Dos relatos de aborto en un Chile que lo prohíbe 

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Luna y Emilia tienen mucho en común. Son dos mujeres chilenas de 23 años y estudian Antropología en una universidad de Santiago de Chile. También las une la experiencia del aborto. La primera lo hizo a los 15 años, la segunda a los 20. Una abortó sola y la otra estuvo acompañada. Pero sus relatos se asemejan: las madres de ambas no las juzgaron cuando se enteraron de la decisión que habían tomado y tienen la voluntad de visibilizarla a pesar de que aún es criminalizada en su país. 

Nota: sus verdaderos nombres han sido reemplazados por otros para protegerlas.  

Por Mariam Sahraoui
Portada: Alexandra Prado



A Luna la rodea un aura de dulzura y serenidad. Ella empieza a sonreír al contarme que le gusta bailar, bordar y salir con amigos. Pero la experiencia que va a relatar aquí es muy íntima y difícil: la de su aborto cuando tenía 15 años. “No tengo problema en hablarlo porque es algo que me ayuda. Es una forma de reparación de todo ese tiempo en el que lo oculté. Recuerdo que cuando estaba buscando la manera de abortar, leí que muchas mujeres habían tenido un aborto. Eso me hizo sentir que lo que estaba viviendo no era algo tan anormal”, señala. 

Como Anne, la heroína de la película francesa L’évènement, una adaptación de la novela de Annie Ernaux, Luna abortó a escondidas en un país que lo prohíbe. Quedó embarazada a los 15 años, de su primer enamorado. Con él tenía una relación inestable. Recuerda los celos, la violencia psicológica, la dominación, la idea inocente que la joven Luna se hacía del amor. “Yo intentaba siempre que nos cuidemos, pero a veces también había presión de parte de él, no le interesaba y yo terminaba cediendo. Lo hice para complacerlo. Dentro de todo este juego de dominación que había, yo quería que él estuviera feliz, ¿no? Entonces, en una de esas veces en las que cedí y no nos cuidamos, quedé embarazada”, revela. 

Luna empezó a experimentar cambios físicos y emocionales, y al ver que no le llegaba la menstruación, se hizo un test, con la seguridad de que iba a salir positivo. Y lo fue. “Inmediatamente dije ‘no lo quiero tener’. A mí me iba bien en el colegio y tenía muchos proyectos a futuro, entonces en realidad no me veía en esa situación. Veía que mis amigas no tenían ni una relación, tenían preocupaciones mucho más acordes a la edad, ¿sabes? Yo siento que me adelanté y que viví procesos que no eran el momento en el que tenía que vivirlos”, reconoce.

Por eso, Luna decidió no hablar de su embarazo con sus amigas: “No sé si fue la mejor decisión, pero fue la que tomé. Hacerlo todo sola. Bueno, estaba mi novio, pero no pienso que él haya sido en realidad un apoyo. Yo me acuerdo de que en medio de este problema él terminó conmigo. Tampoco le quise contar a mi mamá porque sentía que no iba a poder apoyarme. Mi mamá en ese momento no estaba muy estable. Además, yo estaba segura de la decisión que había tomado y no quería que nadie me hiciera sentir lo contrario”.

Luna empezó a investigar. “Sabía que no era una situación libre de riesgos. Tampoco quería desangrarme. Y por otro lado había todo el tema de la ilegalidad, entonces tenía que buscar la mejor forma de poder hacerlo a escondidas”. Optó por las pastillas. 

Hasta el día de su aborto, Luna tuvo que esconder su embarazo y, sobre todo, su dolor. “Yo me acuerdo de que me sentía muy mal físicamente, pero quería conservar mi vida normal. Entonces era como ser dos personas a la vez. Cuando estaba sola, me decía ‘ya puedo sufrir’”.  Me cuenta que ella intentó no formar ningún lazo afectivo con “este ser que se estaba creando”, dado que sabía lo que iba a pasar. “Pero sí había momentos en los que yo recuerdo que estaba sola en el micro, sintiéndome mal y le empezaba a hablar. Una forma de calmarme a mí también y de sentirme menos sola”. 

Ilustración: Alexandra Prado.

El día de su aborto, Luna estaba en casa de su pareja, un lugar más privado que su propia casa, donde vivían su madre y su abuela. Se tomó las pastillas, y empezó el dolor. “Creo que han sido los dolores más fuertes que he tenido. Recuerdo estar en la cama con retorcijones, esperando que funcionara, porque igual está la posibilidad de que tú lo hagas y no funcione o que quede a medias, entonces eso implica ir al centro de salud y que pregunten qué sucedió”, apunta.

