Polos manga cero y tops descubiertos: así luce gran parte de la oferta de ropa de Gamarra a mediados de julio. No es de extrañar. La temperatura promedio global de este año ha superado récords históricos de calentamiento. Sumado al fenómeno de El Niño costero, el invierno limeño ha dado paso a días anormalmente soleados para estas fechas. ¿Qué sucede cuando tu negocio depende del tiempo en pleno caos climático? Atendiendo en sus stands, Jennyfer, Jenny, Maripaz y Katherine nos cuentan cómo se vieron afectadas.
Por Bárbara Contreras y Lya La Torre
11 a.m. en el emporio textil más grande de América Latina. Aún no es mediodía, pero las miles de personas que recorren con prisa sus calles ya se ubican frente a los escaparates. Las tiendas que dan a la calle les ofrecen toda clase de prendas de vestir. Pero la mayoría de compradores ya tiene en mente lo que necesita. Buscan polos manga cero, tops descubiertos, shorts, camisas de algodón delgadas, bividís y hasta minifaldas. Toda aquella ropa que uno suele vestir en los meses de verano. Solo hay un detalle que no cuadra: estamos a fines de julio.
Aunque podría parecerlo, las personas no han perdido la cabeza: responden a un fenómeno climatológico sin precedentes. Mientras que hace un año se registraban temperaturas de hasta 13 grados a mitad de julio, los últimos meses la región de Lima ha oscilado entre los 22 y 26 grados centígrados en promedio. Atrás quedaron los días donde asomarse a la ventana en invierno solía enfrentarte a una espesa neblina, a una ocasional llovizna y a una humedad que entraba por los huesos. Hoy ponerte un polo manga larga podría significar salir demasiado abrigado.
Esta es una tendencia a nivel global. Tan solo el 4 de julio de este año se registró el día más caliente en toda la historia de la Tierra. Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el planeta alcanzó una temperatura promedio de 17,18 grados centígrados. Estos cambios también impactan directamente en el bolsillo de cada peruano. Y los comerciantes son los primeros en sufrirlo.
La dura realidad de un invierno sin frío
Cuadra nueve de la concurrida avenida Agustín Gamarra. Dentro de la galería Estilos, en la tienda Winny Moda, Jennyfer y su vendedora acomodan las prendas que apuestan vender durante el día. Los abrigos acolchados se asoman tímidamente entre los polos de tiritas y los pantalones de tela fresca. Es probable que hoy no se venda ninguno.
Para Jennyfer, dueña de la tienda, el cambio ha sido drástico. El año pasado, entre junio y julio, vendía un promedio de 200 prendas de invierno cada mes. Los sacos de paño (una tela gruesa y resistente) eran los más pedidos. “Podíamos llegar a vender hasta 500 de las prendas más abrigadoras”, recuerda.
Hoy las ventas de este tipo de ropa alcanzan apenas las 30 prendas a fin de mes. “Nos hemos quedado con la producción de esta temporada. Y por eso estamos tratando de rematarlo todo. Aquel pantalón que lo vendíamos a 79 ahora lo dejamos a 2×79. No podemos darnos el lujo de que una clienta entre y no compre”, recalca.
Esta inesperada caída en las ventas ha causado problemas para pagar el alquiler, depositar los sueldos al personal e invertir en nuevas telas. “Al salir afectados nosotros, todos salimos perdiendo, porque ya no podemos ofrecer el mismo monto al área de confección, ni a los de control de calidad. Es toda una cadena que se perjudica”, explica Jennyfer.
Pero no todas las vendedoras poseen esta variedad de ropa. Los maniquíes del negocio de Jenny, ubicado en la galería El Rey, modelan poleras de peluche y chompas de felpa. Para estos meses, a la tienda solo le quedan unas pocas prendas de tela ligera y mangas cortas. Este stock resultaría perfectamente normal para la temporada de invierno de años anteriores. Ahora, en cambio, significa pérdidas significativas.
