Supone ser el espacio que garantiza protección a cualquier persona, pero no es así en el caso de los hombres trans. Es en el hogar donde a menudo ellos ven su identidad de género invalidada por integrantes de sus propias familias. Quizás lo más duro es que luchan por construir su masculinidad rodeados de seres queridos que no se lo permiten. ¿Cuál es el impacto de la transfobia que se despliega en casa en la salud mental de las personas transmasculinas? ¿Cuáles son las cargas emocionales con las que tienen que lidiar? Las respuestas a estas interrogantes en el siguiente reportaje.
Por: Nahomi Bruno y Steffano Trinidad
Portada: Izquierda Diario
¿Su identidad? Un fantasma
Demian se mira al espejo, está ensimismado. Con sus manos sujeta unas vendas, sus mejores amigas, las que lo ayudan a esconder lo que no quiere ver. Quiere arrancarse un peso del pecho… sus pechos, aquellos que le hacen sentir una disconformidad con su cuerpo. -Algo no cuadra, piensa-. No quisiera tenerlos, pero por el momento solo puede tratar de hacerlos menos visibles.
“Suelo usar binders para tratar de disimular mis pechos. Antes me vendaba, pero me lastimaba y dañaba mi cuerpo por lo que tuve que dejar de hacerlo”.
Demian Julca acaba de cumplir 18 años, una edad que le da cierta libertad, aunque aún viva en casa de sus padres. No siempre se identificó como él, este viaje sin retorno comenzó hace ocho años, cuando estudiaba en un colegio cristiano evangélico -uno muy hostil, por cierto-.
“Yo tenía 10 años cuando empecé a darme cuenta de mi identidad, pero tenía miedo, sentía que estaba mal o al menos eso fue lo que me hicieron pensar. En el colegio, los pastores decían que las personas transgénero estaban cegadas y envenenadas por el diablo”.
Él era solo un niño. Su mente estaba confundida, no sabía qué hacer. “¿El demonio estaba dentro de mí?” pensaba. Tuvieron que transcurrir siete años para que, gracias a la terapia psicológica, pueda aceptar a Demian, su verdadero yo.
Una persona trans es aquella que no se identifica con sus genitales ni con los roles sociales que estos imponen, menciona Lycx Gronerth, terapeuta emocional y especialista en pacientes de la Comunidad LGBT+ desde el 2018.
Debido a ello, es común encontrar varios casos de personas transgénero que se encuentren en un entorno familiar bastante violento. “No todas, todos y todes tienen el privilegio de tener un lugar seguro”, señala.
Este entorno inseguro provoca diferentes impactos en la salud mental. Según el especialista, se presentan niveles altos de ansiedad, baja autoestima y depresión como consecuencias del rechazo e invalidación familiar.
Jesse Vilela Vilela, activista trans desde el 2008 y miembro de la organización Sociedad Trans FTM Perú, señala que las personas trans masculinas y femeninas viven en una situación de vulnerabilidad, violencia y discriminación debido a la falta de información sobre la comunidad LGBT+ y sus derechos.
“No podemos acceder a un DNI que nos identifique. En consecuencia, esto se vuelve un obstáculo para acceder a derechos básicos como salud, educación, trabajo y vivienda”, sostiene.
Jesse comenta que la mayoría de hombres trans se ven obligados a tolerar agresiones físicas o verbales en sus hogares hasta los 18 años. Al llegar a esa edad recién empiezan a expresar su verdadera identidad. Pero a la edad que sea, romper las cadenas del miedo nunca es sencillo, sobre todo con quienes más queremos.
Una casa no siempre es un hogar
Demian decidió revelar que es un hombre trans al cumplir los 17 años, pero en casa esa revelación no fue tomada de la mejor manera. La indiferencia de sus padres lo afectaba y los insultos transfóbicos contra él aumentaban.
“Mi madre me dice que me dedique a estudiar; mi padre finge que nunca le dije nada, pues me sigue tratando con pronombres femeninos y mi hermana hace lo mismo cuando está enojada e incluso me tilda de: ¡‘Mujercita insolente!’”.
Él intenta construir; su familia, destruir. “Mírate, menstrúas, eres mujer”. Demian no olvida aquellas palabras que le dijo su madre. Él ha intentado, sin éxito, formar una masculinidad que le haga sentir cómodo dentro de un ambiente que lo maltrata por lo mismo.
