Cada vez son más los periodistas que optan por contar la verdad a través de los libros. Investigaciones, crónicas y perfiles son publicados por editoriales que apuestan por un periodismo serio y profundo, cuyo número de lectores aumenta progresivamente. Y los números de venta comprueban que este año no está siendo la excepción.
Por: Alexis Revollé y Alexandra Ampuero
Portada: Alejandro Tong
En un país cuyos escándalos de corrupción política han manchado sus últimos años de historia, la fiscalización periodística es fundamental para desentrañar los mecanismos ocultos del ejercicio del poder. No sorprende por eso que hoy sea el periodismo de investigación el que esté escribiendo, a modo de crónica, la historia del Perú.
Una prueba de ello es la presente edición de la Feria Internacional del Libro de Lima, o FIL por sus iniciales, en donde decenas de periodistas han participado en calidad de autores, presentando al púbico sus historias, sus investigaciones, sus hallazgos. Según cifras oficiales de la Cámara Peruana del Libro, el año pasado dos de los más vendidos en la Feria fueron escritos por periodistas: H&H, de Marco Sifuentes y Cambio de palabras, de César Hildebrandt. Este año se espera que a esos títulos se sumen otros proyectos periodísticos, sobre todo porque hoy existe un público ávido de información, que reclama, con razón, su derecho a conocer la verdad. Un público que ya no se conforma con el tweet de 280 caracteres o con la nota resumida de dos párrafos en la web. La alternativa a todo eso, según parece, consiste en recurrir a un periodismo ambicioso para entender mejor el presente.
En medio de presentaciones de libros, mesas redondas, talleres y conciertos, Somos Periodismo conversó con varios de los periodistas que pasaron por la FIL 2019. ¿Por qué escribir libros de periodismo en pleno siglo XXI?, ¿hay espacio aún para las investigaciones de largo aliento?, ¿cómo escapar a la lógica de la brevedad, de la inmediatez impuesta por las redes? Planteamos estas y otras preguntas a Santiago Roncagliolo, César Hildebrandt, Milagros Salazar, Juan Manuel Robles y Ernesto Cabral, quienes accedieron a compartir algunas reflexiones sobre el momento que vive la prensa en nuestro país.
Un camino para la calidad periodística
Con varias unidades de investigación cerradas, hoy las investigaciones periodísticas deben buscar caminos alternativos. Los casos de Ojo Público o IDL-Reporteros son emblemáticos, pues han significado ejercicios periodísticos determinantes para la agenda mediática del país. Es la libertad de lo digital, capaz de suministrar nuestras pantallas con aquella información que, en otros tiempos, solo encontrábamos en las páginas de algún diario grande. Durante los últimos años, su alcance ha demostrado no creer en límites. Pero hacerlo es un valiente acto de independencia. “Es difícil hacer periodismo de investigación, cuestan esfuerzo y dinero. No siempre es rentable. Creo que es importante saber valorar el trabajo que se hace, el esfuerzo, los aprendizajes que hay en el camino. La mayoría son periodistas que tienen que aprender administración para llevar adelante un medio”, señala Ernesto Cabral, periodista de Ojo Público.
Es en este espacio de independencia y compromiso con la verdad donde aparecen, también, los libros que recogen investigaciones periodísticas. Santiago Roncagliolo, periodista y escritor, es autor de una de las más originales, publicada en 2007 y titulada “La cuarta espada”. A doce años de su publicación, esta investigación sobre la vida y trayectoria política del líder de Sendero Luminoso mantiene vigencia e interés, tanto por el notable trabajo de documentación como por el registro testimonial que hace el autor. “Este país está contando su historia. Cuando yo estaba en la universidad solo había ensayo sociológico, y lo que hay en los últimos diez años es un gran esfuerzo por contar las historias que han hecho este país, que son necesarias para que los lectores puedan entender cómo se ha hecho este país. Siempre son esos los libros más vendidos, porque en el fondo son los que nos hablan de lo que somos”, reflexiona Roncagliolo sobre la eficacia del libro como soporte para la ambición periodística.