Luna relata que cuando se tomó las últimas tabletas no se había consumado el aborto. Tuvo que regresar a su casa cargada de estrés y dolor. “Caminamos y cuando estábamos por entrar a mi casa sentí que me bajaba algo que me manchó todo el pantalón. Entonces Matías me prestó un polerón y, al entrar a la casa, le digo a él que le hable a mi abuela y a mi mamá, mientras yo pasaba directo al baño para que no se dieran cuenta. Fue el peor escenario posible”. 

“Salía sangre, salía sangre y no dejaba de salir sangre. Y, mientras tanto, escuchaba que mi mamá me tocaba la puerta, porque quería entrar al baño. Sentí un alivio inmediato, no solo mental, sino físico, mi cuerpo ya volvía a estar como en la normalidad”. Luna sonríe al contarme que esa noche era el Festival de Viña del Mar, en Chile, y que tocaba Cultura Profética, un grupo que le gustaba. “Lo vi en la tele, y fue como una celebración de que algo se había acabado”. 

Hace dos años, Luna le contó todo a su mamá, en un momento en que las dos estaban hablando de la vida, y su mamá le dijo que su abuela había tenido dos abortos: “Entonces me hizo sentir que era una experiencia cercana a mí, y si mi abuela había podido tener abortos, ¿por qué yo no? De alguna manera validó lo que a mí me había pasado. Por eso ahí le dije a mi mamá. Y su reacción fue la mejor que pudo haber tenido”, afirma. 

Ilustración: Alexandra Prado.

“Yo siento que en el momento no pude darle un cierre y ahora lo tengo muy presente”. Me dice que hace poco falleció su conejo, que estaba con ella desde hace ocho años. Su abuela, que lo estaba cuidando, es testigo de Jehová, una comunidad que cree que la materia es inerte, y que cuando uno se muere, no importa el cuerpo. Así que echó el conejo a la basura. “Entonces nuevamente pensé en esta relación que tenemos con la basura o con la muerte. Porque yo ahora que pienso en mi conejo, me gustaría pensar que está en la tierra y que su energía vuelve a estar ahí. Pero lo pienso en una montaña de basura entre bolsas plásticas y eso me recordó la imagen de yo botando a este ser por el inodoro. No sé en dónde estará. He conocido otras experiencias de aborto que son mucho más rituales, en que se entierra al feto y que me parece que eso también te entrega un poco más de tranquilidad. Bueno, por como yo lo vi en el momento y como lo sigo viendo ahora, siento que no es que uno esté matando. No sé si es algo que uno se dice para no sentirse mal o si es porque uno lo cree de verdad”, reflexiona.

Terminé la entrevista preguntándole a Luna por qué había decidido hablar del tema: “Yo creo que es una manera de hacerlo visible. Recuerdo esas veces que investigaba en internet para validarme a mí misma y ver testimonios de mujeres que vivieron la experiencia. Porque siempre te dicen que si lo haces no vas a poder vivir con la culpa y te vas a sentir muy mal, y realmente no es así. O sea, yo creo que depende de cada persona, pero si tú estás segura de lo que estás haciendo y crees que es la mejor decisión, en ese caso no sientes culpa porque no podría ser de otra forma. Supongo que siempre estamos esperando de alguna manera que te validen, que te digan que fuiste valiente”.  

***

Emilia tiene 23 años y vive en Santiago de Chile, donde estudia Antropología y aprovecha a plenitud su vida estudiantil. En marzo del año 2020, se enteró de que estaba embarazada. Tenía una relación de tres años y reconoce que no se había cuidado como debía. “No le conté a mi mamá, no le conté a mi papá ni a nadie, solamente a mi pololo. Y en ningún momento yo puse en duda mi decisión de no querer tener un bebé. Creo que sigo con la misma postura de que tengo otras prioridades en mi vida, que son mi salud mental y física. No sé si soy capaz de criar a alguien. Me tomo con mucha responsabilidad el criar a un bebé y me siento en un momento de mi vida o en un proceso en el que me estoy armando todavía como persona”, asevera. 

Emilia confiesa que su novio fue de una gran ayuda durante este proceso: “Nosotros siempre hablamos de nuestras visiones sobre la vida, las cosas que queremos. Entonces él sabía que yo abortaría si nos pasaba. Eso fue bueno porque me sentí acompañada por él. Siempre respetó mi decisión. Pero a él sí le afectó emocionalmente porque decía que le hubiese gustado ser padre, entonces lo que pasó le dio mucha pena”. Ella contactó a la organización feminista Con las amigas y en la casa, que hace acompañamientos a mujeres que han decidido abortar. “Cuando empecé a tener náuseas fue horrible. Comencé a planear el aborto a escondidas de mi mamá, de mi papá, de mi familia. Fueron mis amigas las que me acompañaron”. Así que Emilia envió un correo a dicha organización, que le respondió pidiéndole que se haga un examen de sangre y una ecografía.

