Las presiones de la cuarentena nos sumen en la incertidumbre: cambian nuestras rutinas, nos distanciamos de quienes más queremos y somos constantes testigos de despedidas y duelos. La salud mental de los peruanos está en vilo. Las circunstancias nos apremian notablemente y afectan de manera especial a quienes ya lidiaban con alguna adicción. Hacia finales de junio, el MINSA reportó que alrededor del 9.4% de los peruanos atravesaban problemas de alcoholismo; no es irreal pensar que la cifra puede aumentar con cada semana nueva de encierro. Resulta urgente observar cómo la pandemia, además de atacar con fuerza nuestros cuerpos, vulnera significativamente nuestra salud mental.
Por: Rodrigo Baquerizo, Jimmy Leonardo y Valeria Delgado
Portada: Killa Cuba
Jean Pierre (22) acaba de despertar. Son las cuatro de la mañana, pudo conciliar algo de sueño durante tres horas. Se dirige a la cocina, vierte agua y cubos de hielo en un vaso para preparar café helado. Es consciente de que la cafeína no lo deja dormir, pero no puede evitar consumirla.
Es algo torpe para manipular la cafetera: la jarra de acrílico que contiene café golpea el mármol con fuerza cada vez que intenta retirarla de su base. El ruido no es problema, no hay nadie a quien despertar. Toma un sorbo de café y se coloca unos audífonos para escuchar ‘The Joe Rogan Experience’, su podcast favorito. Los episodios duran aproximadamente dos horas y media. Su larga extensión resulta una ventaja para Jean Pierre: las dudas que lo mantienen en incertidumbre las disipan las conversaciones de Joe Rogan y sus pintorescos invitados. “Los terraplanistas son los emos que ya crecieron”, cuenta.
El podcast termina. Jean Pierre observa la hora en su celular: son las siete de la mañana. Tiene que llamar a su madre por teléfono antes de que ella salga a trabajar. Por ahora, se encuentra a varios kilómetros lejos de ella; la pandemia los separó.
—No olvides tomar tus pastillas y tus vitaminas, hijo —le dice su madre.
—Sí, ma. No te preocupes. Ve con cuidado al trabajo, tú estás más expuesta que todos—le recomienda Jean Pierre.
—Ya le he dicho a todo el personal del hospital que tiene que estar desinfectándose constantemente.
—Conversamos en la noche, mami.
—Gracias, hijo. Que Dios te bendiga.
Jean Pierre termina la llamada y muerde fuertemente los dientes para contener el llanto. No logra evitar que unas tímidas lágrimas broten de sus ojos. Extraña a su madre, pero no quiere angustiarla. “Ya la he preocupado durante mucho tiempo. Tengo que darle tranquilidad, ella la necesita más que yo”, comenta. “Mariana es de gran ayuda en esta situación de mierda”, completa. Mariana es su enamorada desde hace dos años, y sabe de las enfermedades que adolece Jean Pierre; él se lo dijo desde que la conoció.
Empezó a beber desde los trece años; un amigo de su primo le ofreció ron. “Hasta ahora me sabe horrible, pero me ayudaba a encajar”, confiesa. Dos años después consumió marihuana en una reunión del colegio. “Relajaba mucho, evitaba que piense en los problemas de aquella época: faltaba al colegio y tenía muchos roces con mi padre”, cuenta.
El cannabis no fue la única droga que consumió; la cocaína, el LSD y el éxtasis se volvieron parte de su rutina. “Eso [cocaína] no lo vuelvo a consumir más, casi destruye mi vida y la de mi vieja”, sentencia.
Jean Pierre lleva casi ocho años lidiando con adicciones que han comprometido su juventud y sus relaciones interpersonales. Este 2020, en el confinamiento por el COVID-19, encuentra distintas maneras de sobreponerse en la soledad de su departamento.
Si la pandemia ha tomado de imprevisto a todos, alterando rutinas y desequilibrando el bienestar, las situaciones de riesgo en salud mental se agudizan aún más en personas que, como Jean Pierre, ya lidiaban con males previos a la cuarentena. La ansiedad empeora debido al no saber qué hacer. La depresión surge de los pensamientos pesimistas relacionados a la pandemia, la desesperanza por el presente y el futuro.
