Periodista, columnista y docente universitario, Ramiro Escobar se dedica a la cobertura internacional desde 1997, cuando empezó a trabajar en el suplemento ‘Mira’ del diario ‘El Sol’. A lo largo de veinte años, este asiduo viajero ha visitado más de cincuenta países de América, Europa, África y Asia. Ha sido testigo de hechos trascendentales como el fallido intento de derrocar a Hugo Chávez en 2002, los funerales de Fidel Castro y, más recientemente, la investidura presidencial del polémico Donald Trump. Aunque muchos lo ven como un analista internacional, Ramiro se siente más cómodo como un reportero que va detrás de las noticias.
Por: Jimena Rodríguez
Ramiro ha visitado tres veces Estados Unidos; siempre como reportero, nunca como turista. Su último viaje, sin embargo, resultó muy distinto a los anteriores. Fue en enero pasado y él logró ser testigo de un hecho excepcional. Se iniciaba la era Trump y miles de norteamericanos, descontentos e indignados, tomaron las calles de las ciudades más importantes. Una amplia y variopinta masa de ciudadanos se unieron para expresar su rechazo a las políticas y las palabras del nuevo Presidente de los Estados Unidos. Han pasado poco más de dos semanas desde entonces y esa oposición, nacida de la sociedad civil y no de los partidos o los medios de comunicación, se mantiene vigilante. Figuran entre los opositores defensores del medio ambiente, feministas, pacifistas, personas de la comunidad LGTBIQ, activistas por los derechos civiles y colectivos que representan a latinos, musulmanes, asiáticos y afroamericanos. Ramiro examina aquí la coyuntura política norteamericana con los elementos de juicio que le ha dejado su reciente visita.
***
-¿Cuál es el clima político que se vive en Estados Unidos tras la llegada al poder de Donald Trump?
-Creo que la llegada de Donald Trump es una mala noticia para el mundo y para más de la mitad de los norteamericanos. Para muchos es la llegada al poder de un fascista, xenófobo y machista en extremo. En América Latina se tiene una imagen estereotipada de los norteamericanos, se piensa que son personas desinteresadas de lo que pasa en el mundo y que solo piensan en consumir. Si bien hay una parte de la sociedad que funciona así, hay otra que no piensa y tampoco vive de esa manera. Hay ciudadanos y colectivos que se interesan por cuestiones sociales. Muchas de estas personas estuvieron el día de la investidura de Trump. Vi mujeres mayores en silla de ruedas marchando porque creían que este presidente no los representa. El lema de ‘Hacer América grande otra vez’ ya no es posible. Yo estuve en Estados Unidos durante la primera campaña electoral de Barack Obama y creo que él desató un movimiento social reformista muy importante. En 2008 un profesor de Indiana me dijo que creía que Obama había llegado en el momento adecuado, pero que la idea de tener un afroamericano en la presidencia también iba a generar un rechazo a largo plazo. Creo que el tiempo le ha dado la razón. Lo que vemos es el enfrentamiento de dos maneras de pensar y vivir. Por un lado están los que ven a los Estados Unidos como la nación más grande y poderosa del planeta, un país de mayoría blanca que cierra sus fronteras y rechaza al inmigrante. En la otra orilla están quienes luchan por un país abierto a otras culturas, un país tolerante y diverso en el que la inmigración ha jugado un papel sustancial.
-Mencionas que la gestión de Obama generó también rechazo en un sector ¿Qué fue lo que les disgustó?
-Piensan que se invirtió demasiado en ayuda social. Un ejemplo de ello es el programa de salud ‘Obamacare’, que dio la oportunidad de tener un seguro de salud a millones de personas, gracias al financiamiento del Estado. Para un sector de los norteamericanos el acceso a un seguro de salud es un asunto privado, fruto del esfuerzo particular, cada uno debe conseguirlo por su cuenta. Bajo esa lógica la ayuda del gobierno es una traición al tradicional individualismo norteamericano. Que un gobierno invierta parte de su presupuesto en un programa de salud, con una subvención destinada a favorecer a un sector de la población es algo que no les cabe en la cabeza, les produce rechazo. Otros creen que Obama no fue suficientemente duro con el autodenominado ‘Estado Islámico’ ( conocido como ISIS, por sus siglas en ingles).
***
Sentado en una banca frente a la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación, mientras se pone lentes oscuros para protegerse del sol, Ramiro recuerda una anécdota de su último viaje: estaba en una estación del metro en Washington y se puso a hablar con un señor de unos 60 años. Comentaban sobre todo lo malo que había dicho y hecho Trump durante su campaña, y de pronto el hombre le lanzó una respuesta fulminante: “I don’t care” (No me importa).
