Este verano muchos capitalinos vivieron por unos días lo que para otros es una situación permanente: la falta de agua. Durante casi una semana nos vimos obligados a racionar nuestro consumo. Pero, ¿existirá una cultura del cuidado del agua en Lima más allá de las emergencias? Fuimos en búsqueda de ciudadanos que luchan por el derecho al agua, con la expectativa de encontrar el vínculo que los une a este recurso.
Por: Jimena Rodríguez Romani, Luisenrrique Becerra y Thalía Gálvez
Portada: Jimena Rodríguez Romaní
‘Una sola fuerza’ fue la frase que hizo eco en el país entre la segunda quincena de marzo y abril de este año. El fenómeno del Niño Costero, que implicó el calentamiento anómalo del mar, causó inundaciones y huaycos desde el norte peruano hasta la capital, dejó 162 muertos y casi 286 mil damnificados, según cifras del Instituto Nacional de Defensa Civil (INDECI).
Uno de los estragos en la capital fue el colapso de las bocatomas de Sedapal. Estas se llenaron de barro y desechos provocados por los huaycos, lo que obligó a la empresa a cortar el servicio por cuatro días consecutivos, aunque en no pocos distritos el suministro se restableció por completo al cabo de cinco e incluso seis días. Desde San Miguel hasta San Juan de Lurigancho, los vecinos exigían la restitución del agua aunque sea por unas horas. Lo hacían por televisión, radio y redes sociales. Ante la incertidumbre, apelaron a diferentes estrategias de cuidado y reutilización del agua. En principio la recolectaron en baldes y bidones y aquella que utilizaban para cocinar o lavar ropa, la volvían a usar luego en la limpieza del hogar.
La escasez también llevó a los limeños a comprar litros de agua embotellada no sólo para consumo, sino para el aseo personal y la cocina. Inmediatamente subieron los precios de las botellas de agua. Andoli Cano tiene 24 años, estudia negocios y trabaja en la bodega de sus padres en Pueblo Libre. Esta, al igual que otras tiendas de barrio, elevó el precio del agua. “La semana que cortaron el servicio, las empresas subieron el precio: Cielo subió, San Luis, también. Como bodega minorista también tuvimos que elevar el precio, aquello no nos benefició, pero la gente nos exigía el precio normal sin saber lo que ocurría”.
Esta crisis mostró que son muy pocos los que cultivan la costumbre de ahorrar agua, y nos hizo preguntarnos: ¿Existe una cultura de cuidado de agua en Lima? En búsqueda de una respuesta visitamos tres lugares de la capital.
Cantagallo: un colegio sin agua
La historia de Cantagallo, en el Rímac, se inicia a fines de los noventa, cuando jóvenes de la comunidad Shipibo-Konibo (Ucayali) vinieron a Lima para seguir sus estudios superiores. En los años posteriores más miembros de esta comunidad migraron a la capital. La artesanía fue y continúa siendo la principal actividad económica de los Shipibo-Konibo. Cantagallo se convirtió en una de las pocas comunidades indígenas establecidas en Lima que ha preservado sus costumbres, pero que carece de servicios básicos. Uno de ellos es el agua.
En el colegio de la comunidad, en una de las esquinas, encontramos a una mujer de estatura mediana, lavándole las manos a un niño en una tina. Ella es Rosario Romero, profesora del aula para niños de tres años desde 2010 año. En un inicio el colegio se ubicaba cerca del centro comercial Las Malvinas.
Cuando se propuso la reubicación de la comunidad de Cantagallo, durante la gestión de Susana Villarán, el centro educativo se mudó frente a la avenida Evitamiento, donde había 18 casas que debían reinstalarse alrededor del perímetro del colegio. LAMSAC, empresa encargada de dicha reubicación, les ofreció a las familias que los desagües de sus hogares llegarían al pozo séptico del colegio y el traslado seria solo por ocho meses. Sin embargo, la reubicación de la comunidad nunca se realizó. Como consecuencia, este centro educativo se convirtió en el único responsable del mantenimiento y limpieza del pozo séptico. Cuando llega a su tope, los desechos se filtran al suelo de los baños de las casas y en el colegio los inodoros se atoran y colapsan.
Los intentos de la directora para que la limpieza de este pozo sea constante fueron ignorados por Sedapal. “Yo llamo al encargado del pozo séptico en Sedapal y me dan muchos pretextos, pero cuando hablo con el alcalde del Rímac, al día siguiente vienen a succionar el contenido”, explica la profesora.