Los riesgos en salud mental y las adicciones pueden —y suelen— estar enraizadas entre sí. La doctora Cecilia Chau, psicóloga especializada en conductas de riesgo en adolescentes, estrés y conductas adictivas, explica que “se le llama comorbilidad a tener una problemática adicional a un diagnóstico inicial, que puede ser consumo de alcohol” en relación a cuadros depresivos. Ambas problemáticas influyen una sobre la otra; una adicción puede complicar las relaciones, rutinas y bienestar de las personas, poniendo en riesgo su salud mental, así como, naturalmente, un estado debilitado de salud mental puede llevar a las personas a caer en procesos de adicción.
Según Lorenzo Atarama, psicólogo del Hospital Cayetano Heredia, la cuarentena ha generado el “síndrome de la cabaña” en miles de personas alrededor del mundo. Sienten un gran miedo por salir de casa y tener que enfrentarse a un posible contagio. A ello se le suman los cambios de rutina inesperados y el confinamiento. Por ello, Atarama está seguro de que los casos de patologías o enfermedades mentales aumentarán en el transcurso de meses, si no han aumentado ya. “Si antes había veinte esquizofrénicos, ahora va a haber cuarenta”, afirma.
Un estudio realizado por el Ministerio de Salud y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) indica que, de un total de 57 250 peruanos mayores de edad, 6.8 de cada 10 estarían sufriendo algún tipo de problema relacionado con enfermedades de salud mental. La pandemia también dejaría una marca en las personas que duraría de dos a cuatro años acabada la situación, explica Atarama; esto ocurriría especialmente en aquellos que han tenido a algún conocido fallecido por el COVID-19, puesto que los procesos de duelo se han visto truncados. Antes del virus, se podían realizar velorios para despedirse de la persona, pero estos se restringieron durante la emergencia sanitaria. Debido a esto el duelo se agudiza. No se da “la despedida” o, como lo llama el psicólogo, el “desapego total”.
La situación también es difícil para las personas que ya tenían una dependencia a sustancias adictivas. Según Atarama, “si antes había 10 consumidores de pasta, ahora van a haber 60”. Previo a la pandemia, una persona que consumía cualquier tipo de sustancia (sea marihuana, pasta, cocaína, anfetaminas, terokal, LSD, entre otras) tenía la impresión de poder controlar su consumo, ahora, durante el confinamiento social, surge la ansiedad por el deseo de consumir, más conocido como el “síndrome de abstinencia”.
Días de soledad e incertidumbre
La soledad abruma a Jean Pierre la mayor parte del día. “Siempre tengo que hacer algo para no deprimirme”, dice. Empezó a ver tutoriales de cocina para distraerse, luego decidió replicar las recetas. A veces le salen bien, otras mal. “En tres meses ya agarras algo de práctica. Me siento orgulloso de mi mediocridad como cocinero”, reconoce.
La cocina no es lo único que lo distrae. Volvió a ejercitarse después de mucho tiempo, unos amigos le compartieron unas rutinas. “Agota, sobre todo cuando no haces actividad física hace años”, afirma. Va al supermercado cada quince días para abastecerse de alimentos que cubran su plan alimenticio; durante la cuarentena esas salidas lo ayudaron mucho. “El encierro me desesperaba. A veces, no esperaba los quince días y me iba a comprar cualquier cosa, la brisa en mi rostro me daba mucha paz”, cuenta.
Para Cecilia Chau, la cuarentena obligatoria ha privado al ser humano de un elemento fundamental: la socialización. “Las personas confinadas se ven afectadas porque hay cambios en su interacción habitual: pueden ser nueve personas en un mismo espacio que se agotan de estar tanto tiempo juntas o una sola que necesita compañía”, comenta.
La psicóloga clínica Nancy Valdez, especializada en sustancias psicoactivas, codependencia y afrontamiento del estrés en adolescentes y jóvenes, resalta que la soledad es un factor de riesgo cuando confluyen las adicciones y el encierro. Superar una adicción es difícil, pero lo es aun más cuando es enfrentada sin ayuda. Ante esto, Valdez destaca la importancia de las estrategias con las que uno maneja la situación, desde las actividades más cotidianas de calma y autocuidado, como la cocina, el ejercicio y la meditación, hasta el tratamiento guiado por especialistas.
Ella también explica la diferencia entre uso, abuso y dependencia, diferentes momentos en el consumo de sustancias de riesgo; la última ya abarca complicaciones como el síndrome de abstinencia, que refiere a la dureza de abandonar el consumo.
