Renzo Uccelli fue un montañista que aprendió a fotografiar para mostrar a otros aquello que lo conmovía. Realizó muchas expediciones, las más importantes fueron a la Antártida, los Alpes, el Himalaya, el Huascarán y el Alpamayo. El fotógrafo que hizo el registro más original de los nevados antes de los deshielos provocados por el calentamiento global, murió mientras, desde una avioneta, captaba imágenes de la Cordillera Azul de Ucayali. Esta es la historia del hombre que contribuyó a que se pusiera la primera bandera peruana en el Himalaya.
Por: Carlos Portugal
Portada: Archivo personal
La avioneta apareció al séptimo día. El modelo Cessna TU206G de la compañía Aeropantanal, en la que viajaban dos camarógrafos, un fotógrafo y el piloto, se había estrellado contra una montaña en la Cordillera Azul, en Ucayali, un 7 de diciembre de 2002. Según pericias técnicas la nave jamás debió despegar para hacer ese registro de aerofotografía. Renzo Uccelli, el fotógrafo que estaba dentro, tampoco debió haber subido. En realidad, su trabajo para la empresa que lo contrató ya había terminado. Pero alguien no llegó a tiempo para volar, y él ocupó su lugar. No quería perderse la oportunidad de captar mejores imágenes del inmenso paisaje de la selva.
Alejandra Proaño recuerda ese 7 de diciembre. Por una llamada telefónica se enteró que Renzo, su esposo, era buscado en la selva por grupos de rescate. Su casa se volvió una base de operaciones a la que llegaban amigos y familiares. Medio país estaba pendiente de la búsqueda; el presidente Alejandro Toledo había declarado sobre las labores de rescate en televisión. Fueron días de angustia e incertidumbre, pero ella debía seguir levantándose por sus hijos: Luca, con apenas seis meses y Rafaella, de dos años.
Casi al final de la búsqueda le dijeron que habían avistado una bandera roja sobre la avioneta destruida, y que a lo mejor había sobrevivientes. Sin embargo, la ilusión no duró mucho. Un miércoles encontraron los cuerpos del piloto y sus tres pasajeros. Ese fin de semana los restos de Renzo fueron trasladados a Lima.
Han pasado trece años desde entonces y Alejandra Proaño está en la sala de su casa, sus hijos no tardan en llegar de clases. Sobre la mesita de centro descansan los libros que editó luego de la muerte de Renzo.
-Ese viaje era el tipo de trabajos que él disfrutaba. Recuerdo que un día antes de irse me dijo: “Me voy a sentar frente a la laguna de Yarinacocha para tomar una chela y de ahí ya estoy en la casa» -dice Alejandra mirando las fotografías de Renzo.
Antes de casarse, Renzo y Alejandra tuvieron largos compromisos. Si bien se conocieron en la universidad, empezaron a salir tiempo después, cuando se reencontraron tras una llamada de Renzo invitándola al cine. Por entonces él ya escalaba montañas.
-Yo miraba sus ojos cada vez que bajaba de la montaña, tenía una sonrisa que venía del alma. Mis amigas me preguntaban: ¿Cómo dejas que se arriesgue tanto? Y yo siempre pensaba: cómo le voy a decir que no, mira esa sonrisa.
Lo que a Alejandra le daba seguridad era la capacidad de Renzo para conocer sus propias limitaciones. “Cuando lo conocí era muy maduro, sabía muy bien cuando no seguir”. Este temple es el que hoy trata de transmitirle a Luca, su hijo, quien tiene la vena aventurera de su padre y hace downhill.
Cuando Renzo murió, Alejandra debió hacerse cargo del archivo fotográfico. Más de cuarenta mil imágenes que contaban una vida a través de un lente. Nevados. Paisajes del Perú. Rostros que Renzo vio desde cerca. “Era muy duro. Pero lo hice por mí, por él, por mis hijos”. La familia vivió un tiempo de la venta de ese archivo, pero Alejandra se propuso un reto mayor: publicar los libros que Renzo había dejado en proyectos. Así nacieron Apus: Montañas Sagradas del Perú (el libro de los nevados andinos antes de los efectos del calentamiento global), Perú: aire, tierra, agua, fuego y Perú: pares y paralelos. Los dos últimos con prólogos y textos de Fernando de Szyzlo, Manongo Mujica, Rafo León, Antonio Cisneros, Roberto Huarcaya, Eduardo Tokeshi y Rosa María Palacios. Gracias a Alejandra el trabajo de Renzo perdura.
