Un estudio publicado en la Revista de Neuro-Psiquiatría de la Universidad Cayetano Heredia calcula que en el Perú hay 548 intentos de suicidios anualmente. Hasta el cuarto bimestre del 2022, el Sinadef ya registraba 507 consumados. Según Álvaro Valdivia, psicólogo clínico y suicidólogo, la población entre 14 y 29 años es la más propensa a caer en abismos fatales. Este reportaje aborda lo que se ha hecho desde el Estado para contener dicha tendencia a partir de los testimonios de dos jóvenes de 21 años sobre su adolescencia: Dana llegó a considerar el suicidio como una salida a sus problemas familiares y Marcelo presentaba síntomas depresivos que podrían haberlo conducido a ello.
Por Salma Cruzado y Germán Alencastre
Portada: Alexandra Prado
Dana Mendiola, seudónimo que usaremos para proteger la privacidad de nuestra fuente, tiene 21 años. Ahora recuerda lo que padeció cuando tenía 14, y aún no terminaba el colegio. Fueron los años más difíciles de su adolescencia. Entre problemas familiares, la sensación de sentir que los problemas la atormentaban y la impotencia de no poder actuar, su salud mental se vio severamente deteriorada. “No podía defenderme de los que me hacían daño, tampoco evitar que la gente que quiero salga dañada”, relata acongojada. Y entre tanta carga emocional, los pensamientos la abrumaron al punto de llevarla a pensar que la única salida a sus problemas era el suicidio.
El suicidio suele ser un tema del que no se procura hablar a causa de los estigmas que lo rodean. Nuestro día a día puede estar marcado por dolencias físicas, pero a la hora de hablar del bienestar mental de cada uno, existe un freno, un tabú que nos impide hacerlo abiertamente. Y eso nos impide reaccionar como cuando un dolor físico nos agobia y buscamos atención médica. Pensamos que somos autosuficientes para lidiar con problemas de salud mental, pero la verdad es que muchas veces dichas situaciones nos quedan grandes.
La tristeza que aquejaba a Dana en la adolescencia estaba marcada por la relación conflictiva con su padre. Era alcohólico y no la trataba bien. Ella sentía cólera y se enfrentaba a él. Su rutina estaba marcada por constantes peleas que generaban un ambiente tenso en el hogar. En un momento, padre e hija empezaron a ignorarse. Entonces Dana, quien ya era una persona tímida, se aisló, se cerró más con su círculo social.
Solo atinó a buscar apoyo en su mejor amiga. “Iba a dejar que todo me consumiera hasta que en un momento ya no pude más y decidí hablarlo al menos con una persona”, recuerda. Ambas tenían problemas similares, se sentían de la misma manera, y se ayudaban mutuamente a sobrellevarlos. No buscó ayuda en el ámbito familiar, pues no quería estresar a su madre con más problemas de los que ya había en casa.
Un día reventó todo. Dana tuvo un ataque de ansiedad, de los que nunca había sentido. Estaba en el bus y decidió regresar a casa: “Sentía que me moría”. Recuerda que en ese momento el suicidio pasó por su mente y lo intentó… Pero en medio de ese trance recapacitó y pidió ayuda en casa. Necesitaba la consejería de un psicólogo pues sentía que no soportaba más esa situación.
Dana entonces tenía 14 años. Y su caso es uno de los más de 500 intentos de suicidio que se registran cada año en Perú, según una investigación académica realizada por médicos de la Universidad Nacional del Centro, la cual se publicó el año pasado en la Revista de Neuro-Psiquiatría de la Universidad Peruana Cayetano Heredia.
¿Por qué los jóvenes son los más propensos al suicidio?
Marcelo Enríquez (21), seudónimo que se usará para proteger la identidad de la fuente, es también parte de la población juvenil que vivió la desesperación de lidiar con un problema de salud mental: la depresión. “Sentía un vacío profundo. Hubo varios factores, tanto familiares como personales, que se plantearon varias veces en mi cabeza. Me preguntaba ‘¿Por qué no tuve la ayuda de mi padre?’, ‘¿por qué no tuve más conexión con mis hermanas?’. Sentía, además, impotencia porque mi rendimiento académico era bajo y no podía mejorarlo a pesar de tener los recursos económicos y capacidad suficiente para hacerlo», cuenta.
No sabía cuándo acabaría este pesar. Marcelo no entendía por qué le ocurría a él, y llegó a estar internado en una clínica durante tres días por los problemas psicológicos que lo aquejaban. Si bien recibió la ayuda necesaria, y el apoyo de su familia, no sabía que podía atenderse en una institución de salud pública. Ignoraba que podía superar este “martirio” psicológico con la ayuda profesional de un médico de la salud pública. Desconocía la existencia de la Ley 30947, la cual vela precisamente por la salud mental de los peruanos.
Esta norma fue creada para que el Estado cumpla con la prevención, el tratamiento y la rehabilitación de las personas con problemas de salud mental. Tanto Dana como Marcelo no sabían de la existencia de la línea telefónica 0800 10828, un servicio de consejería telefónica brindado por psicólogos que atienden problemas de dicha índole. Además, podían recurrir a los centros de salud mental comunitarios (CSMC) o al Instituto Nacional de Salud Mental «Honorio Delgado-Hideyo Noguchi».
Su Servicio de Prevención del Suicidio cuenta con psiquiatras y psicólogos especializados en atender a los pacientes que presentan estos cuadros. El problema es que a este servicio solo accede una minoría, como pacientes “referidos” (enviados por médicos de otro nosocomio). Lo ideal es que cada centro de salud mental tenga un consultorio dedicado a la prevención, el diagnóstico y el tratamiento, sostiene la psiquiatra Winet Vargas, jefa del Área de Emergencia del Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado-Hideyo Noguchi.
