A mediados de los setenta, la reportería gráfica todavía era un terreno dominado por hombres. Beatriz Suárez fue de las primeras en coger un cámara y salir a la calle. Décadas después, Paola Flores y Karen Zárate le seguirían sus pasos. Ellas demostraron que las mujeres pueden hacer de la fotografía su oficio y del coraje, su arma de guerra. Hoy las redacciones son ocupadas cada vez con más frecuencia por mujeres que, cámara en mano, salen a dar batalla.
Por: Lucero Ascarza
Portada: Félix Toshi Arakaki
Durante todo el mes de octubre de 2015, una sala del Museo de Arte de San Marcos fue invadida por fotografías en blanco y negro del Perú de los años ochenta. El alma de una época se ocultaba en el interior de estos retratos. Uno de ellos exhibía un fatal accidente ocurrido en la avenida Argentina. Llevaba por título: Camioneta rural incendiada y marcó el inicio de la carrera de Beatriz Suárez Moncada en la reportería gráfica, un oficio al que se dedicó más de veinte años.
El día del accidente, Beatriz salió a tomar fotos a La Parada, acompañada de su esposo, el periodista Nilo Espinoza Haro, y sus tres hijos. Su afición por la fotografía, iniciada hacía ya tiempo, con capturas de la vida cotidiana desde la puerta de su casa, no le era del todo satisfactoria. Quería ir más allá, pero una vez en el mercado, el miedo la venció. Pensaba que le robarían la cámara y se quedó paralizada.
Sin ninguna imagen capturada, subió al carro con la familia y emprendió el regreso a casa. Ya estaban cerca cuando una columna de humo le reveló a Beatriz que algo malo sucedía. Dejó atrás el miedo, bajó del auto con su cámara y corrió dos cuadras hasta encontrar la escena. Las fotografías que registró ese día muestran cómo el fuego devoró un vehículo con seis pasajeros, seis personas que ella no ha olvidado. Camioneta rural incendiada apareció al día siguiente en la portada de La Prensa y le pagaron lo suficiente para comprarse un chocolate.
Beatriz fue al diario a pedir trabajo. Una vez allí le recordó al director que ella era la autora de la foto que había salido en portada el día anterior. La recibió el director de La Prensa, quien le dijo que saliera a tomar fotografías de lo que encontrara y que luego se las mostrara. Su trabajo fue apreciado y comenzó, poco a poco, a ganarse un lugar entre los reporteros gráficos.
En la redacción había algunas mujeres, pero ninguna en el área de fotografía. El roce con otros reporteros gráficos despertaba comentarios hostiles. Le decían que vaya a ver a sus hijos o que les prepare el almuerzo. Beatriz los confrontaba suavemente, a su manera: “¿Acaso ustedes no crían hijos? Qué vergüenza. Seguro no saben ni cambiar pañales”. Beatriz se había convertido en la primera reportera gráfica del país, y luego de ella llegarían muchas más.
Era 1974 y la situación de las mujeres en el periodismo no iba a cambiar de la noche a la mañana, pero ellas, con talento y esfuerzo demostraron que no había limitaciones.
A fines de los setenta, las huelgas y las marchas de protesta se sucedían una tras otra. Una de ellas, en apoyo a Nicaragua, terminó con Beatriz Suárez dentro de una tanqueta. La patearon y golpearon, mientras ella protegía la cámara con su cuerpo.
En noviembre de 1976, Fernando Lozano, un estudiante de la PUCP y militante de la organización trotskista Frente de Izquierda Revolucionaria (FIR), fue torturado y asesinado por seis policías en el calabozo de una comisaría. En los siguientes cuatro años Zoila Pereira Guzmán, la abuela del universitario, se propuso una meta: lograr que los homicidas fueran sentenciados en los tribunales. Beatriz decidió seguir el caso hasta el final.
En junio de 1980 los nombres y rostros de los policías imputados: Amado González, Marco Roldán, Leonidas Morales, Raúl Mendoza, César Barrera y Leoncio Cabanillas, aparecieron en un artículo deEl Diario de Marka. Beatriz captó la imagen en el momento en que ocupaban el banquillo de los acusados. Esa foto disgustó tanto a los policías que estuvieron a punto de arrojarla por un balcón del Palacio de Justicia.
Meses después Beatriz se encontró con uno de los asesinos en una locería de Lince. El hombre se le acercó por detrás y le increpó:
-¿Qué haces aquí?
-¡Vengo a comprar cuchillos!- respondió ella con firmeza.
La frase bastó para alejarlo.
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Paola Flores, al igual que Beatriz, tuvo una aproximación empírica a la fotografía. En 2001 trabajaba como diagramadora en Trome y la cercanía que tenía su área con la de fotografía aumentó cuando le pidieron ocuparse del calado de las imágenes, un recurso habitual en la prensa peruana.
Su trabajo como diseñadora la había familiarizado con una serie de criterios gráficos y su oportunidad llegó en el 2003, cuando Raúl García, un reconocido reportero y editor gráfico, le pidió coordinar el área de fotografía en Perú 21. Pasó un tiempo dedicada al cuadro de comisiones y a la edición de cierre, hasta que un día salió a tomar fotos por su cuenta, sin avisar a nadie. Cuando las mostró a su jefe, este aprobó su publicación.
