó el hartazgo. Rossina recuerda que desistieron de comprar pasajes. “Cada dos semanas habilitaban la venta de tickets, pero nosotros decidimos no comprarlos para evitar contraer deudas con todas las empresas aéreas”, asegura.

Por suerte Air Canada les dio una opción que era mejor que solicitar un reembolso si no se podía viajar. La aerolínea les proporcionó un voucher que era una garantía de un vuelo completo, ida y vuelta, de Lima a Toronto en un periodo de 24 meses. El precio era de aproximadamente 3,600 dólares canadienses (unos 9,500 soles) por cada boleto. En el caso de Miguel no había problema, ya que su empresa asumió los costos. Ahora debían analizar qué alternativas tenían para regresar. 

La familia Pimentel Astorga confiaba en que la cuarentena duraría solo dos semanas. Pero esa confianza duró poco. El 26 de marzo el presidente Vizcarra extendió por primera vez la cuarentena. FOTO: Andina.

Tic, toc, tic, toc: Hora de volver

Tenían un aliado, la Embajada de Canadá. Esta había respondido todas sus dudas desde el inicio de la cuarentena, pero también les habían dejado en claro que la prioridad para el retorno a Canadá la tenían quienes estaban varados en Lima. Así, los cuatro miembros de la familia Pimentel ‘oyeron a lo lejos’ las turbinas de los siete vuelos que salieron entre marzo y abril enviados por el gobierno canadiense para socorrer a quienes habían quedado atrapados en la capital peruana. Lo que también sabían era que no existía el llamado “vuelo humanitario”. Cada uno de esos vuelos costaba, aproximadamente, 1,400 dólares canadienses (3,700 soles).

Cuando terminó abril, la Embajada de Canadá se convirtió en una especie de agencia de publicidad. Se limitaba a informar sobre los vuelos privados que se gestionaban para todos los canadienses que continuaban varados en el Perú.

Fue en ese instante en el que empezaron a considerar ideas que más tarde serían descartadas. Una de ellas fue realizar un viaje Miami – Los Ángeles – Nueva York, gestionado por la Embajada de Estados Unidos. o cruzar la frontera con Chile por Tacna, llegar a Arica, luego a Santiago y de allí viajar a Ciudad de México para llegar finalmente a Toronto. Ese viaje por tierra hubiese sido tortuoso, un suplicio, por lo que fue desechado.

Lo único que pudieron hacer fue registrarse en el formulario ROCA, por sus siglas en inglés. El Registration of Canadians Abroad es un documento que permite identificar a todos los canadienses que se encuentran en el extranjero en caso necesiten algún tipo de ayuda. No se creó a raíz de la pandemia, existe desde mucho antes, pero con el COVID-19 propagándose por el mundo, tomó otro sentido. “Con ese registro las autoridades canadienses pudieron saber rápidamente cuántos se habían quedado varados en Perú y organizar los vuelos de repatriación”, cuenta Rossina. 

Tocaba adaptarse. Miguel siguió las órdenes impartidas por su empresa para los trabajadores como él que, debido a la pandemia, no habían podido regresar a la mina en Ciudad de México. Improvisó una oficina en el segundo piso de la casa de los padres de Rossina y comenzó su home office. Su esposa, por su parte, se comunicó con sus clientes y aclaró que no podría trabajar a distancia. Los padres de Nicolás le permitieron irse a la casa de sus primos, que también viven en Ilo, para que estuviese con chicos de su edad durante estas semanas de incertidumbre. Helena comenzó sus clases virtuales en su colegio de Toronto y empezó a comunicarse más que nunca con sus amistades utilizando WhatsApp y otros medios digitales.