-Esta es la forma en que mis hijos conocen a su padre -dice ella, mirando los libros que reposan tranquilos sobre la mesita, conformando una suerte de altar emocional.
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Esta ficha fue completada por Renzo Uccelli el mismo año en que falleció, la escribió para un portal latinoamericano de aventura y turismo:
Especialidad: Montañismo y alta montaña. Muy conocedor de la cordillera en Perú.
Edad: 36 años.
Experiencia: En los Andes sudamericanos, Europa e Himalaya.
Lugar de residencia: Lima, Perú.
Profesión / trabaja de: Comunicador social y fotógrafo.
Estudios o cursos: Curso Internacional de Rescate y Seguridad en Montaña.
Montaña favorita: Alpamayo.
Cumbres alcanzadas: Huascarán Sur y Norte, Alpamayo, Chopicalqui, Mont Blanc, Matterhorn, Chimborazo, Tocllaraju, Artesonraju, Parry y otras.
Primera cumbre: Santa Rosa, en la Cordillera Central, Perú.
Última cumbre: Volcán Cotopaxi, Ecuador.
Lugar favorito en la Tierra: Las montañas, en especial los Andes peruanos.
Mayor orgullo: «Mi hija Rafaella». «En montaña, la Pared Norte del Huascarán».
Próximo proyecto: Ascenso al Kilimanjaro, Tanzania.
Sueño: «Frecuentar las montañas siempre y libremente».
Frase de cabecera: «Lo visible le da la forma, lo invisible su valor». (Tao).
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En 2007 el fotógrafo Jaime Rázuri fue secuestrado por un movimiento palestino en la franja de Gaza durante siete días. A principios de los noventa Rázuri era el jefe de la agencia France Press y trabajó con Renzo durante dos años. Él ya había colaborado con suplementos de El Comercio, con Discovery en Español, con una sección de aventura del portal Terra Networks, y con la revista Travesías, de México, cuando decidió ser un freelancer. “Fue muy valiente para independizarse cuando nadie lo hacía”, recuerda Rázuri. Durante sus años en France Press cubrió principalmente temas políticos y sociales. “Tomaba riesgos, era muy ligado a su chamba”, refiere Rázuri. “Renzo quería mostrar lo que veía, por eso fotografiaba Sentía pasión por las montañas y la cámara era una herramienta para acercarlas a la gente”, añade. El último año, el 2002, fue muy prolífico para él. Junto con Gastón Acurio recorrió el país en una camioneta vieja para hacer el registro gráfico del primer libro que el cocinero publicó: Perú, una aventura culinaria.
Renzo experimentaba una carrera fotográfica ascendente. Sus fotografías no deben medirse desde la estética; el valor real en este caso, está en la cercanía. Vivencias inauditas para una persona común que cuando son capturadas resultan altamente conmovedoras. Muy pocos han llegado a puntos tan altos en la tierra: nevados del país, la Antártida (en dos oportunidades) y el Himalaya. Lo de Renzo no se basaba únicamente en llegar, sino en intentar compartirlo.
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Lo que sigue son extractos del diario personal de Renzo Uccelli durante la ascensión al Sisha Pangma, una de las catorce cumbres del Himalaya. Era la primera vez que un equipo peruano escalaba un nevado a 8000 metros sobre el nivel del mar. En los siguientes párrafos Renzo Uccelli -debido a problemas médicos- relata por qué decidió no continuar ascendiendo y optó por quedarse en el campo base, una decisión difícil en beneficio del equipo. Ese año, Perú 8 mil, el proyecto que Renzo lideraba como jefe de expedición, no alcanzaría la cumbre. Este es el diario:
21 de marzo del 2000.
