El 21 de diciembre del 2013, en El Gigante de Los Olivos, se realizó la decimocuarta edición del festival Rock en el Parque. Los fanáticos ignoraban que ese sería el último concierto de la década. Sus esperanzas de volver a escuchar a sus bandas favoritas se desvanecían con cada año de silencio… Hasta que por fin llegó noviembre de 2022. Tras nueve años de espera, los organizadores anunciaron un nuevo concierto para celebrar el vigésimo aniversario de lo que la tribu rockera local considera un hecho histórico. Exploremos aquí cómo nació el evento que marcó a más de una generación de amantes del punk rock, el hardcore y el metal.
Es difícil creer que un evento tan añorado por años como Rock en el Parque haya sido fruto de la casualidad. Pero así fue. En 2001, Javier Chunga tenía 30 años, era músico, guitarrista de la banda Mamani y trabajaba en la producción de conciertos de rock. “Para dedicarte a la música no solo debes tocar un instrumento, también debes aprender todo lo que rodea a esta industria: producción musical, organización de conciertos, ingeniería de sonido y marketing”, explica Chunga con su vasta experiencia.
En abril de 2001, Julio Vásquez, su amigo y mentor, lo llamó por teléfono para coordinar la producción de los conciertos que trabajaban juntos. Le pidió, además, pactar una reunión. Ambos se habían conocido en 1998, cuando Javier ayudaba en la organización del festival Anti-Miseria. Julio era uno de los responsables de este evento. Esa relación de alumno-maestro forjó una amistad duradera. A finales de los noventa, mientras Julio trabajaba como manager de La Sarita, se aseguraba de contar con Javier, quien paulatinamente a empezó a descubrir el mundo que existía detrás de cada concierto.
Pero en esa llamada de abril hubo un detalle adicional. Julio le contó que meses atrás había solicitado a la Municipalidad de Lima un permiso para organizar un concierto de rock en el Parque de la Exposición. Este era un lugar en donde solo se presentaban artistas consagrados. No tenía muchas expectativas, pero sabía también que al menos debía intentarlo. Aunque tardaron en responderle, la espera valió la pena.
“La Municipalidad había aprobado dos fechas para el festival en el Parque de la Exposición. Nos sorprendió. No había tiempo ni dinero. Por eso Julio me llamó para que lo ayudara en la logística y en la producción del primer y el segundo concierto de Rock en el Parque”, recuerda Javier Chunga. Fue así como una amistad, el azar y una pasión compartida por el rock fueron los cimientos de este festival.
En poco más de un mes, el equipo organizador, conformado por Javier Chunga, Julio Vásquez y Rubén Ramírez, debía cumplir con dos tareas complejas: producir y financiar los conciertos del 16 de junio y del 7 de julio del 2001. Eso implicaba conseguir una serie de permisos, convocar a las bandas, captar la publicidad y, sobre todo, entrar en el mercado de los conciertos masivos. La verdad: era un trabajo que requería más de dos meses de preparación. El tiempo era escaso y el dinero, también. Los ahorros de los tres no cubrían ni la mitad de los gastos. Tuvieron que recurrir a los préstamos de amigos y familiares.
Al final, los obstáculos no impidieron que el día llegara. El 16 de junio de 2001, a las 5 de la tarde, comenzó la primera edición de Rock en el Parque. Tenían permiso de la Municipalidad para tocar hasta la medianoche. Ni un minuto más. No había restricción de edad para comprar la entrada de 5 soles. Asistieron al concierto 1500 personas. Para Julio, Javier y Rubén era un alivio económico, pero faltaba otro asunto igual de importante: cumplir con las expectativas del público.