Justamente en una de esas plataformas, Rossina encontró una luz de esperanza. Se cruzó con un grupo en Facebook llamado Canadienses Varados en Perú (Canadian Stuck in Peru) e inmediatamente ingresó al chat de WhatsApp que habían compartido ahí. Había un organizador, Jeff. Él se encontraba en Canadá y dirigía toda la ayuda que podía darse por esa vía. Le preguntó si conocía de algún transporte que los pudiese llevar de Ilo a Lima. Y sí, sí conocía a alguien. Gracias a Jeff tomaron contacto con una voluntaria que por encargo de la Embajada de Estados Unidos trasladaba a Lima a quienes estaban varados en provincias.

Rossina junto a su hija Helena en una de las paradas durante su viaje a Lima. FOTO: Archivo Personal.

Luego de consultar si podría traer a Lima a una familia canadiense como los Pimentel Astorga, la respuesta fue afirmativa. Esa lejana luz de esperanza se convirtió por fin en una realidad. Los recogerían de la casa de los abuelos el lunes 15 de junio a las cinco de la mañana. Con ellos viajaría también otra pasajera que venía de Tacna, los llevarían a Matarani, en Arequipa. Y de allí partirían finalmente a Lima.

El 15 de junio se despidieron de la familia en Ilo, abordaron el bus que los trajo a Lima. Por fin. Fueron 16 horas de recorrido por la Panamericana Sur, en ningún momento se desprendieron de sus mascarillas y visores de acrilico. En el vehículo entraban 19 pasajeros, pero solo se permitió seis, sin contar al chofer y el copiloto, que estaban separados del resto por una plancha acrílica. Cada uno se sentaba en un asiento originalmente diseñado para dos personas. Ese era el distanciamiento. Las únicas paradas que hicieron fueron para usar los servicios higiénicos. “Lo hacíamos sin tocar nada, abrías las puertas con el pie si se podía. Para desinfectarnos usábamos el alcohol y el gel desinfectante”, explica Miguel Pimentel.

En el rompecabezas de su viaje de retorno a casa ya tenían una parte resuelta: el traslado de Ilo a Lima. Ahora faltaban piezas para completar la sección más importante: cómo llegar a Toronto. La Embajada de Canadá les envió un correo a comienzos de junio, donde les informaban de un vuelo charter organizado por la empresa de Montreal, Elite Aviation, junto a la aerolínea portuguesa Hi Fly Airlines. Días después les confirmaron que el vuelo saldría el viernes 19 de junio. En Lima recibieron ayuda de unos amigos ileños que tenían un departamento en la avenida Camino Real, en San Isidro. Allí estuvieron aislados los cuatro días previos al viaje. Listo. Rompecabezas completo. Solo faltaba enmarcarlo.

Así se distraía la familia Pimentel durante su aislamiento en Lima: jugando Monopoly, la versión Perú. FOTO: Archivo personal.

Para culminar finalmente su sueño, los Pimentel Astorga tuvieron que cumplir con una serie de trámites. Por ejemplo, un salvoconducto para movilizarse por el Perú que debían mostrar y enviar a los choferes que los trasladaban, presentar un formulario a Elite Aviation que acreditara que no tenían coronavirus, y esperar a que les habilitaran el pago de los tickets de vuelo. Trámites y más trámites que solo aumentaban su desesperación y su estrés. Parecía un videojuego donde ellos se esforzaban por desbloquear nivel tras nivel. Hasta que lo lograron. 

El viernes 19 llegaron a las cinco de la mañana a las afueras del Hotel Marriott, en Miraflores. A esa hora se formó la cola para registrar a los 400 pasajeros que más tarde tomarían el vuelo hacia Toronto organizado por Elite Aviation. Allí no hubo distanciamiento. “No había, pero la mayoría trataba de mantener la distancia. Casi el 100% tenía mascarilla, pero muy pocos usaban el visor. En el registro te pedían tu pasaporte mientras te tomaban la temperatura y la registraban. De ahí subimos al bus que nos llevó al Grupo Aéreo N° 8”, recuerda Miguel.

La aglomeración en la cola para abordar el bus que los llevaría al Grupo Aéreo N° 8 a las 5 de la mañana afuera del Hotel Marriott. FOTO: Archivo Personal.

