En el Perú no abundan las personas que se sumergen en el mundo de los libros. A pesar de ello, existen espacios en donde los lectores pueden hallar ediciones antiguas, usadas y nuevas de casi cualquier tipo, a un precio más económico que en una librería tradicional. El jirón Camaná, en el centro de Lima, es uno de esos rincones que parecen detenidos en otro tiempo. Uno donde los libros son los protagonistas.
Por Sebastián Blanco
Portada: Sebastián Blanco
En este lugar, los libros son como las personas. Existen de todas las formas, tamaños y colores. Algunos tienen los nombres más hermosos y otros los más tristes. Están los que alegran, los que asustan o los que hieren. También los que ponen la vida de cabeza. Uno puede encontrarlos en varios idiomas y todos son tan diferentes entre sí. Sin embargo, la mayoría tiene algo en común: han pasado por muchas manos.
En el jirón Camaná la vida gira en torno a la cultura. Las tiendas están abarrotadas de libros, los lectores llegan a zambullirse en las rumas donde son amontonados y los vendedores han construido negocios dedicados a su venta. Pocos rincones en Lima son como este, que parece perdido en otro tiempo.
La mayoría de sus cuadras están pobladas por casonas del siglo diecinueve que muestran el paso de los años. Sus paredes exteriores tienen grandes porciones de pintura descascarada. Sus balcones parecen estar a punto de caerse. Las imponentes entradas, en muchas áreas, están tiznadas por las huellas del polvo que hace años dejó de limpiarse.
Sin embargo, este no es un lugar abandonado. Hay algunas bodegas en diferentes tramos del camino. El Convento de Santo Domingo, fundado en 1540, está ubicado en uno de sus extremos. Y también se encuentran restaurantes y “huariques” en los que todavía venden cervezas de medio litro a ocho soles.
Incluso el mítico bar Queirolo, fundado en 1920, y antiguo lugar de encuentro de la bohemia limeña, como el movimiento poético de los años setenta Hora Zero, está ubicado en la esquina que une a Camaná con el Jirón Quilca, otro espacio dedicado a la literatura.
Son diez cuadras en línea recta: a un extremo, la renovada Plaza Francia. Al otro, la pulcra Alameda Chabuca Granda. En casi todas se venden libros, pero son las cinco primeras cuadras, empezando el recorrido desde la izquierda, en donde la mayor cantidad de galerías, transeúntes y tiendas se aglomeran.
La calle de los libros
“Camaná es conocido como la calle de los libros. Existen pocos puntos en Lima que puedan considerarse áreas culturales y este es uno de ellos”, señala Irma Palpa, vendedora de ediciones de segunda mano desde hace quince años.
Su tienda, llamada Atenea en honor a la diosa griega de la sabiduría, cuenta con estantes abarrotados de libros por todos lados. Su especialidad es la literatura, pero también vende obras de derecho, filosofía, historia, sociología y otras disciplinas.
Es un pequeño local iluminado por luces desde puntos estratégicos del techo y una amplia entrada principal. El poco espacio que dispone está tomado por rumas de libros colocadas de maneras muy ingeniosas y todos parecen encajar como piezas de un rompecabezas.
Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Milan Kundera, Thomas Mann, Wyslawa Szymborska, y muchos otros nombres. Ciencia ficción, realismo, terror, no hay respiro. Es un océano de libros.
-Este trabajo es fascinante -dice Irma conmovida-. Nunca me canso. Puedo estar quince horas corridas y para mí es como si estuviera solo una.
Desde muy pequeña, vendía golosinas en la calle junto a sus hermanos. Luego, se dedicó al negocio de la ropa en Gamarra, pero no fue hasta su llegada a Camaná en el 2008, cuando descubrió su verdadera vocación.
“Mis hermanos también se dedican a la venta de libros, así que poco a poco fui agarrándole el gusto. A nosotros siempre nos encantó leer”, explica Irma. Ella se sintió atraída por esta labor porque los libros fueron su salvavidas en medio de las largas jornadas de trabajo vendiendo golosinas en la avenida Nicolás de Piérola.
Allí, conoció a varios libreros que trabajaban en la calle y su gusto por la lectura fue gestándose mientras sus hermanos se introducían en el negocio. «Me sentí en mi mundo. Me enamoré de los libros y hasta el día de hoy sigo sin parar».
“Vengo aquí porque los libros de segunda mano cuentan una historia propia. Las huellas de quienes fueron sus dueños. Hay algo mágico en eso», comenta Alfonso, estudiante universitario.
A Atenea llega todo tipo de público: jóvenes universitarios, catedráticos, escritores. Algunos son visitantes eventuales, otros, clientes de años que van a la tienda religiosamente. Hay curiosos, primerizos y expertos, pero Irma trata a todos con el mismo respeto.
-Este es un lugar especial. Aquí se refugian los sueños -dice Mario, un hombre de cuarenta años que visita la tienda casi todas las semanas.
