Mujeres jóvenes desactivando bombas lacrimógenas y organizando marchas desde las redes sociales. El protagonismo de las mujeres de la Generación del Bicentenario no ha pasado desapercibido durante las protestas contra el gobierno de Manuel Merino. Se basa en una larga historia de luchadoras sociales peruanas. Mujeres de distintas generaciones relatan cómo ha cambiado la participación femenina en las protestas sociales y qué hace tan única la manifestación de las mujeres de la Generación del Bicentenario.
Por: Andrea Morales, Romina Ballesteros y Diego Gallegos
Al llegar a su casa, después de caminar junto a miles de personas por el centro de Lima en el marco de la segunda marcha nacional, Yosselin Bautista sintió que no era suficiente protestar con una pancarta en mano, así que posteó en un grupo de Facebook feminista: “quiero formar una brigada de desactivación de lacrimógenas”. Era el cuarto día de las protestas contra el gobierno de facto de Merino y, en pocos minutos, alrededor de treinta chicas se sumaron a su iniciativa.
Luego, coordinaron una asamblea virtual por Zoom para las 10 de la noche. “No teníamos nada: ni dinero, ni implementos, ni conocimiento, pero sí muchas ganas”. Todas empezaron a buscar videos de desactivación de bombas en Google, YouTube y Tik Tok para aprender. Al día siguiente, viernes 13 de noviembre, 25 chicas fueron a la tercera marcha nacional y estuvieron organizadas en dos comisiones: primeros auxilios y desactivación.
Según el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), el 49% de las mujeres encuestadas participaron en las manifestaciones contra el golpe legislativo; mientras que en el caso de los hombres, solo lo hizo el 42%. Además, el 80% de ellas participaba en una protesta política por primera vez. Yosselin Bautista tiene 22 años y estudia Comunicación para el Desarrollo en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y como ella, miles de mujeres jóvenes, en su mayoría estudiantes, decidieron no solo alzar la voz, sino organizarse y aportar de manera concreta.
El grupo de Yosselin Bautista, Desactivación Feminista, apoyó apagando bombas, pero también se hizo presente en las brigadas de primeros auxilios, en la organización virtual mediante grupos de Facebook, WhatsApp, Telegram y hasta Signal, y en la difusión de información por medio de Instagram, TikTok y Twitter. Ellas son una muestra de quiénes conforman la mitad de la nueva Generación del Bicentenario.
La revolución desde las redes digitales
Katia de la Cruz, vocalista de la banda Moldes, alzó su voz de protesta creando #MúsicxsUnidxs. “Era importante que las y los músicos nos representemos en bloque e informásemos a la gente cuál era nuestra posición de lo sucedido”, afirma. Ella considera que organizar a músicos para marchar es un gran reto, pues no todos tienen el interés por ir a protestar.
A pesar de esta situación, ella tuvo la iniciativa de formar un grupo de WhatsApp junto a otros compañeros. “Entraron como 160 personas al grupo, pero esto lo convirtió en un espacio peligroso porque allí estábamos dando mucha información personal como por ejemplo, nuestra ubicación”, justifica. Ella creó y se convirtió en una de las administradoras principales del grupo que luego se trasladó a Signal, una plataforma más segura. Más allá de los medios, la premisa seguía siendo la misma: expresar la indignación por las injusticias y hacer algo al respecto.
En medio de una pandemia mundial que obliga a todos a mantener el confinamiento, el internet y las redes sociales han sido claves para la organización de estas marchas, pues han permitido a las y los participantes organizarse de manera virtual. Muchas chicas encontraron, de la mano con la tecnología, alternativas para no callar su voz. Las redes sociales son un medio efectivo para que muchos grupos protesten contra las injusticias, tal como ocurrió con #MúsicxsUnidxs. No obstante, no es la primera vez. Las marchas contra la Ley Pulpín, en enero del 2015, ya habían evidenciado la potencia de las redes, pero no sería hasta el 2016, con la marcha Ni una Menos, que se vería de manera concreta el alcance y la fuerza de la virtualidad.
