Profesores PUCP: a clases sobre dos ruedas

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Detestan viajar en transporte público y privado. El tráfico los agobia y no soportan a choferes y cobradores prepotentes. Han elegido la libertad de viajar solos y siempre en bicicleta. Les gusta tener el control de sus tiempos y también de sus rutas. Aunque saben que, a menudo, corren peligro, asumen el riesgo.
Por: Sebastián Velásquez y Jimena Rodríguez
Portada: Adrian Rojas


El uso de la bicicleta en Europa es una costumbre muy arraigada y eso lo sabe perfectamente la periodista Hildegard Willer. Ella es oriunda de Baviera, un estado del sur de Alemania, muy cerca de los Alpes. A los cinco años de edad le regalaron su primera bicicleta: era pequeña con dos rueditas al costado. Aprendió a montarla en una calle asfaltada que se ubicaba detrás de su casa. Era un lugar apacible, seguro, donde circulaba muy poca gente y tenía la ayuda de sus padres. “Todos los niños alemanes saben montar una bicicleta, es algo muy natural; es parte de nuestra cultural”, comenta.

Se instaló en Perú en 1999 y desde entonces ha vivido en San Juan de Miraflores, Pueblo Libre y Miraflores. Precavida, no se lanzó a las calles sin antes conocer las vías más importantes de la ciudad. Necesitaba descubrir las rutas menos congestionadas, los cruces en los que debía tener el cuidado y esas callecitas por donde cortar camino en medio de los embotellamientos.

Foto: Luisenrrique Becerra.

Hildegard es profesora en la PUCP desde 2012. Los jueves enseña de 9 a.m. a 12 p.m. Sale a las ocho de la mañana de Miraflores. Una hora es suficiente para un viaje que atraviesa cuatro distritos. Por eso, resulta normal notarla agitada, pero siempre risueña en los pasadizos del Pabellón Z lista para dictar el curso Taller de Periodismo Especializado en la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación.

Mientras maneja Hildegard exige un buen trato de los conductores. “Ellos no están acostumbrados a respetar al ciclista. Es cierto que una ciclovía te protege un poco más, pero con la bicicleta tú puedes ir por cualquier calle o carretera y tienes exactamente los mismos derechos y deberes que cualquier otro participante del tránsito.

Hildegard asegura que pedalear a diario la hace sentirse una mujer fuerte y saludable. Le ahorra el tiempo y el dinero que otros y otras gastan en un gimnasio. Le encanta descubrir de pronto alguna vista hermosa de la ciudad, que casi siempre pasará desapercibida para los automovilistas estresados. “Es una experiencia relajante e inigualable para mí”.

Hildegard reclama políticas públicas que mejoren la seguridad de quienes usan la bicicleta como un medio de transporte. Los ciclistas, explica, son los conductores más vulnerables y no hay leyes ni autoridades que los protejan. Tampoco hay sanciones para aquellos que vulneren sus derechos. Las ciclovías, por último, no están bien diseñadas. Algunas son tan angostas y que dificultan el tránsito de ida y vuelta. “Miraflores está llenas de ciclovías por donde no pasan dos personas. Han colocado unas piedras ornamentales y hasta macetas. Es muy peligroso porque te puedes chocar con esos adornos y accidentarte”.

Andar en bicicleta por la capital también le ha costado algunos sustos. “El mayor reto de manejar bicicleta en esta ciudad es no morir en el intento”, advierte. Ha estado a punto de ser atropellada en varias ocasiones. Recuerda que cierta vez un imprudente chofer casi la embiste. Logró alcanzarlo y le dijo que lo iba a denunciar. El conductor, para su asombro, fue amable y la acompañó a la comisaría. Una vez dentro se sorprendió con el trato de las autoridades. “¿Sabes qué me dijo el policía? ‘Pero ya se disculpó con usted, ¿qué más quiere señora?’”.

Hildegard le teme a esos choferes que conducen enormes buses o camionetas y que se creen dueños de las pistas. También le tiene respeto a las curvas. En una ocasión había llovido y ella iba muy rápido. En una curva patinó y perdió el equilibrio. Sufrió contusiones que hasta ahora le duelen cuando le exige demasiado a esa máquina que es su cuerpo sobre ruedas. “Por eso ahora manejo más despacio, voy como una abuelita”, dice risueña como siempre.

Foto: Luisenrrique Becerra.