***
-¿Qué razones esgrimen los partidarios de Trump?
-El votante de Trump se parece al votante fujimorista. Es ese tipo de persona a la que le dices: “Oye, mira, el señor habló mal de las mujeres, insultó a un periodista con discapacidad, es xenófobo”. Y ellos te responden: “No, no importa”. Es como acá cuando le recuerdas a un fujimorista: “Oye y el caso de La Cantuta y el caso Barrios Altos”. Y te dicen: “no, pero eso no importa porque Fujimori ayudó al país”. En este caso no se está hablando del pasado, como Fujimori, sino de lo que puede pasar en el futuro inmediato. El votante de Trump tiene una capacidad impresionante para cerrar los ojos ante lo que obviamente el mundo está mirando. Solo le interesa recuperar el trabajo que tuvo antes, le importa frenar la inmigración, cosa que es un mito porque la inmigración ha aportado una fuerza de trabajo con la que no contaban. Lo que quiere es volver a vivir en esa América en la que ellos crecieron, la América blanca de las películas. En el caso de los jóvenes, son personas que han mamado este discurso de la América de antes, y que se lo creen. En términos reales no tienen conexión con el mundo. Siete de cada diez norteamericanos no tiene pasaporte; los partidarios de Trump son aquellos que cuando quieren viajar va de un Estado a otro.
-Están en una burbuja…
-Es gente muy autárquica, que vive ‘muy adentro’ de Estados Unidos, su mundo es ese. Son personas que están convencidas de que lo mejor que puede hacer su país es centrarse en sí mismo: para qué meterse en pleitos, para qué abrir las puertas a los inmigrantes si así están bien. Generalmente es un votante blanco, de clase media alta, pero también es un votante blanco rural empobrecido, esta clase media rural urbana que antes vivía bien. Los Estados Unidos de hoy viven en convulsión social, política y cultural. Hay un componente cultural hispano muy fuerte, los afroamericanos se empoderaron con la llegada de Obama, hay una población asiática importante. Una parte de la sociedad norteamericana no entiende esta realidad.
-Toda esta disconformidad contra Trump surge también a partir del sistema del voto norteamericano. ¿Conociste a personas que protestaban contra los colegios electorales?
-Un día estaba en el National Democratic Woman, una oficina demócrata en Washington que apoyó a Hillary Clinton, y el gran reclamo era ese, pues sentían que les habían robado la elección. Es un modo de votar pasado de moda, donde basta que ganes en algunos estados estratégicos, y aunque tengas más de dos millones de votos menos, como en el caso de Trump, puedes ganar. Ya les había ocurrido con la elección de Bush y Al Gore en el año 2000, quien perdió a pesar de tener más votos. En la marcha que hubo el 21 de enero (Women’s March), varias personas tenían carteles que aludían a eso: “Nos han robado la elección”, “Trump no es mi presidente”. Eso revela la necesidad de un cambio de sistema electoral porque no es una expresión real de la votación popular, sino de un acuerdo que se hizo durante el nacimiento de Estados Unidos como nación, cuando este país no tenía mucha población.
-No debe ser fácil cambiar dicho sistema.
-No es fácil y por una razón obvia: los que tienen que cambiar eso son los legisladores elegidos por ese sistema. Es como pedirle a los congresistas del Perú que se bajen el sueldo. Tendría que haber un nuevo partido político en Estados Unidos, lo suficientemente fuerte como para impulsar un cambio y un debate sobre eso. Y se ha propuesto varias veces, pero la sociedad de ese país es básicamente bipartidista. Es difícil cambiarlo, pero creo que en algún momento ocurrirá.
-¿Te sorprendieron las medidas que ha adoptado Trump contra los inmigrantes?
Hay que tener cuidado con algo: lo que él ha dado son órdenes ejecutivas, no son leyes. Son órdenes que da el presidente ante la inoperancia del Congreso o en situaciones de urgencia. Si él quisiera ampliar el muro fronterizo, por ejemplo, debería pedir presupuesto federal, y por ende eso tiene que debatirse en las cámaras. Las órdenes ejecutivas son como un primer pantallazo de Trump para demostrar que sí va a hacer lo que prometió. Ahí los propios legisladores republicanos van a tener que decidir si les conviene apoyar las propuestas populistas de Trump, sin poner el riesgo su prestigio.