Ni una menos, la marcha de las mujeres
En julio de 2015, cámaras de seguridad de un hostal en Ayacucho registraron el brutal ataque que sufrió Arlette Contreras por su entonces pareja, Adriano Pozo, quien la arrastró por el piso y jaló de los pelos por todo el lobby del hostal. Arlette realizó una demanda pública en contra de su agresor; sin embargo, un año después, el Poder Judicial, lejos de impartir justicia, le otorgó a Adriano Pozo un año de prisión suspendida por lesiones leves. A raíz de esta polémica decisión, miles de mujeres contaron sus traumáticas experiencias de violencia de gènero en Facebook y Twitter, que resultó en una manifestación multitudinaria en las calles.
La marcha #NiUnaMenos se realizó por primera vez el 13 de agosto de 2016. El objetivo era protestar contra los feminicidios y la violencia contra las mujeres: que los reclamos no se quedaran en las redes, en la virtualidad, sino que se hicieran presentes en las calles. Según sus organizadoras, solo en Lima asistieron aproximadamente medio millón de personas, quienes llevaron pancartas y realizaron cánticos efusivos para mostrar su rechazo a la violencia. La periodista Maricarmen Chinchay informó que “miles de mujeres y hombres de todas las edades formaron parte de esta marcha. La multitud, en filas de más de 30 cuadras, llegó al Palacio de Justicia”. Sin duda, en el 2016 las mujeres perdieron el miedo y aprendieron a alzar la voz para defenderse.
Pero no sería hasta ahora, cuatro años después, que las mujeres tendrían la valentía para desactivar bombas, algo que solo se pensaba que los varones podían hacer. A pesar de que no contaban con una experiencia previa, Yosselin y sus compañeras desactivadoras no tenían miedo. Como parte de la Generación del Bicentenario, ellas sabían que debían mantenerse firmes, codo a codo con sus compañeros, en el área de choque con la Policía donde el riesgo era inminente y su aporte, crucial.
Las maestras
La fortaleza de las mujeres de la Generación del Bicentenario no es una cualidad espontánea, sino que se remonta a siglos atrás. Antes, hubo mujeres, quienes a pesar de ser consideradas rebeldes en su tiempo, se constituyeron como maestras para las siguientes generaciones. Ahora, en el siglo XXI, esta lucha por conquistar espacios desde y para las mujeres, continúa. Elizabeth Zúñiga, una de las desactivadoras de bombas más experimentadas en el grupo Desactivación Feminista, es un ejemplo contemporáneo de ello.
“Yo ya voy para la base cuatro, pero comparto este espacio con chicas veinteañeras”. Elizabeth creció en un entorno familiar político y recuerda ser activa desde pequeña, pero no fue hasta las protestas contra el alza del peaje en Puente Piedra en 2017, que tuvo su primera experiencia concreta frente a la represión policial. Las circunstancias la obligaron a aprender (y rápido) a desactivar bombas de gas lacrimógeno.
“Yo no sabía cómo era apagar una bomba lacrimógena, pero ví a los chicos que la agarraban sin guantes, solo se sacaban su polo, lo envolvían en su mano, agarraban la bomba y ¡pam! lo metían en baldes con agua”, narra. A pesar de que una bomba de gas lacrimógeno es muy caliente y, cogerla sin protección, quema las manos, dificulta la respiración y visibilidad; Elizabeth no se amedrentó. Tres años después, su experiencia y temple le permitiría enseñar cómo desactivar bombas a las nuevas activistas como Yosselin durante las protestas de noviembre.
Para desactivar una bomba, se necesitan al menos tres personas. Una persona se encarga de coger el escudo, otra el bidón de agua con bicarbonato y una tercera coge la bomba, la cual debe sumergirse profundamente en el bidón. Todo este proceso no debe tardar más de tres minutos. Si no se logra, el gas se expandiría al resto de manifestantes y, por lo tanto, los obligaría a quitarse la mascarilla. “Por internet se ve fácil; de hecho, el proceso no es complicado, pero cuando nosotras hacíamos lo mismo que los videos, las bombas no se apagaban”, afirma Yosselin. Las chicas de Desactivación Feminista estudiaron el proceso mediante videos de YouTube y Tik Tok, pero, al llegar al centro de Lima, se dieron cuenta que la realidad era distinta.