-Vengo aquí porque los libros de segunda mano cuentan una historia propia. Las huellas de quienes fueron sus dueños. Las hojas gastadas. El olor a pasado. Hay algo mágico en eso -comenta Alfonso, estudiante universitario que al visitar Camaná siempre hace su primera parada en Atenea. La sabiduría que habita en este lugar funciona como un imán.
A pesar de que el Perú no se caracteriza por ser un país en el que la lectura es un eje cultural, cada vez hay más lectores que acuden a librerías en busca de nuevas opciones de entretenimiento. Dentro de este grupo, hay uno más pequeño -pero constante- que recorre las calles de Lima en busca de ediciones usadas, antiguas o quizá nuevas, pero a precios mucho más económicos. Todo esto lo encuentran aquí.
“La lectura es parte activa de nuestro desarrollo cultural. Cada libro es una oportunidad de crecimiento para las personas, pues nutren la mente y hacen que la soledad sea mucho más llevadera”, sostiene Enrique Castro, también vendedor en una galería de libros viejos y antigüedades, tan solo un par de cuadras después del local de Irma.
Su historia se remonta al 2003. Su padre acababa de fallecer y, en medio de la zozobra, “Kike” no sabía que hacer con las más de 10.000 obras que le dejó su progenitor.
-Decidí que se convirtieran en mi trabajo -explica sonriente.
Desde ese momento, compra y restaura ejemplares, sobre todo de literatura, para luego ponerlos a la venta. Su puesto, al interior de una galería de al menos veinte vendedores, destaca por la variedad de títulos que ofrece y por sus bajos precios.
Los libros están amontonados en una mesa rectangular, en estantes y en cajas colocadas unos metros más allá del mostrador. Tiene ofertas de cinco, diez y veinte soles y los demás precios varían de acuerdo al autor y la edición, pero todo se puede negociar. En la galería suenan Rock y Pop de los años ochenta constantemente.
Durante la pandemia, muchos locales se vieron obligados a cerrar. En el caso de Kike, tuvo que incursionar en nuevas plataformas de venta como las redes sociales. Afortunadamente, la enfermedad parece acercarse a su fin y el tránsito y la afluencia vuelve a la normalidad en la zona.
Cada vez hay más compradores y visitantes. Las cosas poco a poco empiezan a recuperarse. “El público ya viene con regularidad y pasa muchas horas escarbando entre las montañas de libros. Ni yo sé lo que pueden encontrar. Solo los dejo nadar”, señala Kike.
Un lugar lleno de vida
Es sábado, el día en el que más gente acude. Son las tres de la tarde, el sol no es tan fuerte, pero las pocas sombras proyectadas a ambos extremos de la calle obligan a caminar con la mano sobre la frente. Hay bastantes personas en el trayecto y, como una casona está siendo restaurada, muchas no tienen más remedio que caminar por la pista.
Se observan todo tipo de rostros: juveniles, maduros, ancianos. Algunos solo están de paso, pero la mayoría se detiene al menos un instante a revisar los libros, a decidir si vale la pena gastar unas monedas en esos objetos tan disímiles entre sí.
-Cuando leo siento que sueño. Aquí me siento en casa -explica Lucía, abogada y asidua compradora en la zona.
Algo similar ocurre con Germán, vendedor ambulante que, aunque no dispone de mucho dinero, siempre junta unas cuantas monedas para llevar libros a sus hijos. “Es muy importante que ellos aprendan. Leer les dará la oportunidad que yo no tuve de acceder a una vida mejor”, sostiene.
Quienes leen con devoción le dan un valor especial a la actividad de comprar libros. “Sé que quien se lleva un libro lo hace con aprecio. Es satisfactorio ver cómo este mundo no se ha extinguido”, comenta Irma.
Para Kike, hay un buen grupo de lectores en el Perú, en especial en la capital y es emocionante observar cómo, a pesar de la tecnología y los formatos digitales, aún son más las personas que prefieren leer en físico.
-Tocar un libro, abrirlo, incluso olerlo es una experiencia distinta. Eso es lo que ofrecemos aquí -dice sonriente-. La gente aún lee y el público, si bien no a montones, crece progresivamente.
Es sábado y se respira cultura en el ambiente. Alguna vez, Mario Vargas Llosa dijo: “Nada enriquece tanto los sentidos, la sensibilidad, los deseos humanos, como la lectura. Estoy convencido de que una persona que lee, y que lee bien, disfruta muchísimo mejor de la vida, aunque también es una persona que tiene más problemas frente al mundo”.
-En estos libros uno ve los sueños y fantasías de los escritores. Aquí resguardamos esos sueños-dice Irma.
-Si seguimos incentivando la lectura tendremos más soñadores -sentencia Kike. Leer para soñar o, mejor dicho, leer para ser libre.