Javier y Julio esperaban ver a las caras de siempre: adultos de la movida rockera de los noventa y fines de los ochenta. Sin embargo, la sorpresa de ambos fue mayor al ver a una generación de adolescentes entre los 15 a 19 años desbordando todo el recinto. “Era algo nuevo e inesperado, me alegró mucho ver a tantos jóvenes, harto chibolo, que conocían y apoyaban este tipo de música”, recuerda Chunga. La primera edición de Rock en el Parque fue un éxito económico y, sobre todo, se ganó el reconocimiento del público y de las bandas que participaron.
Póster del segundo concierto de Rock en el Parque (2001). Archivo: La Mula.Pe.
Menos de un mes después se realizó la segunda edición. Hubo más tiempo para la organización y mayor financiamiento. Pasaron de 1500 a 3500 asistentes. Nuevamente, el público protagonista estaba conformado por adolescentes y jóvenes que disfrutaban el punk rock, el hardcore y el metal tanto de las bandas consagradas como de las emergentes.
Y este furor juvenil podía explicarse por distintas razones. Aquí algunas: la popularidad y el prestigio que iba adquiriendo Rock en el Parque se debía en parte al precio de entrada, este era accesible al público más modesto, era un evento democrático, al alcance de todos. Y, por otro lado, la organización precisa en los horarios de entrada y salida de las bandas. No se dejó nada en manos de la improvisación o el azar. Daba gusto asistir a un evento tan bien organizado. Daniel Valdivia Fernández, más conocido como Daniel F, recuerda con agrado haber participado en la segunda edición del festival.
Daniel F conoció a Javier Chunga a finales de los noventa, cuando los festivales se volvían más habituales en la escena rockera limeña. No era algo extraño. “Muchas bandas se conocían entre sí porque el circuito rockero era muy pequeño”, relata el vocalista de Leusemia.
Luego de su primera presentación, la noche del 7 de julio del 2001, él salió satisfecho de aquel festival. “Era uno de verdad, uno que disfrutabas y donde valía la pena ir a cantar”, destaca Daniel F. Y no era para menos. En su trayectoria recuerda haber participado en algún que otro evento caótico, “donde todo era un desquicio, donde siempre imperaba el desorden”. Los conciertos se demoraban innecesariamente por la desorganización y la incompetencia de los productores. Cansado de esperar, el público insultaba y arrojaba latas de cerveza al escenario. A las bandas no les pagan lo que les correspondía. Por esos años era muy difícil que los artistas pudieran subsistir de su música.
Sin embargo, desde un principio, Rock en el Parque cambió esa perspectiva. Se diferenció de otras producciones por su impecable organización tanto fuera como dentro del escenario. “Disfruté mucho trabajando con Chunga en ese festival: ahí sí había respeto al público y a los artistas. Por ese motivo, muchas bandas, Leusemia y yo, volvíamos con gusto a trabajar en las siguientes ediciones del festival Rock en el Parque”, enfatiza Daniel F.
Una ley que les movió el piso
En la primera década del siglo XXI, Rock en el Parque continuó ampliando su popularidad y reconocimiento entre los fanáticos y las bandas. Aunque su nombre se debía a la idea primigenia de realizarlo cada año en el Parque de la Exposición, las restricciones en el horario de reserva de dicho local, y la necesidad de un mayor aforo, obligaron a los productores a cambiar el escenario de las siguientes ediciones.
Cada concierto demandaba una mayor logística para la comodidad del público y de las bandas. En cada presentación había que modificar y rehacer todo, desde los cimientos.
Pese al apoyo del público maduro y a las nuevas generaciones que asistían a las ediciones del festival, los conciertos eran como montañas rusas: había puntos altos y bajos, expectativas cumplidas o decepciones insospechadas, y mucho dinero en juego. Nada estaba seguro y eso se debía a cierta ley que lo cambió todo.
A finales del 2007, una ley eliminó un impuesto municipal y redujo del 30 al 15% el impuesto a la renta que debían pagar las bandas extranjeras que se presentaran en el Perú. Esta norma propició una ola de conciertos masivos de diferentes géneros. En 2008, cantantes y bandas de rock como Bryan Adams, R.E.M, Soda Stereo, Megadeth, entre otros, colmaron estadios y explanadas con público peruano. Esta oferta abrió un nuevo mercado para el consumo del rock en el Perú y, al mismo tiempo, creó una competencia para los productores de eventos locales que tenían que enfrentarse a monstruos de talla mundial.