En este contexto, Elizabeth Zúñiga se convirtió en una maestra para más de veinte jóvenes, ávidas de aprender nuevas formas de manifestarse y defenderse.
“Los días anteriores al sábado 14 (dìa màs cruento de las manifestaciones, la editora) fue como una preparación para ellas. Tenían muchas preguntas y, al juntarnos presencialmente, les pude explicar lo necesario. Lo más importante fue darles la confianza, que sepan que tienen a alguien detrás, que nunca van a estar solas”. Así, Elizabeth Zúñiga se convirtió en una maestra para las nuevas desactivadoras, no solo por la enseñanza transmitida, sino por medio de sus acciones transgresoras: romper estereotipos para construir nuevos espacios para las mujeres.
“Las marchas y protestas han dejado de ser un espacio masculino, se ha vuelto de todos. Ya no es solo de varones, pues ellos saben que nosotras hemos estado ahí siempre”, aclara Elizabeth. Como ella, otras mujeres fueron cruciales para la apertura de nuevos espacios y nuevos conocimientos. Claudia Rosas, historiadora especialista en género, explica que el Bicentenario “va a ser un momento importante para poner en primer plano el aporte de las mujeres durante la construcción del Perú”. La presencia de las mujeres en la historia del país siempre ha estado presente, pero no necesariamente ha sido reconocida. No obstante, existen figuras de nuestro pasado reciente que han demostrado que el coraje no tiene género, como María Elena Moyano, luchadora social clave durante el Conflicto Armado Interno.
Las mujeres contra Sendero Luminoso
Cuando María Elena Moyano fundó el club de madres Micaela Bastidas, cuyo fin fue que las mujeres se defiendan ante la situación de violencia por el Conflicto Armado Interno, jamás pensó que por eso la asesinarían. Moyano, también conocida como “la madre coraje”, era una dirigente vecinal de los años 80’s y 90’s. En 1984, fue elegida presidenta de la Federación Popular de Mujeres de su distrito Villa El Salvador (FEPOMUVES). Ellas organizaron comedores populares, el programa Vaso de Leche y actividades comunitarias como campañas de derechos humanos o talleres productivos, de salud y educación.
A comienzos de los años 90, la organización terrorista Sendero Luminoso inició una campaña de asesinatos, atentados y amenazas. El 26 de septiembre de 1991, la federación de mujeres, encabezada por María Elena, desafió a Sendero con la marcha pública ‘Contra el Hambre y el Terror’, donde participaron unas 20 mil personas, en su mayoría mujeres. Las dirigentes vecinales eran acusadas por Sendero de ser reformistas y colaborar con el gobierno, pero ellas solo buscaban mejorar las condiciones de vida de sus familias y sus comunidades.
Esta organización desde y entre las mujeres se ha desarrollado desde mucho antes y se mantiene hasta el día de hoy. Durante las marchas contra el golpe legislativo liderado por Manuel Merino, varios colectivos feministas, como Resistencia Rabona, se hicieron presentes para defender la democracia, tal como lo hizo María Elena Moyano en su tiempo.
Las guerreras de la Independencia
Christy Herrera, estudiante de 22 años de Comunicación Audiovisual de la PUCP y miembro del colectivo Resistencia Rabona, se hizo presente en las protestas, pero más de manera virtual que presencial. Debido a la pandemia y a vivir junto a personas pertenecientes a la población de riesgo, aportó a través del diseño de infografías para redes sociales y plantillas para hacer pintas en las calles. Las mujeres de Resistencia Rabona se organizaron para mantener presencia en las dos dimensiones.
“Todas nos animamos a hacer propaganda, hicimos gráficas, incluso elaboramos un cómic en colaboración con un colectivo similar”. Como comunicadora y parte de la Generación Bicentenario, Christy sabe de la importancia de condensar la información mediante imágenes viralizables. “La idea era difundirlo visualmente porque no mucha gente se toma el tiempo de leer un texto grande, pues no llama la atención”, explica.
Junto a su colectivo, Christy ha buscado reivindicar la importancia de la presencia y labor de las mujeres en el país. “Nos decidimos por Rabonas porque una compañera que estudia Historia nos explicó que estas mujeres acompañaban a los hombres armados en la Guerra del Pacífico. Cuando ellos morían, los reemplazaban en la batalla, tomando las armas. A nosotras nos sorprendió bastante que se hayan armado, que hayan sido guerreras”, justifica Christy.
