La prolongación de la pandemia del Covid-19 ha supuesto un cambio drástico en los hábitos y rituales con los que afrontábamos la pérdida de un ser querido. El aislamiento social y la imposibilidad del contacto físico limitan el soporte psicológico y emocional que profesionales, familiares y amigos brindaban a los deudos. En este contexto marcado por la distancia, la población infantil y adolescente es la más afectada y, en no pocos casos, hoy el duelo es una experiencia no solo tortuosa sino también solitaria.
Por: Valeria Vicente
Portada: Valeria Vicente
En la memoria de Salma ha quedado grabado el último día que vio a su abuela Elvira. Tenía setenta años y su salud se había deteriorado progresivamente: le costaba dar un paso sin agitarse y la tos y los dolores musculares terminaron por postrarla en la cama. Aquel día, los tíos y primos que vivían en el edificio familiar se reunieron a su alrededor y guardaron silencio mientras la contemplaban con preocupación. La pequeña Salma, con apenas siete años, miraba oculta detrás las piernas de su mamá y sentía una premonición: en realidad era una despedida. Al día siguiente la prueba molecular arrojó positivo para Covid-19. Dos días después, internaron a la abuela en el Hospital Rebagliati.
La familia de Elvira Rodríguez, la abuela de Salma, nunca pudo despedirse de ella. Falleció luego de dos semanas en la Unidad de Cuidados Intensivos. La muerte de doña Elvira fue un hecho traumático para la niña, recuerda Rocío, su madre. “Los primeros meses lloraba todos los días. Aún se siente mal cuando suena en la radio la música que le gustaba a mi mamá y se encierra en su cuarto para no escucharla”, relata.

Una investigación publicada en la revista española Enfermería Clínica revela que las medidas que se tomaron para frenar la propagación de la pandemia han generado un cambio sin precedentes en los procesos de duelo. En tanto, el Centro de Apoyo Psicosocial de la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja (FICR) advierte que niñas, niños y adolescentes son los grupos etarios más vulnerables.
Horacio Vargas, asesor general del Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado, afirma que las probabilidades de desarrollar un duelo complicado aumentan en el caso de los menores. “Son más propensos a desarrollar cuadros clínicos, como trastornos depresivos o estrés postraumático”, apunta el psiquiatra.
Este fue el caso de Salma, quien vivió con su abuela desde que nació y mantenía una relación muy cercana con ella. Cuando doña Elvira murió, Salma dejó de comer y dormir. “Empezó a tener insomnio por las noches. La llevamos a una clínica y le diagnosticaron un cuadro de depresión”, recuerda su madre.
La FICR ha señalado que el cierre de escuelas, el distanciamiento físico y el confinamiento han tenido un impacto directo en el bienestar de los niños y adolescentes. Estos cambios drásticos en las rutinas diarias han hecho más difícil el trance que implica sobrellevar estas pérdidas.
Duelos complicados en pandemia
Las cenizas de Elvira Rodríguez fueron entregadas a sus familiares veinte días después de su muerte. Personal del Ministerio de Salud llegó a su casa y les dejó una pequeña urna que ahora es motivo de remembranza y veneración. Rocío aún lamenta no haber podido velar los restos de su madre. Solo pudo organizar una misa virtual que fue transmitida por Facebook y a la que accedieron sus parientes cercanos.
Como indica el psiquiatra Horacio Vargas, el proceso de duelo suele durar seis meses, aproximadamente, y se va atenuando con el tiempo. Sin embargo, cuando la situación se prolonga y, por el contrario, los síntomas de dolor, depresión o vacío empeoran progresivamente, puede devenir en la aparición de un cuadro clínico.
Ante esta situación, el psiquiatra del Instituto Nacional de Salud Mental propone una serie de recomendaciones. La primera, que los padres de los menores establezcan un diálogo empático y asertivo con ellos desde el primer momento. “Es necesario explicarles que, si bien la muerte de un ser querido es un hecho que genera mucha tristeza y dolor, también es parte de la vida”, señala Horacio Vargas.

Ante la imposibilidad de realizar rituales fúnebres presenciales, el artículo publicado en la revista española Enfermería Clínica destaca cómo las nuevas tecnologías sirven ahora para las despedidas, el recuerdo y la memoria, a través de ceremonias y encuentros virtuales, como ocurrió en el caso de la familia de Salma.
El psiquiatra Vargas también recomienda reforzar la comunicación con adolescentes y jóvenes, así como un ritual cotidiano en el cual el menor pueda expresar sus emociones, entenderlas y paulatinamente procesarlas.
A comparación del inicio de la pandemia, cuando falleció la abuela de Salma, las dificultades en el proceso de duelo se han atenuado. “Ahora sabemos más sobre el Covid-19, ahora sí podemos enterrar a nuestros muertos. Antes teníamos prohibido recoger el cuerpo de los fallecidos”, se lamenta Rocío.
En la casa de Salma sus padres han construido un modesto altar para conmemorar el recuerdo de su abuela. Además de las misas que realizan cada seis meses en su memoria, este espacio también les ha ayudado a afrontar el solitario proceso de duelo en la pandemia.

El altar más grande de todos los que se han construido en su honor está en la misma casa de doña Elvira. El cuarto donde solía dormir ahora está adornado con flores blancas y velas que permanecen prendidas todos los días. Sus hijas también han colocado una gigantografía con una foto suya y sillas alrededor. “Lo primero que hacemos al ingresar a su casa es a saludarla, hacerle una pequeña oración y luego salimos a hablar con los demás”, relata una de las primas de Salma.

La situación de Salma ha mejorado con el tiempo. Su madre nota el progreso en los pequeños detalles del día a día: ahora recuerda a la abuela sin llorar, ya no pierde la atención tan fácilmente en sus clases virtuales y su apetito ha mejorado. No obstante, Rocío no descarta la posibilidad de que Salma reciba tratamiento psicológico: “Creo que no lo ha superado del todo”.