Dados estos inconvenientes, el colegio ha decidido generar programas de cuidado de agua que permitan mantener limpios los ambientes y una consciencia de aseo en los niños a pesar de tener un pozo séptico muchas veces inutilizable dentro de su terreno. La estrategia que ellos plantean es juntar seis bidones de agua útiles para el lavado de manos y rostro, capaces de abastecer a 267 personas, entre niños y adultos.
Mientras el futuro del pozo sigue siendo incierto, la profesora Rosario Romero continúa enseñándoles a los niños de Cantagallo sobre el valor del agua a través del ejemplo.
“Para cambiar un hábito, tenemos que estar al costado del niño y corregirlo inmediatamente cuando cometa un error”, señala la profesora. Ella considera que su labor es insuficiente ya que en los hogares estas prácticas de cuidado del agua no son replicadas. Los medios de comunicación, un agente importante en la difusión de buenas prácticas del cuidado del agua, tampoco ayudan a reforzar el mensaje de la profesora.
Más allá de los comerciales
Un mensaje que pide cuidar el agua aparece en la pantalla de un televisor. Salió al aire en uno de los shows de espectáculos más vistos a nivel nacional, llamado Amor Amor Amor. En marzo de este año hizo un alto en su programación habitual para presentar una nota sobre los personajes de la farándula peruana dando tips para cuidar el recurso. Pero esta iniciativa no es ‘pan de cada día’. Preocuparse por el fomento de buenas prácticas ciudadanas solo durante situaciones de crisis no ayuda a generar una cultura sostenible de cuidado del agua.
En forma paralela al mundo de las grandes cadenas de medios, nuevos espacios creados en las redes sociales y en internet buscan dar un mensaje consistente y generar un activismo ciudadano sostenible. Uno de ellos es Actúa.pe. Buscamos a la responsable de comunicaciones digitales de la web Actúa, Julie Amira Byrnes, para conocer cómo fomentar el cuidado del agua desde las redes sociales.
Actúa.pe es una plataforma ciudadana y virtual que busca difundir cinco problemas vinculados a la desigualdad que ningún gobierno ha podido resolver: inversión en las personas, empleo digno, justicia fiscal, equidad de género y gobernanza ambiental.
Abordan todos estos temas en formatos como la ilustración gráfica. Una de las imágenes que difundieron durante las semanas de escasez de agua fue la de un hombre cargando dos baldes que simulan ser de oro con el lema: ‘El agua vale más que el oro’. Para Byrnes, el tema de acceso al agua es la manera más explícita de desigualdad social.
“Sin cifras no hay campaña y sin argumento no hay activismo fuerte”, afirma Byrnes y explica que la tarea del experto en data es clave cada vez que deciden lanzar una nueva campaña.
Esta plataforma no espera solo los habituales likes o compartidos de las redes sociales, sino que ha empezado a difundir sus mensajes fuera de las pantallas: “No nos movemos solamente online, sino que hay todo un proyecto offline donde se promueven laboratorios de activismo en los que vemos cómo fortalecer las mismas capacidades de los grupos juveniles que viven el activismo”, explica Julie.
Sin embargo, una plataforma ciudadana como Actúa.pe tiene un alcance limitado de público objetivo. Quién quiere cambiar hábitos de manera masiva tiene que apostar sobre el Estado.
Educación y Estado
La educación motiva una participación política más activa y consciente. Una de las pocas iniciativas públicas es el Plan Nacional de Educación Ambiental (Planea) 2017 – 2022, que contempla en uno de sus puntos la necesidad de integrar metodologías de enseñanza sobre el cuidado de recursos naturales, entre ellos los hídricos El plan busca que los procesos de aprendizaje en los colegios sean participativos bajo lo que han denominado: una ‘educación ambiental comunitaria’.
Una de las principales proyecciones es que en un futuro se pueda hablar de líderes en educación ambiental que puedan enseñar en base a sus propias experiencias y que, finalmente, sean difundidas en los medios.
Sunass, ANA, Sedapal, Minam y Minedu son los cinco agentes estatales responsables de promover una cultura del agua a través de programas de educación ambiental. Según la coordinadora de comunicaciones de Sunass, Gabriela Corimaya, el problema es que cada uno de estos entes estatales desarrolla sus proyectos de forma aislada.