El nuevo rumbo que había tomado la llevó a estudiar comunicaciones y afirmarse como reportera gráfica. A pesar de su juventud -tenía 22 años- su carácter le permitió ganarse la confianza de sus colegas hasta convertirse en editora del área de fotografía. Allí conoció a una joven periodista que con los años sería una de sus mejores amigas.
«Ser mujer no significó un obstáculo que sortear a lo largo de sus carreras. En todo caso, ellas fueron un desafío para quienes, atados a sus prejuicios, creían que el hecho de trabajar en su compañía los limitaba»
Era Karen Zárate, una muchacha que inicialmente había optado por la carrera de publicidad, para luego cambiarse a periodismo atraída por la expectativa de un trabajo aguerrido. Sin embargo, no se sentía completamente segura de su decisión. Solo cuando llevó un curso de fotografía supo que había encontrado su lugar.
No sería fácil entrar a los medios. “Fotografía no es una carrera”, le advirtió su papá y se negó a pagarle la universidad si elegía esa especialidad. Karen no desistió y guiada por su vocación concluyó sus estudios en el Museo de Arte de Lima.
También para las oportunidades laborales iba a tener que esforzarse mucho. Nunca fue una cuestión de suerte para ella y tiene más de una anécdota que contar al respecto. Estaba en una cabina de internet cuando reconoció a César Aquije, fotógrafo de La República, y le contó su deseo de trabajar en el diario. Su alegría no pudo ser mayor cuando, luego de un día de prueba, le dijeron: “Ven el lunes”. Pero ese día llegó para enterarse que otro fotógrafo ya había sido contratado.
Pronto empezó a practicar en el diario La Razón. En su primer día de comisión le ganó la partida al fotógrafo principal: fueron sus imágenes las que ilustraron las notas. No obstante, lo poco que le pagaban solo le permitía cubrir los gastos de los rollos que empleaba en sus jornadas periodísticas.
En el año 2000, el destape de los casos de corrupción de la dictadura fujimorista le sirvió para entrenarse como reportera. Por los juzgados anticorrupción del Palacio de Justicia desfilaban los procesados del régimen que acaba de desmoronarse y Karen debía registrarlos. Era practicante en una redacción precaria y no contaba con una credencial así que cada mañana debía ingeniárselas para ingresar a los juzgados, con la ayuda de otros fotógrafos.
La terquedad, ese rasgo que define su carácter, la llevó hacia su siguiente experiencia laboral: el diario Ojo. Su papá, arrepentido quizás de su negativa inicial, ofreció contactarla con periodistas de ese tabloide, pero Karen quería hacerlo sola. Pasó un año buscando cumplir los requisitos que le exigía el editor gráfico para practicar allí. “Él me decía: párate de cabeza y yo lo hacía. En realidad quería que me desilusione o me canse, pero no me cansé”, recuerda entre risas.
En la película Tinta Roja, Giovanni Ciccia interpreta a un periodista que en su primera comisión se desplaza en una combi acompañado por un pintoresco conductor que intenta revelarle los secretos del oficio y utiliza frases típicas del ambiente periodístico. El clima en que transcurre la escena podría ser catalogado de inverosímil, pero Karen asegura que así fue su primera comisión en Ojo.
Fue un accidente en la Costa Verde. Primera comisión, primer muerto en su registro gráfico. Iba acompañada de otra fotógrafa del diario, y se preparaba a hacer una toma, cuando notó que un zapato le molestaba el encuadre. Sin reflexionar mucho sobre lo que iba a hacer, simplemente lo movió. Entre bromas, sus colegas le dijeron que tendría que responder ante los fiscales por alterar la escena del crimen.
En 2001 ingresó como practicante a Perú 21 y se integró al equipo que participó en el lanzamiento del diario. Karen estaba en medio de un sueño, trabajando al lado de colegas que tenían el objetivo de construir una propuesta informativa diferente. Valora esos años por todo lo que aprendió. Más tarde fue contratada por El Comercio. Hoy es una freelance, pero sigue colaborando con este grupo mediático.
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Desde fines de los ochenta las redacciones han contado con fotógrafas tan avezadas como talentosas de primer nivel: Nancy Chappell, Mayu Mohanna, Yael Rojas, Verónica Salem, Cecilia Larrabure, Vera Lentz y Antonieta Gamarra. Ser mujer no significó un obstáculo que sortear a lo largo de sus carreras. En todo caso, ellas fueron un desafío para quienes, atados a sus prejuicios, creían que el hecho de trabajar en su compañía los limitaba.
Karen y Paola no tuvieron que enfrentarse a un medio laboral cerrado como Beatriz. “Las mujeres se han metido a todo y ahora hacen lo que quieren”, dice Karen con una sonrisa de satisfacción. Después de haber cubierto enfrentamientos a pedradas, derrumbes, marchas de protesta, disturbios callejeros y represiones policiales, siente que fue la adrenalina lo que más la apasionó del oficio.
“Las mujeres teníamos un espacio que ganar, y lo fuimos ganando”, sentencia Beatriz. Ella se retiró en 1990, pero su trabajo se mantiene vigente y demuestra que el periodismo ganó cuando las redacciones abrieron sus puertas a las reporteras de batalla.