En el terminal de la Fuerza Aérea del Perú les tomaron la temperatura una vez más. Todo bien, todo correcto. Esos serían los únicos controles durante toda su travesía. Nada de pruebas rápidas o moleculares. Luego se sentaron en unas sillas que estaban estratégicamente colocadas para mantener la distancia. Las maletas iban sobre una línea marcada en el suelo al frente de cada pasajero. 

Al subir al avión, Miguel y Rossina recuerdan que, si bien el ingreso fue de forma ordenada, muchos pasajeros no mantuvieron la distancia física requerida. El mensaje para los cuatro fue claro: a partir de ese momento la responsabilidad de cuidarse era de cada uno. Solo se quitaron la protección para comer. Eso sí, la empresa aérea les hizo firmar un cuestionario a todos los pasajeros con preguntas sobre el coronavirus para asegurarse de no tener problemas en un futuro si alguno daba positivo.

Nicolás junto al resto de su familia en la sala de espera improvisada en el Grupo Aéreo N° 8. FOTO: Archivo Personal.

El avión de High Fly Airlines partió alrededor de las dos de la tarde. Llegaron a Toronto alrededor de la medianoche. No durmieron durante el viaje, tal vez por la emoción de volver después de cien días o probablemente porque era demasiado bueno para ser verdad y pensaban que en cualquier momento otro reto aparecería. Pero no, lo habían logrado. A las dos de la mañana del sábado 20 de junio la familia Pimentel Astorga ingresó por fin a su casa. El rompecabezas estaba completo, enmarcado y pegado en la pared. Fueron 21 horas de viaje.

Alivio, relajo, calma. Todo eso sintieron los Pimentel Astorga al cruzar la puerta de su casa luego de más de tres meses fuera. Sin embargo, tenían un sinsabor. “Eran sensaciones encontradas. Por un lado, en Perú estabas con tu familia, hablabas tu idioma, comías rico… pero por el otro lado sabíamos que teníamos que regresar porque aquí, en Toronto, está nuestra casa. Aquí nuestros hijos tienen su mundo. Era volver a nuestra normalidad, nuestra forma de vivir”, reflexiona Miguel.

La tensión los había acompañado por muchísimas semanas y por fin, después de tanta incertidumbre, todo había terminado. Una sorpresa en su hogar los hizo sentirse bienvenidos. “La vecina que nos iba a cuidar la casa solo por 10 días, que se convirtieron en casi cuatro meses, nos preparó una tarjeta de bienvenida y un queque recién horneado. Ese detalle nos hizo sentir bien», cuenta Rossina muy alegre.

Había que celebrarlo, pero primero unos pequeños arreglos. Ya llevaban 22 horas despiertos. Miguel y Nicolás se pusieron a desinfectar las maletas con puro alcohol y gel en el patio de la casa. Mientras tanto, Rossina y Helena terminaban de bañarse para luego cambiar los juegos de cama. A la vez, los hombres de la familia entraron a la ducha para después terminar la jornada maratónica botando todo lo que fuese comestible en la casa. “Acá hay muchos animales salvajes, como los mapaches, que si huelen la comida pueden destrozar las maletas”, explica Miguel. 

Ahora sí, salud. Eran las cuatro de la mañana, padre e hijo se tomaron unas cervezas. Era un elixir con sabor a victoria. A las cinco de la madrugada Miguel finalmente descansó nuevamente en su casa. Al día siguiente despertó totalmente agotado. La adrenalina no duró mucho, pero no importaba. Ya estaban en Toronto.

El detalle de parte de la vecina que les cuidó la casa. Lo haría solo por 10 días, pero fueron casi cuatro meses. FOTO: Archivo Personal.