“Cuando hay dependencia, no hay cariño o rezo que valga”, afirma Valdez. “Si estamos hablando de una adicción, se necesita tratamiento especializado. Si alguien se rompe una pierna, nadie le dirá ‘No vayas al médico’. Tiene que hacerlo. Se tiene la idea de que las drogas son un vicio, y la persona debe poner de su parte para salir de esa situación”, comenta. Ella señala que el número de personas que superan una adicción por su cuenta es bajísimo —no pasan del 2% de los casos—.
“Una persona en tratamiento se encuentra en un nivel psiquiátrico: necesita seguimiento y estar medicado», afirma el psicólogo Lorenzo Atarama. La cuarentena genera que las personas se sientan inestables e inseguras, en pacientes con diagnóstico de depresión o ansiedad estos cuadros se agudizan.
El encierro, la soledad y la falta de sueño hicieron que Jean Pierre recurra a fármacos que le permitan dormir. Tomaba una pastilla de ‘zolpidem’ para poder dormir más tiempo; tuvo que persuadir al personal de la farmacia para que le venda este medicamento sin receta alguna. “Si mi terapeuta se entera de esto, me cuelga”, cuenta con cierto temor.
Dejó de tomar las pastillas que lo ayudan a controlar la ansiedad, sabe que combinarlas con el ‘zolpidem’ podía ser un problema. Cada vez que tenía citas virtuales con su terapeuta le decía que estaba respetando el régimen asignado. Los ataques de pánico se agudizaron –le falta el aire cuando tiene un episodio, tiene que inhalar y exhalar pausadamente para poder disiparlos– y no sabía cómo hacerles frente.
Según Atarama, la cuarentena está funcionando como punto de partida de mucha ansiedad y ataques de pánico. “Hay pacientes que ahora están generando demasiada presión y ansiedad; están generando un cuadro de bipolaridad e inclusive psicosis”, declara.
Jean Pierre dejó de ingerir el ‘zolpidem’, no lo ayudaba en nada, y volvió a consumir marihuana —no lo había hecho por seis meses— para controlar los espasmos de ansiedad. Fumaba cuando tenía estrés o se le venían a la mente pensamientos trágicos sobre la salud de su madre; le “ayudaba” a olvidar por completo todos esos tormentos.
Pasada la cuarentena, limpiaba el departamento y rociaba aromatizante para que su enamorada no se percatara de que había fumado cada vez que lo iba a visitar. “No se va a molestar, pero sí puede llegar a preocuparse”, aclara. Las visitas de Mariana lo han ayudado a sobrellevar la ausencia de su madre, pero evita contarle de sus ataques de pánico. “También tiene sus propios problemas, como todos en esta pandemia. No quiero agregarle uno más, ya hace mucho por mí”, confiesa.
Jean Pierre no comparte las dificultades que atraviesa con su enamorada y amigos, mucho menos con su madre. Está convencido de que no tiene que consumirlos con sus problemas. “Para eso está el terapeuta, por algo se le paga tanto”, cuenta riendo.
Batallas domésticas
Piero Alcocer (22) también había recurrido al alcohol debido a su depresión, la cual maneja desde antes de la cuarentena. “Yo no era de comprar tragos por mi cuenta, a menos que estuviera triste”, dice. Empezó siendo un bebedor regular como todos, pero las reuniones frecuentes con amigos aumentaron el consumo. Su rutina era ensayar música con los miembros de su banda, beber interdiario e ir a reuniones. También trabajaba en Glovo hasta las nueve o diez de la noche.
A veces, cuando regresaba a su casa, había unos cuantos amigos esperándolo. Su casa se había convertido en un point para las reuniones o fiestas; todas, naturalmente, con alcohol incorporado. Ahora, cuando recuerda los momentos en los que tomaba con mucha frecuencia, recuerda cómo afectó su día a día. Se olvidaba cosas, fallaba en los ensayos con su banda, llegaba tarde a todos lados y andaba muy despreocupado por todo porque siempre estaba ebrio.
Al empezar la cuarentena, durante el primer mes, bebía todos los días. Cuando empezaron las noticias sobre los contagios e incluso muertes dejó de importarle todo. Pensaba que “toda Latinoamerica se iba a joder por el Coronavirus” y brindaba por lo que, en su momento, consideraba que serían sus últimos momentos de vida.
