Sin raíces no hay árbol: la historia del genealogista que se enamoró de un pueblo olvidado

Loading

Camilo Dolorier nació en Estados Unidos y a los 19 años se mudó al Perú, país natal de su padre. Motivado por el afecto entrañable a su bisabuela y la curiosidad por saber más de su pasado, viajó a un pequeño pueblo de Huancavelica donde descubrió su pasión: la construcción de árboles genealógicos. Hoy en día tiene 26 años y cuenta con más de 18 mil seguidores en su página de Instagram @_raicesraices. Allí promete encontrar los antepasados de las personas bajo la premisa: “¿Qué sería de un árbol sin sus raíces?”.

Por Romina Enriquez



Camilo se describe como una persona inquieta, autodidacta y amante de la lectura. “No me conformo con lo que está en la superficie, siempre busco saber más”. En su personalidad influyeron mucho sus padres. Su madre siempre se distinguió por su disciplina y perfeccionismo, mientras que su padre es aficionado a la fotografía y al registro de video. “Cuando hago algún trabajo pienso que debe tener la calidad que a mi mamá le hubiera gustado, pero también pienso en divertirme como mi papá tomando fotos o grabando”. 

Nació en San Francisco, Estados Unidos, pero siempre se sintió peruano. Afirma que la conexión con el Perú era muy fuerte, pese a que solo venía de visita desde niño. Además, el castellano no le parecía complicado de aprender, pues gracias a su padre, en casa nunca faltó la música latinoamericana. Su madre, quien es de nacionalidad estadounidense, conoció a su padre en un intercambio estudiantil en la PUCP en 1984. Ella quedó encantada con la gastronomía peruana y le pidió a la abuela paterna de Camilo que le enseñe algunas recetas. La comida peruana fue parte de su dieta diaria durante su niñez y adolescencia en EE.UU.

Uno de los recuerdos más preciados de Camilo, y que define quien es hoy en día, son las conversaciones sobre el pueblo de Caja Espíritu –provincia de Acobamba, Huancavelica– que solía tener con su bisabuela o ‘Mamá Oli’, como solía llamarla afectuosamente. Ella falleció en febrero de 2013, cuando Camilo tenía 15 años. Enterarse de la noticia y no haber podido despedirse de ella fue una experiencia dolorosa que marcó un antes y después en su vida. “Desde que nació hasta los 70 años mi bisabuela vivió en Caja Espíritu, ya luego se mudó a Lima y es ahí donde la visitábamos. Yo podía pasar horas escuchándola hablar sobre su pueblo, sobre la Virgen del Carmen, el puquial, el significado que tiene el que te regalen un borreguito o el porqué de usar un velo de encaje para asistir a misa, pero muchas veces no comprendía el trasfondo de lo que me decía. Aun así, no me aburría escuchándola, me sentía en paz cuando lo hacía”, explica. 

La pasión que siente por investigar sobre sus antepasados siempre estuvo presente, pero no llegó a la conclusión de que eso sería a lo que se quería dedicar hasta que decidió viajar a Caja Espíritu en el 2022. Tras 16 horas de viaje por carretera, el bus se iba acercando y, mientras observaba el paisaje por las ventanas del transporte, fue invadido por sentimientos abrumadores. “Todavía no llegaba y la emoción ya se había apoderado de mí. Empecé a llorar como un niño. Por fin estaba en el lugar del que había escuchado tanto durante toda mi vida”, expresa.

Fue allí donde, revisando actos de matrimonio, partidas de nacimiento, de bautizo y certificados de defunción, entre otros documentos, descubrió que tenía una gran cantidad de parientes lejanos en el pueblo de Huancavelica y decidió armar el árbol genealógico de un grupo considerable de residentes del pueblo. “En Caja Espíritu es normal que se llamen tío o primo de cariño, pero en realidad, algunos de ellos, sí eran familia y no lo sabían hasta que les armé su árbol”, señala. 