“Tengo tres nombres. El primero, Demian, en honor a un personaje de manga. El segundo, Hikaru, que significa resplandor en japonés es porque mi madre se llama Luz y es una forma de honrarla con mi nombre. Finalmente, Azul, pues mi madre hubiese querido ponerle así a un hijo que nunca tuvo”.
Lo que le queda. Desde inicios del 2022, Demian Julca “vive” con su padre, pues su madre, actualmente, radica en provincia y su hermana regresó a Austria. Su progenitor trabaja todo el día y llega tarde a casa. “Mi relación con mi papá es prácticamente inexistente, no hablamos. Solo sabemos que existimos en un mismo espacio”. Esta ausencia le ha permitido a Demian Julca renacer de las cenizas. Por el momento, en la soledad de su hogar, cuando nadie lo ve, es que se siente solo. Él puede construir su masculinidad a su manera y no necesita de nadie que lo valide.
Él intenta construir; su familia, destruir. “Mírate, menstrúas, eres mujer”. Demian no olvida aquellas palabras que le dijo su madre.
¿Adán?, ¿Eva?, Brent
Él busca pasar desapercibido en aquella famosa ciudad repleta de turistas y calles formadas por piedras angulares y lo logra. ¿Cómo?, tiene el camuflaje perfecto: la feminidad. Brent Venero tiene 23 años y estudia Economía en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). La primera ola de la COVID-19 hizo que regrese a su natal Cusco a vivir con sus padres, con quienes su relación no es la mejor.
El virus que acechaba y la cuarentena impuesta por el gobierno hizo que Brent se refugiara en la soledad de su habitación, eran él y su mente. Pensamientos fugaces que van y vienen, y muchos momentos de introspección lograron que Venero sea autoconsciente de su verdadera identidad. ¿Soy hombre? Pensaba; quizá lo soy, se respondía. Tenía miedo, no sabía que era.
Su mente estaba más llena de preguntas y dudas que de respuestas. Brent las buscó y las encontró, estaban en su pasado. “Estar acompañado de mí mismo hizo que al recordar mi niñez me diera cuenta que siempre me identifiqué con lo que conocemos como masculino”.
¿Soy hombre? Pensaba; quizá lo soy, se respondía. Tenía miedo, no sabía que era.
Fue en el 2021 que se animó a decirle a sus padres sobre su verdadera identidad de género. Para su sorpresa, su madre lo tomó relativamente bien. Ella solo atinó a decirle: “Está bien, es tu decisión, pero tus operaciones te las pagas tú”; su padre, con quien Brent tenía una relación más cercana, reaccionó de manera agresiva y el “argumento” religioso no se hizo esperar.
“¿Cómo que eres él y no ella? Déjate de estupideces”. Con la Biblia en la mano, el padre de Brent lanzó la primera piedra. “Dios creó solo a Adán y Eva”, añadió su progenitor.
Los almuerzos familiares ya no son iguales desde entonces, es incómodo. Venero sabe que Cusco no es un lugar seguro -incluso menos que Lima-. “Yo sé que no puedo salir del closet trans porque incluso las personas con las que me frecuento hacen comentarios desatinados hacia las personas transgénero”.
Paola Patiño, licenciada en Antropología por la PUCP y especialista en estudios de género en el Perú, resalta que existe poca información académica e institucional sobre la población trans en el país y en la región latinoamericana. Para gran parte de la población, el concepto mismo de identidad de género sigue siendo confuso. Justamente, el estudio realizado por el observatorio Unicxs llamado “Existimos: Vivencias, experiencias y necesidades sociales de los hombres trans de Lima”, realizado en el 2018, menciona que la fusión entre la orientación sexual e identidad de género está asociada a la falta de información sobre lo trans.
Es la ignorancia la que da paso a la violencia. “El Perú es un país conservador y transfóbico que percibe a la persona transgénero como un ser enfermo”, señala Patiño. Así, no sorprende que el hogar suela ser el primer espacio donde hombres y mujeres trans experimentan esas actitudes. Pero, afortunadamente, no es así para todos.