Juan Fernando Bossio

En 1990, Juan Fernando Bossio vivía en Jesús María y estudiaba bibliotecología en la PUCP e historia en San Marcos. Necesitaba un medio eficaz y rápido para transportarse desde su casa hasta ambas universidades. Debía cruzar todo Pueblo Libre, llegar a clases en el ex Fundo Pando, en San Miguel, y luego recalar en la ciudad universitaria de San Marcos.

Tres alternativas le rondaron por la cabeza: tomar tres o cuatro micros por día, caminar aproximadamente siete cuadras desde la Católica hasta San Marcos o hacer todo el recorrido en bicicleta. Escogió la última opción. Le salía más barato y llegaba a tiempo a todas sus clases. Solo diez minutos le tardaba movilizarse de una universidad a otra. Fue así como la bicicleta se convirtió en su principal medio de transporte durante la mayor parte de sus años de estudiante.

Ahora, a los 49 años, sigue viniendo en bicicleta a la PUCP, donde labora en la Dirección de Gestión de la Investigación (DGI) y es profesor en la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación. Montado en su bicicleta hace ejercicio, respira mejor y es “muy agradable, muy chévere”, confiesa un miércoles a mediodía, cuando el sol brilla sobre nosotros y el calor anda por encima de los treinta grados. “Te sientes más libre, decides cuándo parar, avanzar o acelerar. Eliges tus rutas. No tienes que estar peleándote a cada rato con los automovilistas. En días de mucho tráfico andar en bicicleta es una bendición”.

Si bien es cierto este es su medio de transporte habitual, eso no quita que de vez en cuando se divierta y juegue con el mismo ímpetu de un adolescente. Por ejemplo, cuando desciende por una calle inclinada hace piruetas para entretenerse o de pronto acelera para sentir la brisa acariciándole el rostro.

Para Juanfer, como lo llaman sus amigos y colegas, la seguridad del ciclista en Lima ha mejorado si se la compara con lo que vivió a principios de los noventa, cuando empezó a desplazarse en bicicleta. Admite, sin embargo, que todavía hay mucho por hacer. “Los choferes de combi creen que el ciclista debe ir por la vereda; están equivocados, no hay ley que diga eso. Algunos incluso te cierran el paso. Otro problema con el que tiene que lidiar y la causa de dos accidentes suyos son los peatones imprudentes. “También hay peatones que cruzan de manera intempestiva, no miran la pista”.

Precisamente hace cuatro años un grupo de profesores presentó una queja por la falta de espacios para estacionar sus bicicletas. Ahora existen zonas reservadas y acondicionadas para ellos. Y si bien hay supermercados que también cuentan con estos espacios, se lamenta porque no pasa lo mismo en los centros bancarios. “Necesitamos espacios donde podamos guardar las bicicletas con seguridad. Me imagino que si crece el uso de este medio de transporte habrá más estacionamientos”.

“Y tampoco hay estacionamientos para los ciclistas”. Hace cuatro años un grupo de profesores presentó una queja a la universidad por la falta de espacios para estacionar sus bicicletas. Ahora existen zonas reservadas y acondicionadas para ellos. Y si bien hay supermercados que también cuentan con estos espacios, se lamenta porque no pasa lo mismo en los centros bancarios. “Necesitamos espacios donde podamos guardar las bicicletas con seguridad. Me imagino que si crece el uso de este medio de transporte habrá más estacionamientos”.

Foto: Jimena Rodríguez.

Nohelia Pasapera

Descubrió el caos del transporte público en Lima cuando apenas era una niña, mientras viajaba en un bus acompañada de sus padres. Era un trayecto tortuoso, de aquellos que todos vivimos a diario. De pronto apareció en su mente una idea a la que continúa aferrada: “Esto tiene que cambiar. Algún día haré algo para ayudar a esta ciudad”. La frase aparecía constantemente en sus días, en sus noches, en sus sueños.

Años después ingresó a la universidad y desde Los Olivos se venía a la PUCP en bicicleta. Hacía un recorrido extenso y peligroso. Si quería seguir viajando en bicicleta debía empoderarse, llenarse de carácter. Los choferes le gritaban por no utilizar la ciclovía de la avenida Universitaria, la más larga pero también la más deteriorada de Lima. Por eso a Nohelia no le quedaba otra opción que desplazarse al lado de las peligrosas combis y los temibles buses.