Los excesos en la bebida en circunstancias de desconcierto e incertidumbre se entienden, más aún, por la naturaleza del alcohol, explica la psicóloga Chau. “Tiene un efecto dual: te estimula al principio, pero si tomas un montón te seda, te atonta”, dice. Uno puede adoptar una idea similar a “no quiero pensar, mejor me duermo”, donde desligarse y cancelar los problemas del exterior resultan, en primera instancia, como un camino por el que seguir avanzando.
A pesar de que ya hemos superado los cinco meses de emergencia sanitaria, Piero reconoce que aún puede tener una mirada un poco pesimista de la vida. El agotamiento y la angustia no es nada irregular en situaciones como las que vivimos. “Cuando comenzó la cuarentena, teníamos una esperanza de que esto iba a funcionar. La desesperanza ahora está a flor de piel”, comenta Chau.
Cuando las personas nos enfrentamos a situaciones distintivamente adversas —como una pandemia—, evaluamos qué ocurre y qué riesgos y oportunidades se presentan, explica la psicóloga. Es posible entender las situaciones que atravesamos como una amenaza o como una pérdida, por ejemplo; es posible, entonces, entender el presente desde el pesimismo. “Hay patrones cognitivos que hacen que las personas sesguen, y se sesguen hacia lo negativo. Pueden llegar a pensar que esto es un desastre, que es el fin del mundo”, añade. Y no les faltaría razón.
“Las creencias pueden ser factores protectores o también factores de riesgo. ¿Qué es controlable?”, invita a preguntarnos Chau. “No es controlable la pandemia, pero sí es controlable cuánto yo me puedo cuidar. A veces no puedes solucionar el problema mayor; no es que yo pueda desaparecer el COVID, es imposible”, apunta. Es necesario hacer un filtraje: en el panorama total, uno debe analizar las posibilidades y capacidades: este problema tiene solución, este no.
Chau también resalta que las complicaciones al atravesar situaciones riesgosas en salud mental pueden agudizarse al compartir el espacio de confinamiento con más personas; con la familia, parejas o amigos. Hay un impacto notable provocado por estar sujetos al hogar. Las discusiones e irritabilidades pueden volverse más propensas porque la cuarentena exige un nuevo manejo de emociones, así como un repensado manejo del tiempo y las estrategias de convivencia familiar. “Estar 24 horas con las mismas personas, compartiendo el tiempo casi de la misma forma, afecta las relaciones ocurridas entre cada uno”, afirma.
Cuando se atraviesa un proceso de adicción, las relaciones domésticas se transforman notoriaemente. Es posible que el trato y la comunicación entre familiares y pacientes se vean fracturados, o que las estrategias y condiciones en casa para lidiar con las adicciones sean insuficientes y débiles.
Son la clase de dificultades que atraviesa Piero durante el periodo de aislamiento social obligatorio. Desde que empezó, él comparte casa con sus padres, quienes beben de forma muy regular. Por momentos su primo lo llama para tomar juntos, pero Piero ya no quiere. Él dice que ahora solo toma en ocasiones especiales y no piensa que haya algo que celebrar.
El rol de la familia es vital cuando las personas se enfrentan a una adicción. Ya sea que los procesos de rehabilitación ocurran en un centro especializado o en casa, estos no solo afectan al paciente sino que requieren un compromiso notable de la familia, explica la psicóloga Valdez. “Se tiene que trabajar con la familia, con la pareja, con los hijos; se debe observar cómo se dan cambios en las rutinas y dinámicas internas”, anota.
Es importante que las familias sean conscientes de su papel en la rehabilitación de uno de sus miembros. Hoy más que nunca, empujados al encierro, es necesario realizar cambios en la casa y ajustes en la cotidianidad para privilegiar el bienestar de todos. La familia, al fin y al cabo, está involucrada inevitablemente en la situación.
Más allá de casa
Pero, ¿qué otras alternativas tiene una persona con adicción? Ahora no hay muchas. Existen tres hospitales del Estado que ofrecen un periodo de internamiento de 45 días para personas con problemas de adicción de cualquier sustancia o pastilla. Estos son el Hospital Hermilio Valdizán, el Hospital Víctor Larco Herrera y el Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado – Hideyo Noguchi. Sin embargo, con la pandemia, ese servicio se ha suspendido.