Soporte material, puesto en cuestión por la digitalización de los nuevos tiempos, el libro no es solo un conjunto de trozos de papel salpicados con tinta. Es lo que contiene; y más que eso, un objeto portátil de consumo masivo con la capacidad de expandir las ideas, las historias y las experiencias que nos descubren lo compleja que es la existencia humana. ¿Qué está sucediendo, entonces, con este estallido de libros periodísticos que se convierten en un éxito de ventas? “Yo diría que es una nueva forma de periodismo. Uno que te permite, gracias a la magia del libro como objeto, que la gente lo vea y piense: ‘este libro me dice lo que ha sido PPK’. Es más o menos el efecto de los documentales de Netflix. Un gran porcentaje de los documentales de Netflix son imágenes que ya hemos visto. Sin embargo, que alguien se concentre, le dé un tono, una narrativa, nos haga sentir que somos dueños de esa historia, nos da algo adicional y por eso lo leemos”, explica el periodista y escritor Juan Manuel Robles, quien asistió a la última edición de la FIL para presentar la reedición de su libro de cuentos «No Somos Cazafantasmas”.
Lo sucedido en las ediciones más recientes de la Feria del Libro es llamativo no solo por el contundente interés del público en torno a las investigaciones periodísticas, sino también porque, de algún modo, podría significar el primer paso hacia un ejercicio más comprometido del periodismo en nuestro país. Para César Hildebrandt, periodista de amplia experiencia y uno de los referentes más renombrados del medio, “los libros son siempre el mejor camino para mantener la calidad de las cosas”. Su visión es certera y crítica, aunque siempre matizada por algún destello de esperanza. Hildebrandt es un convencido del poder de los libros y esa seguridad contagia a sus lectores, quienes llegaron a multitudes para la presentación del libro Una piedra en el zapato. Según palabras del propio autor, esta publicación reivindica la idea de que “el infinitivo del periodismo es joder”. La consigna: incomodar al poder sin descanso. Hoy más que nunca, los libros parecen abrir una vía para lograrlo.
Contra la tiranía de la brevedad
Sin duda, este fenómeno propone una serie de desafíos para las dinámicas de comunicación imperantes en la actualidad. Hoy nos enteramos de las noticias a través de las redes, mediante la agilidad del retweet o con la velocidad del mensaje de whatsapp. Para bien o para mal, la lógica de la brevedad se ha impuesto en nuestra relación con la prensa, y el resurgimiento de un periodismo de investigación en nuestro país conlleva, naturalmente, una especie de resistencia frente a ello.
Milagros Salazar, fundadora de Convoca y periodista de investigación, sostiene que el problema no radica en la brevedad, sino en la tendencia a hacer un periodismo flojo y negligente. “Más que preocuparnos por su brevedad, hay que preocuparnos por la calidad de ese periodismo. Tú puedes hacer, en dos o tres párrafos, un periodismo de calidad si realmente pones en el centro el interés público. Y eso es lo que está fallando […] No es un problema de tecnología, no es un problema de formación. Es un problema de mentalidad, de escasez”, declara Salazar, tras participar en una mesa sobre periodismo digital, junto a Ernesto Cabral y Carlos Dadá.
Desde luego, la información condensada en formato breve, resultado de las exigencias de lo cotidiano, puede ser también un complemento para el periodismo de largo aliento. “El periodismo es un trabajo transformador que parte desde el que hace investigación seis meses, pero también del que está ahí con la cámara, en el conflicto, todo una semana cubriendo el día a día”, señala Cabral sobre este tema. Por su parte, Roncagliolo confirma la idea. “Mi situación ideal es hacer un libro de trescientas páginas con una historia profunda, y luego hacer varios tuits con citas para que lean el libro. Pero el tuit no puede ser el final, debe ser el inicio para profundizar”, explica. Con ello, el camino a seguir para las investigaciones periodísticas parece claro: coexistir con la inmediatez de las nuevas tecnologías, encontrar en ellas un canal eficaz de comunicación, y todo sin renunciar a sus propias aspiraciones, a sus propios tiempos, a su naturaleza. Resistir la lógica (a la dictadura) de la brevedad significa conseguir aquel propósito.
