Escribir para denunciar el racismo

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En la lucha contra el racismo se alzan con fuerza nuevos espacios de resistencia para nombrar aquello que duele, perturba, molesta y que se denuncia cada vez más. El arma de batalla siempre será la palabra. En los talleres de escritura terapéutica dirigidos por Mercedes Condori, distintas voces encuentran un lugar seguro para sanar y, sobre todo, no callar ante el racismo, cuya violencia las ha silenciado por mucho tiempo.

Por Maira Terán




En los talleres terapéuticos antirracistas dirigidos por Mercedes Condori Aguilar (32), más conocida en redes sociales como “India Escribe”, mujeres y hombres han encontrado un espacio seguro para nombrar aquello que por tanto tiempo les han obligado a no pronunciar. Por medio de la escritura, varones, mujeres, personas trans, adolescentes, jóvenes y adultos mayores, todos racializados, han transformado su dolor individual en resistencia colectiva.

Mercedes ha conducido cinco talleres: cuatro virtuales y uno presencial en la ciudad de Cusco. El primero fue en 2020, en medio de la pandemia. Cuenta que sentía miedo porque no sabía qué iba a pasar. Como psicóloga y persona racializada era consciente de que cada experiencia de racismo es distinta, dolorosa, conflictiva, pero “cuando una siente que no está sola y que más personas viven y han sentido lo mismo, el dolor se transforma”, señala.  

Mercedes Condori, la mujer detrás de la cuenta de Instagram @indiaescribe. Foto: archivo personal.

Para ella, que se identifica como una mujer quechua, este proyecto ha sido un salvavidas. «Sé que no estoy sola y tengo la certeza de que las experiencias que ocupaban mi mente, mi cuerpo y mis escritos también son compartidas por otras personas», afirma. Cada taller ha reforzado en Mercedes la poderosa convicción de que poseemos una gran fortaleza cuando nos encontramos. “Aunque el racismo impone una sensación profunda de exclusión y soledad en aquellos que lo enfrentamos, la oportunidad de conectar con más personas se convierte en una fuerza colectiva”, manifiesta.

Illari Orccottoma Mendoza (40), mujer quechua y productora de cine, comparte con otras personas sus experiencias sobre el racismo. Si bien cada una de ellas lo vivió de forma distinta, todas las historias tienen un mismo hilo que las une: el sentimiento de sentirse excluidas. Recuerda que una tarde de 2021, tras enterarse de estos talleres, no dudó en inscribirse. Le gustó que cada quien pague de acuerdo a sus posibilidades económicas y que el taller sea gratuito para las personas trans y los adolescentes racializados. 

Illari Orccottoma ha producido largometrajes como El Elefante Desaparecido (2014), El Abuelo (2017), Lima Grita (2018), entre otros. Foto: archivo personal.
Fanzine realizado por Illari en el Taller Terapéutico Antirracista.
Foto: archivo personal.

“Me pareció muy interesante que se tomara en cuenta los privilegios de cada persona, al igual que la metodología que se proponía. Era la primera vez que supe de alguna iniciativa que aborde el tema desde una perspectiva mucho más amplia, sensorial, emotiva y donde la escritura sea el elemento fundamental”, declara Illari. Cuando escribe registra todo lo que siente y en lo que está pensando. Puede reflexionar sobre su vida y la de sus padres, uno de ellos quechuahablante oriundo de la comunidad de Sanca, en la provincia cusqueña de Acomayo.

A diferencia de Illari, para Gladis Florez Pacco (35), quechuahablante oriunda de la comunidad de Pumanota, en Cusco, escribir no siempre fue sencillo, más aún en castellano, una lengua impuesta. “Soy una persona a la que le cuesta mucho trasladar sus ideas al papel. Siempre estoy juzgando si está bien escrito o no. Para los quechuahablantes aprender a escribir castellano fue un acto violento”, sostiene.

Comunicadora para el Desarrollo, egresada de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco, y ganadora del I Concurso Nacional de Artículos sobre Mujeres en la Cinematografía Peruana (2023), Gladis añade que el taller con Mercedes fue muy gratificante y un espacio de libertad porque “una podía escribir como quería y expresar todo lo que sentías sin temor a que te juzguen. Allí encontró a personas que se sentían como ella. “Ni el color de piel ni el origen deben ser motivo de exclusión, vergüenza y culpa. Por eso creo que es importante que talleres como los que da Mercedes se repitan y mucho”, dice.

“Las veces en que he pasado situaciones de discriminación o racismo me quedaba muda, como si alguien me hubiese dado un golpe. No sabía cómo reaccionar. Sentía impotencia, quería llorar, pero no lo podía hacer, me aguantaba porque no quería que me miren. Cuando llegaba a casa cerraba las puertas y era un mar de lágrimas. Pensaba que yo estaba mal, sentía que yo era la culpable, pero luego me cuestionaba y llegaba a la conclusión de que yo no estaba haciendo algo malo”, recuerda.

Gladis formó parte del programa radial Kuska Yachasun. También ha elaborado talleres de ciudadanía, liderazgo y derechos humanos. Foto: archivo personal.
Fanzine hecho por Gladis en el Taller Terapéutico Antirracista.
Foto: archivo personal.

El opresor tiene un nombre: racismo −o nombres específicos según quien lo ejerza−. Por eso en cada taller Mercedes hace que cada participante pueda nombrar eso que se dice en voz baja o se evita mencionar porque “si hablas de ellos eres un acomplejado o no estás siendo maduro emocionalmente”, bajo el sentido común del racismo instalado. Cree relevante que talleres como estos puedan ser replicados en otras regiones del país, en la costa o en la selva, con poblaciones vulnerables. Si bien un afroperuano puede ser víctima de racismo, al igual que un peruano indígena, cada situación será distinta si se toma en cuenta factores como el género y la condición socioeconómica, concluye.