Los procesos de abstinencia no solo se ven alterados por las dificultades en atención médica durante la emergencia sanitaria. Interviene también el acceso limitado a las sustancias en tiempos de encierro. La necesidad de consumir es imperante, puede motivar a salir y poner en riesgo la salud propia y de las personas con las que se comparte el hogar. “Cuando uno tiene una dependencia, no hay límites”, afirma Chau. Sin embargo, reconoce, “la gran pregunta que no puedo responderte ahora es cómo habrán hecho las personas para conseguir las sustancias que consumen durante la cuarentena”.
Si bien cada persona tiene procesos personales para lidiar con las adicciones que los apremian, Cecilia Chau considera oportuno recordar que esta superación debería sustentarse en una rehabilitación acompañada. Recalca iniciativas para atender a personas cuya salud mental es vulnerable durante la cuarentena, como las líneas de escucha de CEDRO, Habla Franco de DEVIDA, Alcohólicos Anónimos o el apoyo psicológico gratuito que brinda la Sociedad Peruana de Psicoanálisis. Resulta necesario ampliar las posibilidades de atención accesible y eficiente, más aún en un país donde la salud mental es relegada como tema menor.
El costo de la salud mental
Jean Pierre reconoce que las terapias que recibe dos veces por semana son de gran ayuda. Las charlas de una hora por sesión ayudan a canalizar los problemas que lo atormentan. “Me equivoco con las personas que me quieren, luego me disculpo pero el daño ya está hecho”, reflexiona. Jean Pierre puede contar lo que piensa o hace a su terapeuta, lleva con él cerca de siete años. Sabe que no lo va a juzgar por equivocarse, pero eso no implica que le permita desenfrenarse. “Mi mamá y mi enamorada me juzgan de algún modo cuando vuelvo a recaer, o eso creo yo. Tal vez estoy siendo muy injusto con ellas, quieren lo mejor para mí”, reconoce.
Cada sesión de Jean Pierre cuesta doscientos soles, que implican un gasto mensual de mil seiscientos soles. Él es consciente de que no todos pueden acceder a esos “privilegios”, a atención médica de calidad, y suele sentirse mal al respecto. “Siento que soy egoísta al pensar en lo mal que estoy cuando fuera de mi burbuja hay mucha gente que padece las mismas enfermedades que yo, pero debe priorizar comer o incluso buscar un lugar donde pasar la noche”, cuenta con amargura.
Es posible que en otra parte de la ciudad, región o país haya personas pensando igual que él. Pero la única verdad es que muchos intentan sobrellevar sus trastornos mentales el tiempo que dure la pandemia y en la medida de sus posibilidades
Según el Plan de Salud Mental de este año, se estima que en el Perú existen 295 mil personas con limitaciones permanentes para relacionarse con los demás por dificultades en sus pensamientos, sentimientos, emociones o conductas. El 20% de la población adulta y adulta mayor padece de depresión, trastornos de ansiedad y dependencia del alcohol.
De acuerdo a los Estudios Epidemiológicos de Salud Mental (EESM) realizados por el Instituto Nacional de la Salud Mental Honorio Delgado – Hideyo Noguchi, las brechas de acceso a servicios de salud mental fluctúan entre un 69% en Lima Metropolitana y el Callao, y 93,2% en Lima rural. Además, la población que logra acceder a estos servicios no tiene asegurado el tratamiento, recuperación y continuidad de cuidados a lo largo del curso de vida. Estas brechas superan el promedio estimado para América Latina y el Caribe, y son un indicador de desprotección en salud mental.
«Solo se destina el 0.01% del presupuesto del sector Salud a tratamientos de esta rama (salud mental), lo que es preocupante porque hablamos de enfermedades como muchas otras que requieren de un tratamiento y de muchos especialistas que lo aborden», declaró Guillermo Alva, especialista en gestión de salud, en 2019.
Según un estudio realizado por el Instituto Integración en 2017, 46% de los peruanos no trabajarían cómodos con alguien que ha tenido algún trastorno mental y un 57% estaría en desacuerdo con casarse con alguien en estas condiciones.
Los datos reflejan un panorama desalentador para la salud mental en nuestro país, que estigmatiza a sus pacientes y los olvida. Queda mucho por hacer, ciertamente, pero primero es necesaria una toma de conciencia colectiva. Los procesos de rehabilitación merecen el involucramiento de todos; de los pacientes, naturalmente, pero también de las familias, comunidad y autoridades. Urge que entre peruanos reconozcamos a la salud mental como una prioridad, más aún durante una pandemia, en días de absoluta incertidumbre.