Una de las iniciativas de la Sunass es el concurso “Buenas Prácticas para el Ahorro Responsable del Agua Potable” en una muestra limitada de colegios: “Los chicos hacen la promesa de ser vigilantes, supervisan si se está desperdiciando el agua, si hay caños malogrados o si sus compañeros no están haciendo un uso adecuado del recurso. A través de estas dinámicas buscamos que los padres de familia y vecinos de los alrededores del colegio se involucren en la educación ambiental de los menores”, señala Corimaya.
¿Y cómo será el cuidado del agua donde no llega el Estado ni su agua potabilizada? Para saberlo nos dirigimos hacia Puente Piedra.
Juntas vecinales
Nelson Cancho y Jeisy Laita forman una joven pareja que vive hace tres años en ‘Cerrito de la Libertad’, un asentamiento humano de Puente Piedra. Ellos acaban de adquirir un tanque que almacena 1100 litros de agua y que abastece a seis miembros de su familia por quince días, aproximadamente. Contar con este tanque ha permitido a la familia tener agua de forma regular.
Antes de instalarlo la rutina de esta joven pareja demandaba un gran esfuerzo físico ya que no solo tenían que levantarse temprano para recoger el agua sino que además trasladaban pesados baldes hasta su vivienda. A pesar de este cambio de vida y de tener un mejor acceso al agua, no han cambiado sus costumbres respecto al cuidado. En su pequeño baño todavía guardan espacio para los recipientes donde almacenan el agua que reciclan para el inodoro; o el agua con que lavan las verduras y que luego sirve para regar las plantas y limpiar el piso. En una sola tina, Jeisy baña a la vez a sus tres hijos en no más de cinco minutos.
Carlos Espinal es profesor y presidente de la junta directiva de este asentamiento humano. Él ha fortalecido el compromiso de los vecinos para mantener una infraestructura del agua en el lugar. Incluso han construido casetas de madera que protegen los tanques de agua. Desde allí se distribuye a la parte alta de este asentamiento humano, a través de las tuberías impulsadas por las bombas de agua que se encuentran en las faldas del cerro. La inversión económica de cada uno de ellos permitió contratar a un ingeniero para la construcción de una red de tuberías que distribuye dicho recurso.
La organización que han establecido los vecinos de la zona posee ciertas normas, como respetar el horario en el que cada familia extrae agua una vez a la semana, pagar la cuota que permita la reconstrucción de algunas averías en la infraestructura, y/o cumplir con algún acuerdo formulado en la reunión de las juntas vecinales.
Entonces, ¿hay una cultura de cuidado del agua?
Una cultura de agua implica un cuidado y uso consciente del recurso practicado como un hábito permanente en las actividades diarias de las personas. Carlos Espinal y Rosario Romero, dos autoridades que desde su cargo buscan promover un cuidado sostenible del agua o personas como Andoli Cano, Nelson Cancho y Jeisy Leita, son parte de un colectivo de ciudadanos que, así como ellos, reaccionan ante la carencia de agua.
La preocupación por el cuidado del agua es una prioridad en muchas zonas de Lima, su cuidado se debe a la necesidad mas no al valor que posee en sí misma. Cambiar esto no es fácil. El sociólogo Miguel Ferreira explica en el artículo ‘Cambio de actitudes sociales para un cambio de vida’ lo siguiente: “Las actitudes no son innatas. Se trata de disposiciones adquiridas, aprendidas a partir de la interacción. Estas incitan a la persona a reaccionar de una manera característica frente a determinadas situaciones. Además, son relativamente durables, pueden ser modificadas por influencias externas”.
En Lima siempre han coexistido distintas culturas del agua: los que tienen una conexión la desperdician como una práctica cotidiana y los que no tienen un abastecimiento convencional hacen lo posible por obtenerla y preservarla. Lo que no existe es una cultura de cuidado del recurso más allá de lo urgente.
Por lo menos no la hemos encontrado en nuestro recorrido. Ver al agua solo bajo una mirada utilitaria genera un uso individualista. Tendríamos aprender a cuidarla no solo cuando nos falta; es necesario entender que se trata de un recurso limitado y que vivimos en una costa desértica. Solo de esta manera podremos adquirir hábitos nuevos para un cuidado sostenible.