Históricamente las mujeres tuvieron una participación poco valorada, como las rabonas, cuenta la historiadora Claudia Rosas. “Ellas eran mujeres que tenían el papel de cocineras o lavanderas, sin embargo solo eran vistas como algo anecdótico”, recalca. Las rabonas, llamadas así por ir al final (al rabo) de las filas del batallón, tuvieron una participación logística crucial. Su aporte no estuvo en la toma de decisiones que escribieron la historia del Perú, estructurada en torno a próceres, héroes y caudillos, pero sí de manera pragmática al brindar asistencia a los soldados para lograr el plan trazado.
“Resistencia es porque buscamos reivindicar a estas mujeres y traerlas al presente. Queríamos mostrar que ellas pudieron ser nuestras madres, amas de casa, mujeres que hacen doble trabajo, pero no se les paga el doble, como a las rabonas en su momento”, compara Christy. Del siglo XVII al siglo XXI, la sociedad y las maneras de protestar han cambiado. Ahora, las jóvenes de la Generación Bicentenario han desmantelado estos estereotipos históricos.
La calle como escenario
Al día siguiente de la vacancia de Martin Vizcarra, un grupo de cincuenta mujeres se paró frente al Palacio de Justicia. Con faldas rojas y camisetas blancas, colores que simbolizan a la madre patria, caminaron por horas a paso lento y con mucho pesar alrededor del Paseo de Los Héroes Navales. A partir del 15 de noviembre, empezaron a llevar pañuelos negros como símbolo de duelo por las muertes de Inti y Bryan, dos estudiantes asesinados por la Policía, y todas y todos las y los afectados y afectadas en la lucha de esa semana por recuperar la democracia. Era “Marea Roja – Ponte el alma”, performance hecha desde y por mujeres para el Perú.
Hace 30 años, salir a protestar era diferente. “No son como las marchas de hoy que salen en batucada, haciendo performances o en plantones frente al Palacio de Justicia. Esta nueva forma de participación mediante las artes escénicas recién se han ido incorporando en los últimos años”, señala Margarita Ramirez, activista y docente universitaria. Desde su propia experiencia en la marcha de los Cuatro Suyos, Margarita asegura: “En general, nunca vi tanta presencia femenina como la de este año”.
La participación de las mujeres en las protestas sociales ha ido cambiando a lo largo de los años. “Ahora sentimos que es una necesidad. Muchas han dejado el silencio de lado. — afirma Christy— Antes, sentía que no se decían tantas cosas, había mucha más timidez por parte de las mismas compañeras, pero ahora es distinto. El movimiento ha evolucionado en términos de confianza y sororidad, lo que nos ha fortalecido porque nos ha quitado el miedo”, asegura.
Las mujeres siempre han estado presentes, pero ahora su reconocimiento por parte de la sociedad es mayor. “Internet y las redes sociales han hecho que la participación de las mujeres sea más visible. Estas nuevas plataformas nos ayudan a difundir la verdad, nos permiten ver a la comunidad en su real magnitud y diversidad”, señala Elizabeth.
Christy considera que la mayor presencia de mujeres en las protestas se debe también a un cambio generacional. “Nosotras como hijas feministas hemos aprendido de las experiencias de nuestras madres y abuelas. Ellas han sufrido bastante censura y opresión, les enseñaron a ser ‘recatadas’ con sus opiniones. Entonces, nosotras como hijas, al alzar la voz y luchar por la defensa de nuestros cuerpos y soberanía, les damos fuerzas para que ellas y otras lo hagan. La valentía de unas motiva a otras mujeres a buscar su autonomía”, sostiene.
Antes fueron las rabonas, después, María Elena Moyano y las mujeres de Villa El Salvador y, ahora, son las mujeres de la Generación del Bicentenario. Como concluye Margarita Ramírez, “las mujeres del Bicentenario nos han dado una nueva imagen de guerreras heroínas. Ya no necesitamos de guardaespaldas, si no que somos nosotras mismas las que nos protegemos”.