Más de dos mil familias viven en los 33 edificios de esta unidad vecinal que fue construida para la clase media limeña. Desde su inauguración, hace 56 años, estudiantes de Arquitectura de distintos países han llegado hasta la Residencial San Felipe, ‘La Resi’, para estudiarla como una joya del diseño urbano. Este reportaje destaca la singularidad de un complejo habitacional rodeado de bellos jardines y árboles frondosos, con espacios públicos para el encuentro de los vecinos, con áreas para el deporte y todo tipo de negocios y establecimientos que la convierten en una ciudadela segura y envidiable. Las calles y pasillos de ‘La Resi’ conectan sus edificios y las historias de sus familias. Para todas ellas este lugar es más que un barrio, es la casa grande donde da gusto vivir.
Pancho Guerra García bromea cuando asegura que él es el vecino más antiguo de La Resi. Llegó en 1966, el año en el que Fernando Belaúnde Terry inauguró este ambicioso proyecto habitacional dirigido a una clase media limeña cada vez más numerosa. “Yo creo que soy la persona más pequeña que llegó a la residencial y que sigue viviendo acá. Me he puesto esa condecoración”, afirma Pancho con orgullo.
Llegó a esta casa gracias a la iniciativa de su padre, quien se inscribió en un concurso público para la compra de los primeros departamentos de la residencial durante el primer gobierno de Fernando Belaúnde. Fue una convocatoria dirigida a los trabajadores del sector público. El padre de Pancho participó y consiguió esta casa ubicada en el corazón de La Resi.
La misma fortuna tuvo Esther Paredes, quien compró un departamento en el piso número doce del edificio Los Sauces, en la tercera etapa de la residencial, la última en construirse. “Yo trabajaba en el Ministerio de Vivienda y cuando salió la convocatoria, mi papá me motivó a postular. Presenté todos mis papeles y el año 1971 ya tenía mi departamento”, recuerda Esther con nostalgia. Tanto Esther como Pancho se reconocen a sí mismos como los pioneros de La Resi, como los más antiguos y como los que ahora más que nunca, disfrutan del sosiego que irradia este lugar.
Cuando la residencial dejó de ser el Hipódromo de San Felipe
En julio del año 1962, el General EP Ricardo Pérez Godoy, entonces presidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, dio un golpe de Estado contra el gobierno de Manuel Prado Ugarteche, quien estaba a punto de terminar su mandato. Pérez Godoy presidió un gobierno de transición que duró un año y en ese lapso creó la Junta Nacional de la Vivienda. Una de sus primeras medidas fue destinar los terrenos del Hipódromo de San Felipe a la construcción de un conjunto residencial cuyos detalles hasta ese momento eran completamente desconocidos.
En 1960, dos años antes de la decisión tomada por Pérez Godoy, el Hipódromo de San Felipe se había mudado a un local en construcción llamado Jockey Club, ubicado en Monterrico. Así, el terreno quedó disponible para la construcción de lo que Pancho denomina un “monumento a la clase media”: la Residencial San Felipe.
Los vestigios de ese hipódromo aparecen en los mejores recuerdos de infancia de Pancho Guerra-García. Él y sus seis hermanos salían a buscar restos de herraduras por cada rincón de la residencial. Una vez encontraron el cráneo de un caballo enterrado en un jardín. “Mi mejor recuerdo es ver a San Felipe como un lugar donde los niños podían ser libres, donde podíamos correr, jugar y descubrir. Es lo que hasta ahora recuerdo con alegría”, sostiene.
En principio, el área del complejo habitacional tenía 37 hectáreas disponibles. La administración de Belaúnde decidió asignarle 10 a las Fuerzas Armadas y 1 a la Sociedad Central Japonesa. En las 26 hectáreas restantes se levantó esta gran unidad vecinal que buscaba poner en práctica los nuevos conceptos de modernidad urbanística que también se aplicaban en otros países de América Latina.