En los siguientes años, Rock en el Parque estaba, literalmente, a merced de una montaña rusa. Podía descender por una pendiente turbulenta y luego elevarse sobre una loma esperanzadora. Aquello afectó la participación del público y, por ende, la rentabilidad económica del festival. Había comenzado su paulatino declive. “Las ganancias apenas cubrían la inversión. Cada vez era más difícil organizar un evento. Primero debíamos recuperarnos económicamente”, confiesa Javier Chunga con amargura.
No había razón para continuar con un evento que era como lanzar una moneda al aire con la certeza de si salía cara o si salía sello, cualquiera de las dos opciones era sinónimo de inconformidad. A pesar de exiguas ganancias, la persistencia y la pasión de los productores permitieron que Rock en el Parque continuara con otras ediciones para el disfrute del público incondicional y de las bandas locales.
«Cualquier otro negocio o trabajo iba a ser mucho más beneficioso que organizar aquel festival. Sin embargo, cuando llegaba el día del concierto, la energía del público al interactuar con sus bandas de rock favoritas era muy gratificante. Lo hacíamos por pasión a nuestro arte, al público y al desarrollo de nuestras bandas de rock alternativo «, afirma con orgullo el productor de Rock en el Parque. Aunque era ilógico, tenía razón. Esa relación entre el público y las bandas no tenía precio, era un sentimiento catártico, adictivo y sumamente pasional.
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Diana Joseli es socióloga de la PUCP e investigadora del rock peruano. Cuando tenía 14 años poco le interesaban las dos horas de viaje entre San Juan de Lurigancho y Los Olivos. Junto a dos amigas de su colegio, llegó a las 5 de la tarde al local donde iba a empezar otra versión de Rock en el Parque. Era la primera vez que asistían a un concierto. Diana recuerda el humo de los cigarrillos, las latas de cervezas regadas en el piso, las pancartas que los fanáticos habían llevado de sus grupos favoritos, las luces espectaculares del escenario, los pogos y, sobre todo, el mar de adolescentes reunidos para escuchar a sus bandas preferidas.
Aquel concierto, fue una experiencia inolvidable para Diana, sus amigas y muchos otros jóvenes que lograron escuchar en vivo a aquellas bandas que solo conocían por algún CD que compraban en lugares caleta. Y esto fue posible gracias a la insistencia, ilógica y pasional, de los productores de continuar con un festival que ya contaba con sus últimos años.
Rock en el Parque: 20 aniversario de una pasión
Todo lo que sube tiene que bajar. Es una ley de la gravedad y de la vida. La idea originaria de Rock en el Parque era invitar a las bandas emergentes de rock alternativo para que se dieran a conocer al público. Esta iba a ser la vitrina que les permitiría dedicarse profesionalmente a la música. Sin embargo, con la sucesión de las ediciones, este ideal fue desapareciendo.
Rock en el Parque aún seguía siendo popular y reconocido por el público, pero la pasión de los productores para organizar este festival ya no era el mismo de las primeras versiones. Los conciertos se volvían cada vez más monótonos. La idea originaria de este evento se fue diluyendo con el paso del tiempo: se contrataba a las mismas bandas de siempre porque eran las que aseguraban el éxito del festival. Encima estaba la competencia de los megaconciertos de las estrellas internacionales. Ambos factores desencadenaron la suspensión de Rock en el Parque. La última presentación, el decimocuarto del festival, fue el sábado 21 de diciembre del 2013.
“No quedaba otra alternativa. Estábamos cansados. Queríamos ver nuevas bandas de calidad en el escenario, pero no hubo un recambio generacional, como sí ocurrió a inicios del milenio. No podíamos poner a cualquiera”, precisa Chunga.