De regreso a sus raíces

Camilo indica que encuentra un sentido de pertenencia en el Perú, en su cultura, en las personas y, sobre todo, en su familia paterna. Sin embargo, añade que vivió un período de incertidumbre cuando no pudo viajar por tres años consecutivos a nuestro país. Cuestiones económicas de por medio, estaba enfocado en estudiar, le era difícil socializar, y sumado a que su padre se había mudado al Perú, no tenía amigos latinos. Desde los 14 hasta los 17 años experimentó la sensación de estar desconectado del mundo e incluso dejó de hablar el castellano con fluidez. 

Cuando cumplió dieciocho años supo que no podía seguir alejado de su cultura y empezó a tomar clases de castellano para reconectarse con sus raíces. “Mi subconsciente siempre supo que viviría aquí y fue la mejor decisión que pude haber tomado: no habría encontrado mi pasión por la genealogía”, afirma.

En Lima, formó un vínculo mucho más estrecho con su abuela, pues era quien resolvía sus inquietudes sobre Caja Espíritu. Luego de cuatro años en Lima, y de haber conocido más sobre sus raíces, Camilo se dio cuenta de que escuchar relatos del pasado ya no era suficiente. Necesitaba conocer aquel pueblo mágico que vio nacer a dos de las mujeres más importantes en su vida. Por ello, decidió viajar a Huancavelica. Ya no estaba su bisabuela ‘Mamá Oli’, pero sí su abuela y le pidió a ella que lo acompañe, pero no quiso. “Mi abuela se sentía muy orgullosa de Caja Espíritu, pero no deseaba volver, pues le daba mucha tristeza ver cómo estaba su pueblo, tan olvidado, casi un pueblo fantasma”, indica. 

Fue entonces cuando Camilo decidió contactar por redes sociales a personas originarias de Caja Espíritu o a familiares de estos. Luego de algunos meses de coordinaciones viajó para encontrarse con nietos e hijos de los vecinos de su bisabuela. Camilo cuenta que fue muy bien recibido. No tardaron en ofrecerle su ayuda e incluso un paseo por el pueblo luego de mencionar que era el bisnieto de Doña Delia Olivia Carrasco Oré o ‘Mamá Oli’. Menciona que tanto los residentes como los familiares que no viven más en el pueblo recuerdan con cariño a su bisabuela al considerarla una mujer amable y trabajadora, que enviudó a los 35 años y con siete hijos a los que tuvo que criar y educar. 

El nieto del pueblo 

Camilo visita Caja Espíritu con frecuencia y refiere que es como un pueblo fantasma. “Hoy en día tiene menos de 300 habitantes. Los más jóvenes suelen irse cuando crecen. Los vecinos encuentran cerámicas preincaicas en sus chacras y también hay pinturas rupestres”. Comenta con tristeza que las autoridades no muestran interés por Caja Espíritu y es común que personas extrañas, mayormente de Lima, lleguen al pueblo para comprar las cerámicas por un precio irrisorio. 

Ahora Camilo está organizando un proyecto personal: busca llevar amigos a Caja Espíritu para que conozcan más sobre la historia del pueblo y así generar turismo sostenible. Además, desde su página de Instagram @_raicesraices también se encarga de informar sobre la historia del lugar. “Cuando voy los residentes me dicen ‘Qué bueno que te intereses por el pueblo y por nosotros’, pero no deben agradecerme, porque es mi deber como nieto del pueblo”, sostiene. 

Ha conocido a otras personas cuyos abuelos nacieron en Caja Espíritu y que han visitado el pueblo de manera esporádica, pero los vínculos más cercanos que cultiva son con los ancianos. “Si algún día vas a Caja Espíritu y preguntas por mí te van a decir que estoy con Mamá Rosa o con Don Serapio. Siento que soy más compatible con los ancianos porque a ellos les gusta mucho hablar y para mí es un honor escucharlos”, afirma. 