Lo que la vida te quita, el COVID-19 te lo da

Conversé con la familia Pimentel Astorga poco más de una semana después del fin de su cuarentena obligatoria en Toronto. Cuando llegaron a Canadá, les dijeron que tenían que encerrarse en casa hasta el 3 de julio. Durante los catorce días de reclusión las autoridades los llamaron unas dos veces durante la primera semana. “¿Hola? ¿Todo bien con su cuarentena? ¿Ha presentado algunos síntomas?”, eran algunas de las preguntas que les hacían. Las llamadas eran personales.

Durante la siguiente semana ya no sería una voz, sino una grabación que les daba ánimos porque les quedaban pocos días de cuarentena. Aguantaron, pero apenas el reloj marcó 00:00 horas del día 15 de haber vuelto a Canadá salieron a la calle a caminar. Los cuatro. Juntos mientras paseaban a Nala, la perrita. ¡Libertad! ¡Por fin!

Hoy, esta familia que dejó Perú en el 2006 para mudarse a un país totalmente distinto al nuestro es consciente de la suerte que tuvieron de quedarse varados en la casa de los abuelos que cumplían 50 años juntos. En los grupos de Facebook y WhatsApp veían casos de gente que estaba en riesgo. Sí, ellos saben lo afortunados que fueron de encontrarse con el COVID-19 mientras estaban en Ilo, con los abuelos.

Ahora se están acostumbrando a vivir la pandemia en Canadá, es otro planeta. Perú y Canadá tienen casi la misma cantidad de habitantes, pero la diferencia en densidad poblacional o, en otras palabras, la distribución de las personas en el territorio nacional, es notoria. Veinticinco habitantes por kilómetro cuadrado versus cuatro bajo el mismo estándar en el país del norte. Así, mantenerse alejados unos de otros es más sencillo de manejar en espacios concurridos. Allá los servicios de salud son públicos, a excepción de Odontología y otras ramas similares. El trabajo es mayoritariamente formal. Pero eso sí, nosotros les ganamos en algo. No tenemos protestas antimascarillas como las que se organizan allá.

Haber vivido el inicio de la pandemia en Perú te marca y Rossina lo siente cada vez que se cruza con alguno de sus vecinos. Sufre de diabetes y no puede darle una sola ventaja al virus. «El sábado fue la primera vez que volví a conversar con dos o más personas. Incluso así estaba tensa, me trataba de alejar un poco. Tenía nervios de todo, incluso si una pizca de saliva me salpicaba», relata con estupor. Ontario, la provincia a la que pertenece Toronto, se encuentra en fase de reactivación y la mascarilla es obligatoria sólo en espacios cerrados, como centros comerciales.

Lo que también ha marcado a los Pimentel Astorga, y es algo que nunca olvidarán, fue la convivencia que tuvieron en la casa de los abuelos enamorados. Miguel trabajaba de lunes a domingo sin parar de seis de la mañana hasta las siete de la noche. En su oficina improvisada coincidía con su sobrina Fabiana, su sobrina que estaba en sus clases virtuales. La abuela Chabela siempre estaba pendiente de “cuando Miguel iba a tener un descanso de sus reuniones” para servir el almuerzo, siempre delicioso, que preparaba. ¿El mejor ingrediente? El amor que le ponía a cada plato. Con el abuelo Juan no faltaban las conversaciones reflexivas y un vasito de ron. 

Después de todo, es como dice Rossina, el problema que tenían era de toda la familia. “Ellos siempre estuvieron muy pendientes. Trataban siempre de que miráramos todo positivo y que nunca dudáramos de que las cosas iban a mejorar. No permitieron que nos sintiéramos solos. Ese calor familiar fue muy significativo para nosotros cuatro. Era un pedazo que nos faltaba en el corazón», asegura con una sonrisa en los labios.

La pandemia nos ha quitado muchas cosas. Nos ha separado físicamente de los que queremos y a los que podemos ver ya no optamos por besarlos y abrazarlos para demostrar afecto. Sin embargo, Miguel, Rossina, Nicolás y Helena le agradecen al COVID-19 una sola cosa. Tuvieron la oportunidad de estar con parte de su familia como nunca desde que dejaron el Perú hace 14 años.