Se fue con su novio a hacer esa ecografía, y para ella fue una experiencia muy difícil. “Me trataron como si yo fuera una mamá. Entonces eso fue bastante fuerte para mí. Fue horrible porque me hicieron escuchar los latidos de su corazón. En ningún momento me preguntaron si yo quería escucharlo. Nadie me preguntó si yo estaba segura, cómo me sentía con ese embarazo. Y después yo tuve una reunión con una enfermera que me empezó a explicar cómo era ser madre. Entonces tuve que fingir. Me sentí muy mal”, cuenta.

Las semanas previas a su aborto estuvieron marcadas por la alteración física y el peso de andar a escondidas. “Los dolores eran muy fuertes. Tenía esta sensación de que yo tenía algo en mi guatita que me hacía sentir muchos cambios físicos. Estas cosas que te dicen, de que el día que tú sabes que estás embarazada ya eres mamá y te sientes como mamá. Yo por más que estaba embarazada jamás me sentí así. Fue horrible porque yo no quería ser mamá”, expresa.

Al final, la organización con la que Emilia había contactado no pudo ayudarla porque ya habían empezado las restricciones de salud y de movilidad por el Covid-19. Así que empezó a planear con sus amigas para abortar en casa de una de ellas. “Conseguí las pastillas por un dato que mis amigas me dieron. Fue una chica que también era parte de una organización feminista que se llama Aldea Mujer. Ella me pudo dar las pastillas, nos juntamos en el metro, y me acompañó mi pololo. Y luego de que yo recibí las pastillas y le di el dinero, que no fue para nada barato, me envió un libro de cuidado sobre aborto, me envió información sobre unos baños de vapor que yo podía hacerme antes, y mucho material con el que yo podría informarme y preparar este momento de abortar”. 

Emilia tenía la idea de arrendar un departamento con sus amigas y su novio. Pero en el día que tenían previsto cayó la cuarentena en toda la región. “Y ahí se me cayó el mundo porque tuve que contarle a mi mamá. Yo no quería entonces. Quería solucionarlo sola. Estaba desesperada por abortar. Le dije, ‘mamá, te tengo que contar algo’. Ella me miró y me dijo ‘estás embarazada’, ‘sí, mamá’, y yo pude soltar sensaciones y emociones que tenía reprimidas. Le dije que yo tenía las pastillas. ‘Ya, hagámoslo ahora. Hagámoslo al tiro y yo le puedo contar a tu papá, no te preocupes, tú tranquila’, me dijo ella”, relata. 

Ilustración: Alexandra Prado.

“Estaba en mi pieza y comencé a tomar las pastillas. Sentí un malestar estomacal. Me tuve que parar de mi cama, ir al baño, y sentí que empecé a sangrar, me sentía horriblemente mal. Entonces, me desmayé, pero sabía que mi madre estaba cuidándome ahí y eso me hizo resistir. Tenía demasiado dolor y recuerdo estar de la manito de mi mamá aguantando con los ojos cerrados. Fue muy doloroso física y mentalmente. Siempre pienso en esta frase de Yo aborté con mi mamá, agarrada de la mano de mi mamá, y quisiera que todas pudiéramos estar acompañadas en ese momento. Me sentí segura en el momento en que supe que iba a estar con mi madre al lado. Nunca me voy a olvidar de las pocas imágenes que tengo de ese momento, de estar tomada de su mano. Ahí supe que al menos no iba a morir. Iba a doler mucho, pero sabía que en algún momento se iba a terminar eso, me iba a sentir bien y que al fin terminaría ese proceso de estar embarazada sin quererlo”. 

Emilia lamenta la penalización del aborto en Chile, dado que esa prohibición perjudica la salud física y mental de las mujeres. “Me quedé embarazada y no creo que por eso yo deba ser castigada o enjuiciada. Recuerdo que, cuando ya había terminado todo, escribí un par de hojas con los sentimientos que tenía. Es bastante triste porque nosotros deberíamos poder ir a un centro de salud, decir que no queremos tener la guagua y poder abortar simplemente, con resguardos y cuidados debidos, recibiendo un buen trato, con abrazos y compañía, con información sobre nuestro estado. Es horrible para mí saber que hay personas que la pasaron mucho peor porque sé que mis condiciones económicas y también físicas, en el sentido de poder tener una cama donde abortar, no lo tienen todas”, subraya.

Emilia me despidió confesando que le gusta hablar de este tema para visibilizar a esas miles de mujeres que compartieron su experiencia. “Yo intento que no sea un tema tabú. Intento hablar con libertad. Excepto por algunas personas de mi familia, por ejemplo, más viejas, gente con la que yo no quiero compartir lo que viví. Pero en general intento hablar con libertad, reconocer que yo estuve embarazada, pero no quise y aborté. Merecemos que se hable de eso que vivimos. Es impresionante la cantidad de mujeres que tenemos a nuestro alrededor que han abortado y nosotras no tenemos idea. Y eso no hay que mantenerlo escondido”, enfatiza.