Aceptando con amor
Desde los cuatro años, los vestidos y las faldas no lo identificaban. Cuando salía a comprar ropa con su madre, Alejandro siempre prefería acercarse a la sección hombres. Desde muy pequeño él sentía que no era una persona cisgénero.
En su adolescencia, las dudas y preguntas sobre su identidad aumentaron: “No entendía por qué mis gustos eran diferentes. Pensaba que era lesbiana. La psicóloga del colegio me dijo que solo era una etapa y que debía ignorar mis emociones”.
Y eso fue lo que sucedió. Alejandro dejó a un lado su masculinidad para enfocarse en encajar perfectamente en los prototipos femeninos que su entorno le obligaba a cumplir.
“Desde los 12 hasta los 18 años quise encajar en la sociedad como sea. Intenté parecer lo más cisgénero posible. Tenía el pelo largo, usé ropa que para mí era sumamente incómoda, y cambié mi manera de actuar. Intenté ser complaciente y delicada – como una mujer-”, señala.
Uno de sus miedos más grandes era la falta de amor y respeto que podía dejar de recibir al presentarse como una persona transgénero. “¿Quién me iba a amar? Pensaba que no merecía el amor por ser como soy; por ser marginado; por ser discriminado. No sentía que valía”, recuerda. Además de que se sentía sumamente expuesto a la violencia física, psicológica y verbal.
No obstante, a los 23 años, su vida dio un giro rotundo, ya que se enteró de que uno de sus compañeros del colegio, cambió de identidad de género. “Esto me dejó sorprendido, porque todo era muy nuevo para mí. Empecé a investigar sobre el tema. Cuando entendí lo que significaba ser una persona trans, supe que eso es lo que quería ser”.
Dos meses después, Alejandro se armó de valor y decidió contárselo a una persona por primera vez, su hermana. “Yo te apoyo, pero no comparto”. Esa fue la frase que recibió y recuerda hasta el día de hoy.
“¿Quién me iba a amar? Pensaba que no merecía el amor por ser como soy; por ser marginado; por ser discriminado. No sentía que valía”, recuerda.
Esta reacción incentivó a que Alejandro guardase sus emociones por unos meses más. No obstante, una vez iniciada su transición sintió la necesidad de comunicarle a sus padres: “Aproveché que estaban de viaje para enviarles un correo. Me demoré un mes en redactarlo, porque tenía mucho miedo”.
La respuesta fue bastante alentadora: “Sea como sea, siempre vas a ser nuestro hijo y estaremos aquí para apoyarte”. Estas fueron las palabras que recibió y llenó de amor, y confianza a Alejandro.
Fue una lucha constante consigo mismo para aceptarse como persona transgénero. Ahora que también tiene la aceptación y apoyo de sus padres se siente más motivado en seguir informándose para educar a sus familiares sobre el tema.
En la actualidad, ser una persona transgénero en el Perú genera rechazo en la población. Son vistas como enfermos que deben ser tratados. Es por ello que la comunidad trans es una de las más vulnerables e ignoradas. No existen fuentes ni estudios oficiales emitidos por parte del Estado peruano para visibilizar a esta comunidad. Tampoco hay estudios sociodemográficos sobre la población trans, en especial a la transmasculina. Algunas organizaciones y colectivos han tratado de recopilar esta data sin mucho éxito.
El activista trans Jesse Vilela ofrece recomendaciones a las personas transgénero que son víctimas de maltrato y discriminación en sus hogares: “Busquen a alguien de confianza para que se sientan apoyados y en lo posible traten de buscar otro espacio seguro. Si no pueden salir de casa, traten de resistir, esto no va a ser para siempre. Sí se puede”.
Las historias de nuestros tres personajes, Demian, Brent y Alejandro están unidas por el miedo de vivir y revelar su verdadera identidad. El miedo al rechazo del entorno familiar del que son víctimas las personas trans suele minar sus posibilidades de desarrollarse plenamente en una sociedad que los condena por el simple hecho de vivir como ellos desean. La visibilidad transmasculina ha sido dejada de lado. De por sí, la representación y narrativa de las historias de miembros de la comunidad LGBT+ en las producciones peruanas no es la más adecuada. Aún queda un largo camino que recorrer, desde políticas públicas del Estado y la sociedad civil. Pero como afirma Vilela, sí se puede.