Nadie mejor que Ale puede entender lo que significó partir ese sábado por la tarde desde Lima. Iniciar este viaje de escalada al Himalaya, viaje lleno de incertidumbres, y dejar a Ale con siete meses de embarazo fue muy difícil. Buscar alcanzar la cumbre de un ocho mil implica, sin duda, grandes riesgos. No importa cuánto esté uno seguro de si mismo o cuán confiado se esté de poder lograrlo, la montaña cuenta con sus propias reglas y siempre podrá más. Nadie puede ir a un ocho mil convencido de que nada habrá de pasarle, y el hecho de pensar en Ale y mi hija Rafaella me hace ver el desafío de manera distinta.
31 de marzo
Hoy caminé solo hacia la montaña. La meseta es inmensa y las distancias engañan. Un par de horas por las colinas- aunque apenas subí hasta los 5200 metros- me servirán de aclimatación. El Tíbet transmite una sensación de grandeza y soledad que solo he podido percibir en los Andes y en la enorme extensión de la Antártida. Por la tarde llegarán los yaks y mañana temprano subiremos todos hasta los 5620 metros del Campo Base Avanzado.
2 de abril
Ayer fue un día bastante fuerte. Se hizo el transporte del Campo Base al Campo Base Avanzado, a 5620 metros. Ocho horas con un fuerte viento y frío. Llegamos a las 5.45 de la tarde José y yo. Luego lo hicieron los demás. Todos estamos cansados. Tengo principios de hipotermia.
6 de abril
Siento la fatiga de la altitud y su maltrato aparece también en mi garganta. Tengo ampollas en ambos pies, con heridas abiertas y sangrantes. Mis labios inferiores están en mal estado y todos empezamos a oler mal. ¿Quién nos mandó a meternos en esto
Querida Rafaella:
Soy tu padre. Me encuentro en el Tíbet escalando una montaña cuyo nombre es Sisha Pangma. Extraño las pataditas que le das a tu mamá y ver su gran barriga agitarse constantemente por tus movimientos. En algunas semanas estaré contigo nuevamente y pronto verás la luz del mundo (…)
11 de abril
Todo amaneció cubierto de blanco y continúa nevando. No se ve la montaña y solo cabe esperar. La huella que trazamos hasta el Campo 1 debe haberse borrado y todo nuestro esfuerzo resulta ahora inútil. La nieve fresca será otra vez agotadora y peligrosa. Al parecer, Sisha Pangma quiere recordarnos que es ella quien manda.
En este momento nos encontramos dentro de las carpas. Es como estar prisionero y esperando ser liberado de una pequeña celda. La cárcel mayor es Sisha Pangma.
19 de abril
Descanso en el Campo Base Avanzado. Hablé extensamente con Ale. Rafaella tiene 35 semanas, se va acomodando y todo anda bien. El clima sigue malo e inestable. Mañana partiremos hacia la cumbre.
24 de abril
El día 23 salimos hacía el campo 3 a las 5.30 de la mañana con una temperatura de -30°C. Tuve problemas de frío en la zona genital y debí colocar un guante de plumas entre el pantalón de GoreTex y mi cuerpo, a modo de cobertor. El fuerte viento, la baja temperatura y el deseo de estar ligero de ropa ocasionaron el problema. Anduvimos dos horas por la planicie que se extiende a 7000 metros y sentí como si me hubiese quedado sin energía. La nieve honda, la altitud y el ritmo más rápido de José ( su compañero en el ascenso) acabaron por agotarme. Además, tenía un fuerte dolor en la columna y mi brazo derecho estaba casi inútil. Paraba constantemente y era como si hubiera perdido el ritmo al respirar. Fue difícil tomar la decisión de no continuar, pero sabía que estaba arriesgándome más de lo debido. A 7000 metros, una lágrima que brotó del corazón se congeló rápidamente, llevada por el viento. Años de esfuerzo y el gran sueño de pisar una cumbre de más de 8000 metros, y ahora, sin oxígeno y con dolor, todas mis ilusiones quedaban marginadas. Pero sabía que mi decisión de abandonar la aventura era la única correcta; lo contrario disminuía mucho las probabilidades de regresar con vida. Lo más duro era renunciar cuando la cumbre estaba a la vista; parecía tan cerca después de todo, y habíamos hecho un gran trabajo en la montaña.