“Nunca me gustó el ambiente del transporte público: el chofer, el cobrador y los pasajeros viajan estresados y eso termina estresándome también a mí. Por eso prefiero ir a mi ritmo”, dice Nohelia, de 36 años, licenciada en periodismo y actualmente estudia una maestría en Estudios Culturales. Ahora vive en Magdalena, pero sigue movilizándose en bicicleta a la PUCP, donde trabaja en el Departamento de Comunicaciones y en la Facultad de Arte y Diseño.

La bicicleta que monta todos los días tiene una historia particular: en vez de ir a una tienda y elegir aquella que se amoldaba a su gusto y la dibujó en su mente y, junto con Octavio Zegarra, amigo y miembro de Cicloaxion, un colectivo de ciclistas urbanos, compró las piezas para armar, literalmente, la bicicleta de sus sueños. Sobre ella ha pedaleado a Los Olivos o Barranco y no le ha pasado nada. Hasta le ha agregado una canastilla lo suficientemente grande para soportar cinco kilos, el máximo de peso que calcula transporta en sus viajes por la ciudad.

En 2009 Nohelia tomó conciencia de su derecho a usar la bicicleta como un vehículo de transporte personal. Su activismo vino de la mano con su preocupación por otros temas vinculados a la memoria histórica, la igualdad de género y el feminismo. Con cuatro amigos Sosten.ible: un colectivo de ciclistas que organizan paseos el tercer domingo de cada mes. Las rutas elegidas tienen que ver con temáticas históricas referentes, en su mayoría, a reivindicar a las mujeres que fueron importantes en la ciudad. Les llaman “Bicipaseos históricos”. Son recorridos por lugares simbólicos en la historia del personaje elegido. Pedalean hasta el lugar donde estos vivieron o trabajaron. Se detienen para recordarlos y luego reanudan el viaje. Potr ejemplo, han visitado la casa de Victoria Santa Cruz, compositora, cantante y coreógrafa, quien durante más de medio siglo reivindicó la cultura afroperuana, o la redacción del semanario Cambio, en la cuadra 24 de la avenida Petit Thouars, donde la periodista Melissa Alfaro sufrió un atentado que le costó la vida el 10 de octubre de 1991.

Su activismo la llevó el año pasado a Santiago de Chile para participar como expositora en el Foro Mundial de la Bicicleta, donde presentó su experiencia con Radio Pedal, el programa que conduce en Zona PUCP. Mientras estaba allí se percató de la enorme diferencia con Lima en cuanto al espacio público conquistado por los ciclistas. “Los colectivos de allá se reúnen una vez al mes y pedalean desde las siete de la noche hasta la una de la mañana. Asisten entre cinco y siete mil ciclistas. La gente los aplaude a su paso, es toda una fiesta”, refiere, “aquí lo máximo que hemos reunido es a 400 asistentes”. A pesar de lo poco que hemos avanzado, Nohelia no pierde la esperanza de hacer de la bicicleta un vehículo de transporte masivo. Para ella lograre este objetivo no solo implicaría apropiarse del espacio público, sino también empoderar a las mujeres.

FOTO: Jimena Rodríguez.

Augusto Del Valle

Augusto Del Valle recuerda que a los quince años dejó de montar bicicleta. Los estudios y los cambios repentinos y violentos que Lima experimentaba lo alejaron de ese mágico y liviano vehículo sobre el que transcurrieron muchos de los momentos más felices e intrépidos de su juventud.

“Recuerdo Lima en los años setenta, esa es la ciudad en la que yo viví de muy joven. Llevaba a mi hermano menor por todo Miraflores, era el distrito en donde crecimos. Salíamos en bicicleta a jugar, hacíamos expediciones: juntos recorríamos la avenida Aramburú, los alrededores del hospital de la Fuerza Aérea. También me iba solo desde Miraflores hasta el Rímac”, evoca Augusto, profesor de los cursos Estética y Comunicación y Seminario de Tesis desde 2001. Ahora eso sería imposible. Lima se ha vuelto una ciudad muy peligrosa.