A Camilo le pareció inaudito que en Caja Espíritu haya niños que no pueden hablar con sus abuelos porque no saben quechua. Apunta que algunas personas adultas mayores, sobre todo mujeres, tampoco hablan castellano, o no con tanta fluidez. Y esos vacíos provocan una incomunicación en las propias familias. Pese a que Camilo no es quechuahablante, entiende un 60% del quechua que se habla en el pueblo. 

Camilo Dolorier con Samuel de la Cruz Vargas y Marciana Ccatamayo Oré, amigos de su abuela paterna, quienes abastecieron la alacena de su familia en Lima cuando pasaban por una época de escasez. Foto: archivo personal. 
Camilo Dolorier con don Serapio Vargas Salvatierra, el hombre más longevo del pueblo de Caja Espíritu. Cumple 100 en el 2024. Foto: Archivo personal. 

Caja Espíritu y la belleza en el olvido

“La casa de mi bisabuela ha permanecido cerrada por décadas, está en ruinas, pero yo no me enfoco en lo estético sino en lo que fue, lo que significó y lo que puede ser y significará esa casa”. Camilo se considera una persona optimista y revela que gracias a los ingresos que recibe por los árboles genealógicos que elabora está creando un fondo para poder comprar la casa y remodelarla. Tal vez en unos años decida vivir allí.

Los residentes de Caja Espíritu estiman a Camilo y en más de una ocasión le han pedido que se postule como alcalde. Él aclara que es una invitación que no puede aceptar, pues no ha nacido ahí y no habla quechua, pese a que lo entiende. “Mi deseo es que la cultura de Caja Espíritu no se olvide y que mi trabajo con todos los árboles genealógicos que he construido en el pueblo no sea en vano, sino que sea de fácil acceso para que todos conozcan los lazos que los unen como parientes lejanos. Por eso me gustaría construir un espacio cultural o una biblioteca en donde todos puedan ir siempre”.

Camilo confiesa uno de sus anhelos más caros: ser maestro de la historia de Caja Espíritu en las escuelas del pueblo. “Los profesores pueden tocar algunos temas relevantes, pero no profundizan, y cuando los niños crecen se van del pueblo, se olvidan. Mi idea es formar en ellos un sentido de pertenencia, que lleven su historia y sus raíces consigo a donde vayan”.

Camilo Dolorier con Rosa Basilio Sánchez, una de sus amigas más cercanas. Tiene 85 años y solo habla quechua. Foto: Archivo personal. 

La genealogía y el respeto por la verdad 

La terapia psicológica siempre ha sido una parte importante en la vida de Camilo, pero cobró un sentido distinto cuando empezó a desarrollarse como genealogista. De no haber tenido este apoyo no habría encontrado el coraje para comunicar a sus clientes los hallazgos sobre la historia de sus antepasados, lo cual resultaría inaudito pues Camilo explica que la genealogía se basa en encontrar y transmitir la verdad de los hechos. 

“Mi trabajo exige mucho tacto, respeto y sensibilidad”. Señala que en sus investigaciones ha descubierto temas que pueden herir susceptibilidades. En ese sentido, Camilo aclara que «no somos nuestros ancestros y es importante hacerle saber eso a las personas, pero también es importante reconocer las cosas malas que llegaron a hacer en sus vidas”.   

Camilo también declara que en algunas oportunidades ha tenido clientes que solo buscan “confirmar sus teorías” sobre parientes españoles, italianos o de países donde predomine el color de piel más claro. “Vienen con historias que se cuentan de generación en generación. Por ejemplo, que la bisabuela era española solo porque tenía ojos azules y no era así. Entonces hay que romper esas ideas erróneas de que el fenotipo de la persona está relacionado a su raza o linaje».

“Considero que en las escuelas hay poco énfasis en la enseñanza de la historia del Perú y es por esto que subsiste una ignorancia colectiva y los chicos buscan blanquear sus historias familiares, pero es importante reconocer de dónde venimos, abrazar todas las ramas de nuestro árbol familiar. Es lo mínimo que podemos hacer”, puntualiza.