El peruano que anotó el último gol en un mundial quiere olvidarlo

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¿Puede un delantero borrar de la memoria un gol que recuerda todo un país?
Por: Eduardo Zani
Portada: Andrés Alviar


Para Guillermo La Rosa, Dios es el hacedor de todos sus sueños en el fútbol. Y fue precisamente Dios quien le concedió la oportunidad de marcar el último gol de Perú en un mundial, en España 1982.

Anotar con la camiseta peruana en un mundial era su mayor sueño, lo que más deseaba desde que era un niño y jugaba descalzo en los terrales de Puente Piedra. La Rosa nació en este distrito limeño el 6 de junio de 1954. Su familia era numerosa y pobre. A veces no tenían ni para comer. Es por eso que el delantero, a punta de empeño, se prometió sobresalir.

Llegó al Mundial de Argentina 78 como suplente. Dios, como él dice, le otorgó el titularato tras una lesión de su gran amigo Hugo Sotil. Muñante por derecha, Oblitas por izquierda y La Rosa de punta conformaban el tridente ofensivo. Cueto, Cubillas y Velásquez eran los dueños de la mitad del campo.

Debutó en la victoria por 3 a 1 contra Escocia. Perú superó la primera fase sin problemas, pero luego vendría la sorprendente y polémica caída por 6-0 frente al anfitrión Argentina. La Rosa, por decisión del técnico, no jugó ese partido.

En ese mundial, Perú hizo siete goles: Teófilo Cubillas marcó cinco y César Cueto y José Velásquez uno cada uno. La Rosa no pudo anotar. Estaba tan cerca de cumplir su sueño de niño que sentía impotencia, pero no perdía la fe.

FOTO: Apolinario Robles

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El inicio de su carrera futbolística no fue auspicioso. En 1971 debutó con 17 años en el ahora desaparecido Porvenir Miraflores, con el que descendió a segunda división. Sin embargo, no se dio por vencido. Al año siguiente jugó toda la temporada para el mismo club y se convirtió en el goleador indiscutible. Gracias a su buena campaña, sin importar que jugara en segunda, fue convocado a la selección nacional para los Juegos Bolivarianos de Panamá en 1973, donde no defraudó. En solo tres partidos hizo 11 goles.

A su regreso fue contratado por el Defensor Lima. Y tras no gozar de la titularidad absoluta, decidió fichar por el Sport Boys. En 1978 llegó a Alianza Lima, equipo del que es hincha hasta hoy, y salió campeón. Incluso fue el  goleador de los blanquiazules en la Copa Libertadores de ese año con ocho tantos.

En 1981 tuvo un breve paso por el Atlético Nacional de Colombia. Fue en la tierra de Gabriel García Márquez donde se ganó el apodo de ‘El Tanque’ por su contextura física y su potencia aérea. La Rosa, que llegó a Medellín en la época donde el cartel de Pablo Escobar libraba una batalla civil con el Estado, solo salía de su casa para entrenar, y visitar a César Cueto, con quien jugó en el club colombiano. “Me dijeron que trate de estar el menor tiempo posible fuera de casa. La situación era peligrosa”, recuerda. Un año más tarde volvió a Alianza Lima y fue convocado para España 82. No tenía el talento de Cueto o de Cubillas, pero su olfato goleador era envidiable. Su única gran deuda era con la selección en un mundial.

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Antes de viajar a España, Perú realizó una gira de amistosos por Estados Unidos, África y Europa. Del medio campo para arriba, la alineación era igual a la de Argentina 78. El único cambio era German Leguía por Muñante. Esta vez La Rosa era el nueve titular inamovible. El equipo ilusionaba. En su gira le había ganado a la Francia de Platini en su propio estadio: el Parque de los Príncipes.

Perú fue incluido en el grupo 1 con Italia, Camerún y Polonia. La prensa deportiva vaticinaba que la selección pasaría a semifinales sin mayor complicación. Italia era la favorita para pasar primera. Perú, el candidato para el segundo lugar. Polonia tenía probabilidades remotas y Camerún era considerada la más débil del grupo. Antes de jugar, La Rosa oró durante horas y le imploró a Dios para que en este mundial pudiera anotar.

En el debut, Perú empató a cero con Camerún. Luego, 1 a 1 con Italia. Con dos puntos en la tabla del grupo debía vencer a Polonia para clasificar. Perú era favorito, pero terminó  decepcionando. El primer tiempo acabó sin goles. La debacle empezó en los minutos iniciales de la segunda mitad. En treinta y un minutos Polonia nos hizo cinco goles. Cuando parecía que Perú se iba a despedir con ese marcador, al minuto 83 apareció La Rosa con un fuerte remate de pierna derecha para anotar el gol de honor. Polonia se impuso 5-1.

La Rosa consiguió el gol con el que tanto había soñado y el que tanto le había pedido a Dios. Pero no lo celebró ni lo gritó. No era el mejor momento. Guardó la euforia que sentía y sufrió por dentro, en silencio. Solo atinó a persignarse, como lo hacía cada vez que marcaba. No era una moda, era la forma de expresar su fe y de agradecerle a Dios.    En aquel entonces, ese gol fue todo para él. Fue la mejor representación de la felicidad. Hoy ya no le importa tanto. La Rosa espera que los peruanos olviden ese momento. “Quisiera que mi país clasifique a un mundial y ya no se hable del gol de La Rosa”, dice.

Sin embargo, los hinchas no pueden olvidar ese gol. Cada cierto tiempo aparecen notas, informes, reportajes y crónicas que vuelven a evocarlo. Lo que antes fue su mayor sueño se ha convertido en un recuerdo poco agradable. Hoy sabe que su gol representa el recuerdo de un objetivo esquivo para la selección hace ya más de 36 años.

Cuando regresó a Lima se sintió angustiado. No salió de su casa durante una semana. La Rosa, quien cuatro años atrás había mostrado con orgullo el fotocheck de haber jugado un mundial a sus amigos en Puente Piedra, sintió vergüenza. Con el tiempo se dio cuenta de que lo bonito del fútbol no se reduce a anotar un gol, sino en lo que significa: un abrazo de tu esposa, charlas interminables con los amigos, el cariño de los hinchas o sentir que el objetivo se ha cumplido.

Por eso ahora se ha entregado completamente a Dios. Busca esa felicidad que sentía al anotar un gol en los Neo catecúmenos, una organización católica donde actualmente brinda charlas a niños y adolescentes que se quieren iniciar en la fe, la misma que lo llevó a conocer Tierra Santa, lugar que le dio más alegría que todos sus goles.

Pero no se ha desligado totalmente del fútbol. En la actualidad entrena a niños en la Academia Trener de Surco. Hoy, a sus 62 años, camina con dificultad. Las constantes operaciones a los meniscos le han pasado factura. Si alguien lo viera en la calle no creería que con esa pierna derecha el ex delantero anotó el último­ gol de Perú en la historia de los mundiales.