Debieron transcurrir 35 años para que volviera a subirse a una bicicleta. Desde 2014 lo hace casi todas las mañanas. ¿Y cómo así se consumó este reencuentro? Augusto cuenta que luego de vivir muchos años en Miraflores, su familia se mudó a Pueblo Libre, a una de las urbanizaciones que se levantaron muy cerca de la universidad. Llegar a la PUCP, sin embargo, era un problema: él no calculaba bien sus tiempos y para no arribar tarde a clase terminaba tomando taxis. Eran viajes breves y siempre caros.

Tres años después de su reencuentro con la bicicleta, Augusto afirma que con esta no solo ahorra dinero sino que, lo más importante, se relaja. Ahora que vive en la avenida Sucre, en Pueblo Libre, sabe que debe salir quince minutos antes para llegar a tiempo a la universidad. Incluso arma listas de canciones en Spotify para hacer del viaje al trabajo una experiencia placentera, como cuando este verano pedaleó hasta Barranco para dictar talleres en el Museo de Arte Contemporáneo. El intenso y agobiante calor de la temporada no lo detuvo. Si tenía que dictar a las seis de la tarde, salía de casa a las cuatro, llegaba a las cinco y disponía de una hora para refrescarse, tomar algo helado y comenzar sus clases tranquilo.

El profesor admite que la ciudad ha empezado a ser más amigable con los ciclistas urbanos, pero cree que uno de los mayores problemas es la falta de estacionamientos. En un reciente viaje al Cusco no encontró un lugar donde guardar la bicicleta que le habían prestado. No le quedó más remedio que encadenarla a un poste y dejarla allí por unas horas, con el temor constante de que se la puedan llevar.

Foto: Jimena Rodríguez Romani

Ramiro Escobar

Veía a sus amigos mayores manejar bicicleta. Él no lo hacía hasta que decidió que eso debía cambiar. Tenía doce años cuando comenzó a practicar. Trataba de mantener el equilibrio pero no lo lograba. No había nadie quien tuviera la paciencia de enseñarle. Pero un día, después de numerosos intentos, lo logró. “Ese momento lo recuerdo como una película, como un día triunfal, en el que de repente me atreví y empecé a andar solo en bicicleta. No lo había podido conseguir durante semanas, probablemente, meses. Fue para mí un momento de transformación en mi vida”, cuenta el periodista Ramiro Escobar lleno de emoción.

Hace quince años usa la bicicleta como medio de transporte exclusivo. Antes la manejaba pero de forma ocasional. Suele movilizarse en las mañanas debido a que es más seguro. Afirma que está contento con esa costumbre matutina que tiene de montar bicicleta. “Mantengo mi salud, ahorro dinero y también tiempo. Me da risa la gente que pone mil excusas para no usarla. No saben que tienen a la mano un instrumento tan útil. No entiendo cómo no la ve como una opción y siguen obsesionados con tener un auto”, afirma.

Ramiro Escobar, de 56 años, enseña en la PUCP el curso de Opinión Pública desde 2012. Y para llegar a clases prefiere transportarse en bicicleta que ir en esos buses que tanto demoran en llegar a su destino. “Vivía en Miraflores. Hice un cálculo de cuánto me demoraba en venir en bicicleta y era alrededor de cincuenta minutos, en taxi me demoraba cuarenta y cinco, y en un micro me demoraba más de una hora. Como estaba habituado a moverme en ella, entonces decidí usarla. Es más funcional y rápida. También descubrí que los días que no venía en ella llegaba tarde. Eso sucedía porque en bicicleta yo mismo calculo mi tiempo, tengo más autonomía. En el carro no, dependo del chofer, del tránsito”.

Vivía en Miraflores. Me demoraba en venir en bicicleta alrededor de cuarenta minutos; en taxi, cuarenta y cinco; y en micro, más de una hora. Como estaba habituado a moverme en bicicleta, entonces decidí usarla. Con ella yo mismo calculo mi tiempo, tengo más autonomía. En el carro no, dependo del chofer, del tráfico”.

Ahora que vive en San Isidro le toma un tiempo estimado de cincuenta minutos llegar a la PUCP. Siempre trata de ir por las ciclovías que encuentra en su camino. Casi nunca se mete en avenidas de gran envergadura. Prefiere las pequeñas porque son más amigables en el desplazamiento.