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Luego del accidente, Ernesto Málaga le prometió a Alejandra que traería de vuelta el cuerpo de Renzo, su mejor amigo. Por eso Ernesto viajó como guía experto para ayudar a los rescatistas a encontrarlo. No fue fácil. No era la primera vez que estaba frente a un desastre: años atrás, cuando un avión de Expreso Aéreo explotó en Tingo María y tuvo que ayudar a mover los cuerpos, se sorprendió por su reacción calmada ante la muerte. Pero esta vez fue distinto. No pudo acercarse al encontrar la avioneta estrellada contra una montaña del Boquerón del Padre Abad. Lo único que quería era cumplir la promesa que le había hecho a Alejandra Proaño. Frente al cuerpo de Renzo, se quebró. Tiempo atrás, él le había salvado la vida dos veces cuando escalaban. Ahora Ernesto era quien había decidido rescatar a su mejor amigo.
Renzo y Ernesto se conocieron en San Bartolo. A los diez años salían juntos a practicar surf. Estudiaron la misma carrera, en la misma universidad. En esos años Renzo descubrió el montañismo e intentó que su amigo lo siguiera. Lo fue convenciendo hasta que ambos se volvieron adictos a las montañas. Formaron un club con otros amigos de la universidad. Escalar era algo que hacían juntos, una actividad que solo resultaba divertida al compartirla.
-El montañismo es un tema complejo si lo haces solo. Parte de lo divertido de escalar es la compañía -dice Ernesto Málaga en las oficinas de Perú 8 mil, que se parecen a una base de escaladores en algún nevado. Hoy Ernesto es uno de los directores. La empresa organiza carreras de aventura, escaladas al Everest y charlas donde comparten los conocimientos aprendidos en la montaña.
Perú 8 mil fue fundado por Renzo Uccelli y Ernesto Málaga en 1998 cuando viajaron para un trekking a Nepal y descubrieron que estaban tan cerca de los nevados que decidieron intentarlo. Entonces apuntaron al 2000 como el año en el que formarían la primera expedición peruana al Himalaya. Organizar esta aventura era una proeza tan complicada como coronar una cumbre. Se prepararon durante un año, todos los martes se reunían, en el camino consiguieron financiamiento de empresas. Finalmente llegaron al nevado para intentar escalarlo.
– Había algo que definía a Renzo y es que te daba mucha seguridad en la montaña: sabía cuándo frenar. Yo aprendí de él -dice Ernesto recordando la aventura que emprendieron.
En la expedición del 2000, Renzo decidió no trepar la cumbre debido a un fuerte dolor de columna y al agotamiento. Ernesto Málaga continuó el camino de su mejor amigo, pero no pudo llegar y al bajar de la montaña lloró en los brazos de Renzo pidiéndole disculpas. “Me decía que no era mi culpa, que lo di todo, pero igual yo sentía que había fallado”. Cuando Renzo murió, en 2002, Ernesto supo que era el momento de alcanzar el sueño que tanto habían compartido y del que tan cerca se habían quedado. Para eso formó un equipo junto al montañista Richard Hidalgo. Decidieron que el 2006 sería el año de la proeza. Sin embargo, metros antes de la cumbre, Málaga tuvo que desistir debido al cansancio y al congelamiento. En esos instantes, antes de interrumpir su travesía, recordó las lecciones de su mejor amigo sobre la seguridad y el equipo. Lo importante además, era que Perú 8 mil culminara la épica. Por eso decidió quedarse y esperar. Los otros dos miembros del equipo que lo acompañaban colocaron la primera bandera peruana a 8027 metros sobre el nivel del mar. Lo hicieron en honor a Renzo. Hoy sigue flameando en la cumbre del nevado Shisha Pangma, como un homenaje infinito y necesario.