“Estoy vendiendo el 10% de lo que vendía antes. Unas 10 a 15 poleras al mes. Nunca había vendido tan poco. En las provincias tampoco están pidiendo ropa de invierno. Con este clima, incluso los propios clientes no saben qué comprar”, asegura Jenny, quien se ha visto obligada a solicitar chompas más delgadas y ligeras.
Esta crisis la ha llevado a considerar otras opciones de trabajo. “Los intereses de los bancos y el alquiler no bajan. Los gastos fijos no perdonan. Afortunadamente yo también soy docente, así que puedo recursearme por ese lado”, menciona.
Jenny no es la única que considera el cambio de negocio como la solución frente a la baja demanda de la ropa de invierno. Maripaz se dedica a la venta de casacas y polos en una pequeña tienda compartida con otros dos negocios de pijamas y toallas. Usualmente en invierno vendía más de 30 casacas al día. Ahora con las justas llega a 10.
“Tienes la producción, pero no sale y se estanca. Entonces, tienes que vender poquito a poquito, y ya no vuelves a comprar hasta que se agote toda esa producción. Si no se logra vender, la ponemos casi al precio de costo. La oferta también es una opción, pero ahí perderías. Por eso es que la mayoría se retira y produce desde casa. Solo alquila el stand para la campaña y de ahí se van”, explica.
La comerciante ya tiene años en la industria y en el emporio de Gamarra, por lo que le sorprende y preocupa la magnitud del problema. “Este año ya es más fuerte. Está peor que en la pandemia. El problema es que antes había una estabilidad económica, ahora no”, sostiene Maripaz.
El mes de junio solía ser la época dorada de la campaña de invierno. Las noches frías y húmedas conducían a las familias al mercado para abastecerse de colchas gruesas y pijamas polares. Pero Katherine, trabajadora de la tienda Ensueños, ubicada en los interiores de la galería El Rey, señala que hay muchos problemas en las ventas de pijamas de felpa o peluche que antes eran una venta asegurada.
“Al día se están vendiendo 500 o 600 soles en pijamas. A veces no tenemos suerte y la venta cierra con solo S/190 en un día. Es bajísimo. En años anteriores se sacaba arriba de 2 mil, 3 mil. Había mayoristas que se los llevaban a Colombia, EEUU, y la venta era hasta 7000 soles diarios”, apunta.
Según la dirigente empresarial de Gamarra Susana Saldaña, el emporio comercial alcanzó los 1,700 millones de soles en ventas durante la primera mitad del presente año. Esta cifra no representa ni el 50% de los 4,000 millones de soles proyectados para todo el 2023. “Lo que debemos hacer es vender todo el stock que se tiene para recuperar el capital e invertir en la siguiente campaña”, declaró en Andina Noticias.
Para Víctor Santillán, experto de la División General del Cambio Climático del Ministerio del Ambiente (MINAM), la agonía de los vendedores de ropa no acaba allí. Si bien es probable que el próximo verano muchos negocios vuelvan a vender como antes, las pérdidas ocasionadas por esta temporada de invierno podrían ser fatales.
“Si estoy vendiendo menos, lo lógico es que en algún punto tenga que subir mis precios. Probablemente en la temporada de verano. Esto pone a los vendedores en desventaja con la ropa manufacturada en China, allí se produce hasta 100 veces más abaratando los costos. Competir con las prendas de este gigante asiático se volverá muy difícil”, explica.
Al igual que un dominó que cae y arrastra consigo al resto de piezas, la crisis en este sector afectará a más de un área. Los vendedores son tan solo el último eslabón dentro de la cadena de la industria textil, que incluye a diseñadores, costureros, controladores de calidad, distribuidores y transportistas que llevan las prendas a las galerías. Sin el apoyo del gobierno o políticas de reactivación económica, el bolsillo de cada uno de ellos y de sus familias sufrirá las consecuencias en los siguientes meses.