Lamentablemente la ciudad no está hecha para transitarla en bicicleta. “Somos como unos apestados o, en el mejor de los casos, personajes extraños. A veces terminamos siendo incómodos porque vas a un sitio y no hay estacionamientos para bicicletas”, se queja. uenta que cuando asistió a reuniones sobre cambio climático en las sedes de Naciones Unidas o en la Comunidad Andina no lo dejaban entrar porque estaba en bicicleta. Tuvo que llamar a la asistente del secretario general para que lo dejen entrar. “Hoy en Naciones Unidas la situación ha mejorado porque hay personas que van en bicicleta, básicamente extranjeros”.

Ramiro se volvió activista para promover el uso de la bicicleta como vehículo de transporte público. Ha participado en cuatro eventos de Cicloacción nudista. “Nunca me he desnudado totalmente, por pudor académico supongo”, confiesa. En una ocasión, la policía los reprimió con ferocidad, incluso les rociaron gases. Hasta ahora no entiende porqué tanto ensañamiento. También ha formado parte de ‘bicicleteadas’ de noche y de algunas organizadas por la Embajada de Holanda. Con convicción dice que hace activismo porque “el uso de la bicicleta está en el sentido correcto de la historia”.

Foto: Jimena Rodríguez Romani

Gerardo Saravia

A los doce años, Gerardo Saravia tuvo su primer acercamiento con una bicicleta. Tenía una desgastada pero que aún funcionaba. Sobre ella dio sus primeros pedaleos. “Aprendí en una bicicleta con los frenos malos, con el timón que se movía y con el asiento inestable. Creo que eso ha sido bastante positivo porque me ha permitido ganar pericia y más confianza”, relata con una sonrisa de satisfacción en el rostro, aunque no entiende por qué nunca la mandó a arreglar.

A los catorce años comenzó a utilizar la bicicleta con más frecuencia. En esa época vivía en Pueblo Libre y desde ese distrito le gustaba hacer recorridos de larga distancia por toda la capital. También la usaba para dirigirse a su colegio y, después, a San Marcos, donde estudió antropología. Ahora enseña en la PUCP y a sus 44 años sigue desplazándose en dos ruedas. “Toda mi vida la hago en bicicleta. Es mi rutina constante”, cuenta el profesor del curso Fuentes y Estructura del Estado de la facultad de comunicaciones.

Gerardo también lo hace para hacerle frente a la diabetes. “Por prescripción médica debo ejercitarme todos los días. Entonces, al ir y venir en bicicleta ya estoy cumpliendo con mi dosis diaria de deporte; es imprescindible para controlar mi enfermedad”.

Ahora busca transmitirle la costumbre ciclista a Violeta Manuela, su hija de tres años. “Llevo a mi hija al colegio todos los días en bicicleta, y si tuviera tiempo, también la recogería. Ella se acomoda en un asiento que tengo en la parte de atrás. Hay ocasiones en que no quiere ir, pero la termino convenciendo”.

Foto: Jimena Rodríguez Romani.

Guillermo Rochabrún

Guillermo Rochabrún es una eminencia en la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP. Se encuentra en retiro pero aún sigue dando conferencias y charlas. Sociólogo de profesión, siempre llegaba a la Católica en bicicleta y ahora, a sus 71 años, todavía lo sigue haciendo.

Su gusto por ese placentero vehículo de dos ruedas comenzó alrededor de los cuatro años y, cuando tenía quince, paseaba en ella por la ciudad durante sus vacaciones de verano. Después de eso, la bicicleta desapareció de su vida. Hasta que ingresó a la PUCP y, como tuvo la fortuna de siempre vivir cerca de su alma máter, decidió utilizar la bicicleta como medio de transporte. “Para no caminar, ni venir en carro, adopté la bicicleta. La usaba por flojera y para muy pocos trayectos. Después que me mudé un poco más lejos de la universidad, comencé a manejar recorridos más largos, pero no lo hago por deporte”, confiesa.

Hace veinte años aproximadamente empezó a usar la bicicleta para dirigirse a la universidad. Para su suerte, las rutas que toma tienen ciclovías que están interconectadas. Desde hace algunos años vive por la Plaza de la Bandera y para venir toma la ciclovía de Mariano Cornejo y llega en siete minutos. “Hay otras veces que voy a San Marcos y empalmo con la ciclovía de Universitaria. Por eso he dicho que han hecho esa ciclovía para mí”, comenta.

Siente que pedalear le ha traído bastantes beneficios. “Ahorro dinero, desgasto menos el carro, y ayudo un poquito al planeta, no creo que se note en las estadísticas”, asegura riendo, “algunas personas, además, atribuyen a la bicicleta el que aparente tener menos edad de la que tengo”.