“El problema es que no tenemos suficientes profesionales en salud mental debidamente capacitados. Y los que sí han recibido formación no están distribuidos de manera proporcional a nivel nacional. Hasta el 2019, solo se tenía el registro de 1050 psiquiatras a nivel nacional. La mayoría trabajaba en Lima, lo que implica que muchas personas que padecen trastornos de ansiedad, pánico o cuadros severos de depresión, y han pasado por una experiencia traumática, no reciben un tratamiento especializado”, anota Vargas.
La jefa del área de Emergencia del Instituto Hideyo-Noguchi advierte que no solo es una cuestión de falta de profesionales, también se carece de la infraestructura suficiente para tratar y cuidar a la población afectada. Se necesita instalar más centros de salud mental comunitarios en todo el país.
Además, explica la psiquiatra, muchos de estos CSMC no cuentan con el personal médico especializado para atender a los pacientes: “Quienes dirigen o trabajan son especialistas en medicina familiar o medicina general. Faltan psicólogos y psiquiatras que aborden la salud mental”.
Cabe recordar que el suicidio no tiene un solo factor determinante, sino que proviene de diferentes problemas que pueden presentárseles a las personas. Álvaro Valdivia, psicólogo clínico y director del Centro «Sentido», especializado en prevenir el suicidio y tratar a pacientes que hayan pasado por un proceso traumático, indica que los motivos no son solamente diagnósticos clínicos (por ejemplo, personas con depresión, con trastorno bipolar, con desregulación emocional, con trastorno límite de la personalidad, con esquizofrenia, con estrés postraumático), sino que existen situaciones del día a día como la falta de soporte, dificultad para acceso a la salud, disfunción de familia, violencia, bullying y pobreza.
Adolescencia, juventud y adultez: los momentos críticos de estas tres etapas
Dana atravesó su momento más complicado a los 14, Marcelo cuando tenía 16. El mayor porcentaje de las personas que intentan suicidarse, o que finalmente lo consuman, está en el rango etáreo que va entre los 14 y los 29 años. Los especialistas indican que en el trayecto entre la adolescencia, la juventud y la adultez es cuando más vulnerable es el ser humano.
“La población joven es la más afectada porque, por ejemplo, en la adolescencia hay cambios biológicos, la neuroplasticidad se está dando en mayor medida y, dependiendo de los factores externos por los cuales esté rodeado, podrá o no desarrollar estos trastornos”, explica Winet Vargas.
Dana: Le explicaba a mi padre, pero él siempre estaba borracho. Marcelo: ¿Por qué no tuve la ayuda de mi padre? Ser adolescente es sentir, muchas veces, la incomprensión paternal.
¿Y qué pasa con el resto de grupos etáreos?
Hassan Hadzich (60) es un fiel testigo de que las personas, sea a la edad que sea, pueden tener tendencias suicidas. Describe a su exsuegra como ludópata, pues paraba día tras día en los casinos, sobre todo a las máquinas tragamonedas. Lo que empezó como un pequeño problema se fue agravando a medida que la señora Olga iba vendiendo más y más cosas de su hogar con la finalidad de recibir algo de dinero para apostar.
“Son juegos de azar, y casi nunca ganaba, hasta que hubo un momento en el que ya no tenía nada”. Y la desesperación, entre las deudas, la ludopatía, sumado al estrés con el que vivía, desencadenaron en una trágica situación. “Cogió un cuchillo y se cortó las venas de la muñeca de la mano”. Si no hubiese sido por la rápida acción de sus familiares que lograron llevarla a una clínica, hoy no estaría en este mundo.
Tras un mes de espera en la clínica, luego de haber culminado su tratamiento y cerrado las heridas, la señora retornó a su hogar sin haber pasado revisión ni tratamiento psicológico alguno. “Ella dejó la ludopatía y las secuelas por decisión y voluntad propia, sin ningún centro ni especialista que la ayude”, menciona Hassan.
Hay un grupo que queda invisibilizado y al cual normalmente no se le asocia este fenómeno. “Muy pocos especialistas tienen interés en trabajar con adultos mayores porque es la etapa del final de la vida, y eso genera mucho prejuicio al pensar que ya van a fallecer. Se sigue invalidando el sufrimiento del adulto mayor”, refiere el psicólogo clínico Álvaro Valdivia. Aproximadamente el 10% de los casos de suicidio corresponden a adultos mayores.
La muerte nunca será una solución
Tanto Dana como Marcelo superaron esta etapa complicada de sus vidas. Años más tarde, ambos se dieron cuenta de que podían haber afrontado sus problemas, sobre todo en el ámbito familiar.
Es cierto que Dana pensaba inicialmente que acabar con su vida sería la solución, pero luego se dio cuenta que una decisión así traería solo tristezas para sus seres queridos: “Iba a dejar a mi padre, que era mi mayor dolor en ese momento, más destrozado de lo que ya estaba”. A su madre no quería dejarla, pues considera que la misión que ella tiene es hacerla feliz.
Tras largas sesiones con el psicólogo, Dana logró restablecer el vínculo con su padre.
Marcelo dice que la depresión es como un cuadrado, pues solo se ven cuatro esquinas sin salidas. Pero también es consciente de que con ayuda profesional, la depresión se puede superar, y es precisamente ahí en lo que se debe trabajar: “Tus padres o tus maestros te deben enseñar a pedir ayuda”, enfatiza.
Son las 11 de la noche y el padre de Dana llega a la puerta de la universidad para recogerla. La relación que antes se basaba en discusiones, ahora se presenta como una relación sana en la que Dana, con orgullo, destaca el cambio en la relación con su padre. Sí, admite que le hizo daño, pero entiende que él también tenía cosas que solucionar, que necesitaba un espacio para curar.