La construcción de La Resi en tres etapas
Este complejo habitacional fue construido a partir de las propuestas de tres equipos de arquitectos. El presidente Belaúnde asignó un área a cada uno de ellos. La primera, la zona en la que ahora vive Pancho junto a su hijo y sus sobrinos, fue construida por Enrique Ciriani y Mario Bernuy en el extremo suroeste de la residencial. Durante la construcción de esta primera etapa, en 1964, el gobierno decidió construir un segundo complejo de viviendas a un menor costo, además de una oferta de servicios básicos de educación, comercio y servicios.
Así, en 1965, se inició la construcción de la segunda etapa de La Resi. Esta estuvo a cargo de los arquitectos Jacques Crousse y Oswaldo Núñez. A esta zona llegó en 1977 José Luis Arias y su familia. Su propósito no era vivir aquí, sino sacar adelante uno de los tres locales comerciales más antiguos de San Felipe: Pollos Rey. “Cuando mi padre llegó a esta parte de la residencial, era una zona desierta, transitaba muy poca gente”, recuerda José Luis.
Pollos Rey comenzó como una avícola en 1977. Luego pasó a ser una bodega y con el transcurrir del tiempo empezó a vender sus incomparables sánguches que hasta el día de hoy son los preferidos de su variada clientela. “Yo tenía cinco años cuando comencé a venir a San Felipe. No he vivido aquí, pero este es mi barrio. Yo pasaba más tiempo acá que en mi casa. Yo soy de San Felipe”, sostiene.
Desde hace 20 años, José Luis se encarga del restaurante. Durante este lapso varias generaciones de vecinos han llegado a su local. “A veces viene un cliente que de niño comía acá y ahora regresa con sus hijos y les cuenta de sus anécdotas en Pollos Rey. Eso me emociona mucho”, confiesa José Luis con alegría.
La tercera etapa de la residencial estuvo a cargo de Luis Vásquez y Víctor Smirnoff. Esta es la zona más próxima a las avenidas Salaverry y Huiracocha. En 1971 llegó aquí Esther Paredes. Ella ha cumplido 51 años de sanfelipana y asegura que no hay otro lugar más sereno y seguro que San Felipe. “Estoy muy feliz y tranquila aquí. Disfruto mucho del espacio, es muy agradable. Le tengo mucho cariño”, sostiene Esther.
Pero Esther también es consciente de lo mucho que se puede hacer para mejorar el aspecto de su barrio. Menciona los jardines, por ejemplo. “Con el paso de los años se ha abandonado el cuidado de las plantas. Ahora está peor que nunca”, afirma y luego reconoce que este tema interesa poco a los vecinos.
José Luis tiene una opinión distinta. Para él los vecinos sí se organizan para velar por el cuidado de los jardines y la seguridad urbana. “Yo sé que hay cosas por mejorar, pero los vecinos son muy activos para cuidar la residencial”, asegura José Luis.
La organización vecinal y el sentir ciudadano
Mariella Stuart, integrante del comité gestor de la Residencial San Felipe y de la colectiva ambientalista San Felipe Verde, tiene una postura parecida a la de Esther. Ella creó el comité gestor en 2021 y sostiene que el apoyo de los vecinos es muy limitado. “Nosotros queremos organizar actividades culturales y de entretenimiento para los sanfelipanos, pero los vecinos no se involucran”, asegura.
Ferias y festivales son algunas de las actividades que Mariella, vecina de La Resi desde hace 35 años, busca organizar a mediano plazo. “Luego de la pandemia los vecinos sienten la necesidad de integrarse y distraerse, por eso busco la organización de esos encuentros”, explica Mariella.
Mientras este comité gestor planea la organización de actividades de esparcimiento, una forma de organización paralela de La Resi son las juntas vecinales. Desde los años ochenta Ángel Alarcón es uno de los líderes de estas juntas. Él llegó a la residencial en 1982 y no ha dejado de trabajar a favor de la seguridad de sus vecinos.
A esta bodega llegan a diario decenas de vecinos que conocen a Ángel desde hace muchos años. Su bodega se ha vuelto también un punto de encuentro. “Esta tiendita es el rincón crema de la residencial. Cuando juega la ´U´ todos los hinchas vienen acá y celebramos juntos, así ha sido siempre”, relata con satisfacción.