Juan Carlos Orihuela. Foto: Luisenrrique Becerra
Camilo León. Foto: Adrian Rojas
Omar Pereyra. Foto: Jimena Rodríguez Romaní

Visa para ciclistas

Cinco profesores (re)descubrieron la bicicleta como medio de transporte mientras estudiaban en el extranjero.

En 2002, Camilo León, profesor de Sociología, viajó a Pensilvania para estudiar una maestría. Quedó sorprendido con la infraestructura acondicionada para ciclistas. “Vivía en las afueras. Noté una súper ciclovía que cruzaba un pequeño bosquecillo. Entonces, decidí comprarme una bicicleta que me permitía movilizarme de mi casa al campus por una zona muy bonita”. Cuando regresó a Lima, comenzó a usar taxi y compró un auto. Hace dos años lo vendió y retomó la costumbre ciclista. Se mudó a Magdalena y solo en veinte minutos llega a la PUCP. Y ahora está haciendo un doctorado en París, en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales. En esa ciudad, gracias a un programa de alquiler de bicicleta, también sigue movilizándose sobre dos ruedas.

–José Antonio Peralta, docente de cursos de geografía, vivió una experiencia parecida en Estados Unidos. “Comencé a usar la bicicleta allá para ir a la universidad, mientras hacia mi maestría y luego también para mi doctorado”. Desde que regresó al Perú en 2012, se moviliza siempre en bicicleta. Este profesor vive en Barranco, desde ahí recorre aproximadamente quince kilómetros para arribar a la PUCP. Prefiere ir en bicicleta porque tarda cuarenta y cinco minutos. Si fuera en bus demoraría más y no está dispuesto a desperdiciar tanto tiempo. Lo que más le gusta es que la bicicleta le brinda autonomía porque permite escoger los caminos que uno desea. “Es un instrumento de libertad”, afirma.

–Omar Pereyra, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales, también decidió utilizar la bicicleta como medio de transporte en Estados Unidos. En 2004 estudió su maestría en Chicago y tenía la ventaja de vivir a catorce cuadras de la universidad. Por eso decidió movilizarse en bicicleta, costumbre que continuó durante su doctorado. Llegar a la PUCP le toma 25 minutos desde su casa en Magdalena. Para él, un ciclista debe tener varios recursos para manejar por Lima. “Debe saber frenar, saber dónde ir rápido, dónde ir despacio y tener un pequeño menú de calles que sean seguras para llegar de un sitio a otro”, asegura.

Por su parte, José Carlos Orihuela, profesor de Economía, retomó su vínculo con la bicicleta en Estados Unidos. En los noventa Se movilizaba en ella para ir a estudiar a la Católica, pero la tuvo que abandonar por un accidente que sufrió y que le dejó una pequeña cicatriz en el rostro. En 2004, mientras estudiaba un doctorado en Nueva York, vio que el enamorado de su compañera utilizaba la bicicleta para dirigirse a trabajar. Fue allá que se percató de su importancia. Luego pasó ocho meses en Oxford, donde era común el uso de la bicicleta y tuvo que comprarse una para desplazarse por la ciudad. Retornó al Perú en 2012, dos años después se compró una bicicleta, que convirtió en su principal medio de transporte para ir a enseñar en la PUCP. También la utiliza para sus compras de fines de semana o para visitar a sus amigos. Pero quizá lo más importante es que llevaba a su hijo al kindergarten en su bicicleta, sentado en la parte de atrás.

En cambio, Lenin Valencia, profesor del curso de Sociología en Estudios Generales Ciencias, descubrió que la bicicleta era un excelente vehículo para transportarse, cuando viajó a Holanda para estudiar una maestría. Al regresar al Perú, se compró una con su primer sueldo. Desde su oficina, en San Isidro, tiene que pedalear treinta y cinco minutos para llegar a la universidad. No la usa todos los días pero trata de hacerlo. Ha hecho activismo para promover su uso y también le encanta actuar por su propia cuenta. “Cuando hay mucho tráfico y estoy yendo por la avenida, me gusta saludar a los que están en los carros. Lo hago como una manera de decirles ‘yo estoy avanzando mientras tú sigues parado’. Es una forma para que se den cuenta de que es posible movilizarse en bicicleta”.