“Hay un punto intermedio entre la fugacidad de los nuevos diarios digitales y el tiempo de maceración y destilado de los libros y las novelas, que son estos libros que se permiten lo que ya no pueden hacer los diarios tradicionales porque no quieren invertir”, señala Robles. En definitiva, el periodismo, como ejercicio de re- presentación de la realidad, demanda un tiempo dilatado de trabajo. Pero profundizar en la investigación no garantiza, necesariamente, los resultados más deseables; por eso todo apunta a que cada vez son menos los medios dispuestos a intentarlo. Hoy es esa fugacidad la que condiciona el ejercicio periodístico. Por suerte, el desfile de periodistas en esta Feria ha dejado claro que cada vez son más quienes la enfrentan desde la trinchera del compromiso con lo que quieren contar, con las historias, con la pasión por narrar nuestra sociedad convulsa.
Historias que exigen ser contadas
Un periodista es, entre muchas otras cosas, un narrador de historias. Convertir un acontecimiento en reportaje, en crónica o en nota informativa es darle un sentido desde la propia subjetividad, es ordenar los hechos a modo de capítulos, retratar personajes, añadir detalles. La clave está en restaurar la realidad a modo de relato. Siguiendo, claro, los imperativos de la inmediatez. Lo vemos diariamente en la sección policial, política o deportiva de cualquier periódico impreso o digital: asesinatos explicados en dos párrafos, delincuentes cuyo perfil se resume en trescientas palabras, casos de corrupción, controversias políticas que se simplifican en virtud del ahorro. Pero, ¿qué pasa cuando un periodista quiere ir más allá e involucrarse con una historia, contarla no de manera fragmentaria, sino completa? Es un desafío y no son pocos los periodistas peruanos que lo están asumiendo.
Para Roncagliolo, por ejemplo, entrar de lleno en un relato es una cuestión de voluntad, de tiempo y de esfuerzo. “Si tú trabajas mucho en una historia con honestidad y con pasión, tendrás más que decir sobre ella. Yo a veces escribo columnas, y está bien; pero lo más importante que hago es escribir historias. Para mí es más interesante porque te obliga a empatizar, a ponerte en los zapatos de los demás. Una historia te acerca a personas diferentes, pero requiere más trabajo”, confiesa.
De nuevo, el tiempo es un factor determinante. El compromiso, asumido con empeño, permite al periodista aproximarse a realidades diversas, e incluso confundirse con ellas. La voluntad por investigar, sin embargo, no es solo una cuestión de empatía. En el proceso, se alimenta a sí misma.
Al final, el hambre por conocer la verdad, siempre compleja, se convierte en el combustible del periodista. “Cuando uno sigue investigando se da cuenta de que quiere contar el desarrollo de una historia, y no solamente aquello que está en la superficie. Llega un punto en que tú investigas y ves que hay puntos oscuros y dices voy a seguir investigando. La investigación es como cualquier obsesión, una vez que te toma no te deja. Esa obsesión te lleva a otros lugares, te lleva a ser inconformista”, dice Robles, de quien también se encuentra la última edición de su libro Lima Freak, que reúne crónicas y perfiles periodísticos sobre los personajes más coyunturales de inicios del nuevo milenio.
La insatisfacción de estos periodistas sobre cómo y qué se conoce de ciertos pasajes de nuestra historia ha sido la premisa para desplegar su curiosidad y traernos a la palma de las manos la verdad que todo ciudadano necesita saber. Una verdad contada en las hojas de un libro o en la pantalla de una página web; no importa el formato: lo importante es que cada una de esas verdades influyan en las ideas, sensibilidades y certidumbres de la sociedad.