-Pero sí ha impedido el ingreso de inmigrantes provenientes de varios países musulmanes.
-Mientras el Congreso no reaccione y, por ejemplo, no discuta una ley que impida eso, los únicos que pueden intervenir son los jueces federales, tal como ha venido ocurriendo. Esta prohibición ha sido como parar un avión en el aire. Hay gente que tenía visa, llegó y no la dejaron entrar. Trump dice que es una proporción mínima frente a un volumen grande, pero el hecho de prohibir a los ciudadanos de siete países de mayoría islámica ingresar a Estados Unidos es a todas luces un acto de xenofobia. Además, hay una cosa que me parece absurda: ha prohibido la entrada a personas de Siria, Iraq, Irán, Libia, Somalia, Sudán y Yemen. Si el argumento de Trump es que se trata de países mayoritariamente musulmanes, hay tres países que “se le han pasado”: Arabia Saudita, de donde salieron la mayoría de los atacantes del 11 de setiembre; Pakistán, donde estuvo escondido Bin Laden y actúan los talibanes; y finalmente Afganistán. Eso demuestra que no tienen lógica lo que está diciendo y que actúa bajo una suerte de desprecio y desconocimiento.
***
La marcha del 21 de enero en Washington fue un evento del que Ramiro se considera un testigo privilegiado. Se trató de una manifestación tan grande como las que había en los años de la guerra en Vietnam. Después de muchos años millones de civiles se movilizaron en las calles.
-Estuviste en la marcha del 21 de enero en Washington. ¿Qué es lo que más te impresionó?
-La cantidad de gente. Se estima que fueron 500 mil manifestantes solo en Washington. Participaron, además, una mezcla de colectivos feministas, veteranos de Vietnam, jóvenes afroamericanos, latinos y artistas de cine. Muchos dirigidos por mujeres. Había un detalle muy gracioso: la mayoría llevaba sombreros de lana con una especie de orejas llamadas “Pussy hat” y que era un símbolo feminista. Me acuerdo que había unos mexicanos alzando su bandera y diciendo algo muy cierto: “Nosotros no somos violadores”, refiriéndose a un insulto que profirió Trump contra los mexicanos. Había una chica puertorriqueña que decía que no estaba reclamando por ella, porque no tenía problemas de inmigración, pero que igual era latina y no estaba de acuerdo con lo que ocurría.
***
Antes de ejercer el periodismo, Ramiro estudió zootecnia en la Universidad Nacional Agraria ‘La Molina’. Aquella formación primigenia le permitió desarrollar una conciencia ambientalista. Eso se ve reflejado no solo en lo que escribe, sino también en su modo de vida: a diario Ramiro se desplaza en bicicleta por Lima. Este es su principal medio de transporte.
¿Con qué político peruano compararías a Trump?
-No sé… Hay un profesor de Harvard, Aaron James, que tiene un libro llamado ‘Ensayo sobre la imbecilidad’. Allí dice que Trump es un imbécil. Y un imbécil, según James, es alguien que cree que tiene una ventaja social frente al resto, que no está dispuesto a que le reclamen, no está dispuesto a cambiar de postura y mucho menos a disculparse. Este profesor dice que Trump encaja en esa figura. Lo peor de Trump es que parece no darse cuenta de la imagen que tiene ante en amplio sector de la población. Pero si pides una comparación, pienso en personas que le han expresado su apoyo, como Francisco Tudela. En una entrevista Perú 21, dijo que estaba haciendo una revolución, cosa que me parece descabellada.
-¿Es posible comparar a los fujimoristas con los simpatizantes de Trump?
-Sí, por un motivo: creo que los fujimoristas y los trumpistas se parecen; tienen una asombrosa incapacidad para ver la realidad y aceptarla. Hay una adhesión un poco ciega a un líder que funciona en el caso del fujimorismo y en el caso de Trump. Es decir: con tal que me dé lo que a mí me ha prometido dar, no me importa el pasado turbio que pueda tener o lo que pueda hacer en el futuro.
-¿Crees que las políticas de Trump tendrán algún efecto en el Perú?
-Todavía no estamos en la mira. Por el momento sus objetivos son los musulmanes y los mexicanos; pero que traten de ese modo a México es una manera de insultar a toda América Latina. Y si las medidas contra la inmigración continúan, van a estar dirigidas contra todas las personas que están en situación de ilegalidad, entre ellos los peruanos indocumentados. Además, puede ordernar más restricciones para obtener o renovar una visa.