Este sentimiento de identidad se ve en muchos rincones de La Resi. El nido “San Judas Tadeo” es uno de ellos. Liliana López, Alicia De la Cruz y Marita Vidal son las profesoras más antiguas de este centro educativo. Llegaron a La Resi a inicios de los años noventa y han enseñado a varias generaciones de niños. Algunos de ellos han regresado al nido para matricular a sus hijos. “La primera vez que un exalumno mío llegó para dejar a su hijo y preguntó por mí, me conmovió hasta las lágrimas. Algo habré hecho bien para que traiga a su pequeño”, recuerda Liliana con emoción.
Para Marita, la emoción es similar. Son incontables las anécdotas que ha vivido en este nido. “Cuando llegué al colegio no estaba como lo vemos ahora. Faltaba mucho por construir. Nosotras, las profesoras, ayudamos a sacarlo adelante”, refiere Marita. Al igual que los otros entrevistados, ella encuentra en La Resi una tranquilidad que no encuentra en ningún otro lugar de Lima.
En efecto: la belleza arquitectónica de los edificios, la paz que se respira en los jardines, la variedad de pequeños comercios y otros atractivos convierten la residencial en un lugar único. “Yo le tengo mucho cariño a San Felipe, vengo acá desde hace muchos años y cada día estoy más agradecida de trabajar en un lugar como este que es tan bueno para nuestros niños y para los padres de familia”, afirma Marita.
Alicia trae a colación una serie de recuerdos más recientes: la adaptación a la virtualidad durante la pandemia del Covid-19. Para esta profesora, los esfuerzos que realizó el cuerpo docente de este nido fueron enormes. “Nunca habíamos pasado por algo así. Tantos años estando cerca de los pequeños y llegó la pandemia y muchos ni siquiera podían conocer el colegio ni la residencial”, afirma Alicia.
Afortunadamente, en los últimos meses esta situación ha cambiado. “Ahora los padres de familia y los niños se involucran mucho más en nuestras actividades”, afirma. Hace unos días los padres ayudaron a pintar murales en la fachada del colegio. Actividades como esta refuerzan la identidad de la comunidad escolar dentro de La Resi.
Algunos mitos sobre La Resi
“La gente dice por acá que Yma Sumac venía a San Felipe, que paraba por acá”, cuenta Pancho con entusiasmo. La famosa cantante peruana de talla mundial tenía una amiga que vivía en la residencial y, según cuentan los vecinos, durante los años ochenta se la veía muy seguido caminando por los jardines. “Hace muchos años fui a buscar a la amiga de Yma Sumac y le pregunté por ella. Me dijo que buscaría fotografías de ella, pero no volví. La señora ya falleció”, recuerda Pancho con pena. No existen pruebas documentadas acerca de las visitas de la cantante, pero sí está escrito en la memoria de muchos vecinos.
«A esos que solo viven
en su casa
y que solo salen
a trabajar
les comunico
que mi corazón
ha quedado desparramado
en el ingreso 4
y no lo puedo recoger.»
Poema del libro ‘’San Felipe Blues‘’ de Bruno Mendizábal, año 2004
Algunos vecinos aseguran que el expresidente Fernando Belaunde, tras volver del exilio en 1976, solía pasear por la residencial para ver cómo había quedado una de sus obras maestras. “Dicen por ahí que Belaúnde vino varias veces de madrugada y que caminaba por aquí como quien supervisa San Felipe”, sostiene Pancho. Esta historia también la repiten Liliana, Marita y Alicia, quienes aseguran haber visto al exmandatario caminando entre los edificios del complejo habitacional.
“Yo recuerdo que un día alguien tocó la puerta y cuando la abrí, era el expresidente Belaúnde. No podía creer lo que estaba viendo”, cuenta Liliana. El arquitecto llegó al nido como parte de un recorrido por varios establecimientos para ver si los trabajadores y los vecinos estaban disfrutando de su construcción, recuerda la profesora de educación inicial.
Miles de historias se entrelazan día a día en la Residencial San Felipe. Todas ellas tienen algo en común: el amor por el barrio. Este es el hilo conductor de las historias de Pancho, Esther, Mariella, Ángel, José Luis, Marita, Liliana y Alicia. Para los ocho la Resi ha sido el mejor escenario que podían anhelar para el diario transcurrir de sus vidas.