Muchos dieron por concluida la era de Rock en el Parque. Los más optimistas habían perdido las esperanzas de que volviera ese añorado festival. En los vídeos de pogos de ese festival subidos a YouTube, algunos recordaban sus anécdotas en la caja de comentarios. En las fotos publicadas en Facebook, otros etiquetaban a los amigos que conocieron en alguna edición del evento. Todos compartían el mismo común denominador: escribir los mismos verbos en pasado para referirse a Rock en el Parque.
Para Chunga y los otros productores siempre estuvo abierta la posibilidad de organizar otra vez Rock en el Parque. Con la pandemia, el Zoom habilitó los espacios para que muchos artistas se presenten en conciertos en solitario frente a una pantalla. Propuestas no les faltaron a los productores para presentar el vigésimo aniversario de Rock en el Parque de manera virtual. Sin embargo, la experiencia de Javier Chunga como guitarrista de Aeropajitas, en conciertos por Zoom, lo llevó a esta conclusión. “Un concierto tienes que disfrutarlo en vivo, sentirlo y contemplarlo, sino escucha Spotify”.
Superada la emergencia sanitaria, los conciertos de rock volvieron a ser lo que eran antes: las aglomeraciones, los pogos y la música en vivo. Con ello, Javier Chunga, junto con sus amigos Julio Vásquez, Mauricio Llona y Alex Atkins, organizaron la edición Rock en el Parque: 20 aniversario. «Luego de nueve años, nos volvimos a organizar para presentar el vigésimo aniversario de Rock en el Parque. Nos hemos arriesgado, porque invertimos todo para una mayor calidad, queremos que sea otro nivel de experiencia», afirma Chunga emocionado.
Tras estos años en pausa, sumados al confinamiento de la pandemia, Rock en el Parque tenía que evolucionar no solo en la parte técnica, sino también en lo musical. La esencia de bandas punk rock, hardcore y metal, que caracterizaba a este festival, tuvo que ampliarse a otras variantes del género. La idea es incluir a la mayor cantidad de bandas emergentes del medio local con el fin de apoyarlas, tras la pandemia del Covid-19. No sabemos si esta edición del festival será la que ponga fin a un ciclo o si se trata del comienzo de una nueva etapa que busca reencontrarse con las nuevas generaciones amantes del rock. Será decisiva tanto la participación del público como el surgimiento de nuevas bandas y la vigencia de las consagradas.
Hay que destacar que Rock en el Parque no solo surgió por una pasión, sino también por una carencia. Los conciertos peruanos de los noventa no destacaban por su logística ni por la comodidad del público y de las bandas. Javier Chunga era consciente de este problema. Cuando vivió años en Montreal, entre 1994 y 1996, aprendió mucho de la industria musical rockera canadiense. Tanto la producción previa como la organización dentro y fuera de los escenarios eran piezas fundamentales para garantizar un espectáculo impecable. Estos conciertos reunían tanto a bandas locales como a extranjeras, que atraían a públicos diversos. “Estaba fascinado. Quería aprender todo acerca de la producción y la organización de esos conciertos y tratar, en la medida de mis posibilidades, de replicarlos aquí, en el Perú”, refiere Chunga, el guitarrista de Aeropajitas.
Casi dos décadas después, reflexiona sobre la última versión del festival que organizó en noviembre. “Con este evento hemos buscado poner nuestro granito de arena en la formación de una industria del rock peruano. La idea es dejar de ser varios grupos de bandas que trabajan por su cuenta. Y empezar entre todos a crear aquella industria con conciertos y festivales masivos. Sé que es una meta muy alta, pero si no es así uno se queda en la mediocridad”, finaliza Javier Chunga, optimista como siempre.
Javier Chunga, guitarrista de Aeropajitas, en el 20 aniversario de Diazepunk. Instagram (chungaveitz)