Las retrataban pero no registraban sus nombres. Poco o nada sabemos de sus trayectorias. Siempre aparecían detrás, o al lado de una autoridad importante. Por más méritos que tuviesen, finalmente eran accesorias. Las querían así, subordinadas y domésticas. El coraje y la perseverancia fueron determinantes para que se abrieran paso en un espacio académico inevitablemente marcado por los prejuicios. Esta es la historia de las primeras alumnas de la PUCP.
Por: Leslie Rosas
Portada: Paul Benites
El día que se vistió de blanco y pronunció un afectuoso “sí” acabaron los viajes en tranvía que Blanca Campos hacía desde el Callao hasta el centro de Lima. Allí, en la Plaza Francia, estaba la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Era 1961, ella tenía 20 años y estudiaba el primer año de su especialidad cuando decidió casarse y decirle adiós a las horas de estudio y a sus visitas a las librerías del jirón Camaná. Había decidido formar una familia. Su esposo, estudiante de derecho, ‘naturalmente’ sí continuó con su formación académica.
La universidad es un espacio académico en el que se reproducen las condiciones de desigualdad que viven las mujeres en la sociedad. Los hombres se han situado en el centro de la producción del conocimiento. Son ellos los que ejercen los puestos de poder en estas instituciones. Desde un principio la presencia femenina fue considerada secundaria, accesoria, prescindible.
Luzmila Mendoza y Julia Castañeda fueron las primeras mujeres que ingresaron a la PUCP. Se matricularon en la Facultad de Letras en 1922. Julia asistió a clases, pero no se sabe si terminó sus estudios. En cuanto a Luzmila, debemos decir que más allá de la ficha que registra su ingreso, no hay documentos que demuestren que alguna vez pisó las aulas de la universidad. Los rastros de ambas se perdieron, nadie las buscó, se volvieron invisibles.
Esta invisibilidad persistió durante décadas. Una fotografía tomada en 1939 da cuenta de los velos que ocultaban la presencia femenina. La imagen corresponde al almuerzo anual de los colaboradores y amigos de la Revista de la Universidad Católica: cinco hombres y cinco mujeres aparecen en el encuadre. Ellas con vestidos por debajo de la rodilla y sombreros en la cabeza. El reverso de la foto los presenta: Cristóbal de Losada y Puga, director de la revista; R.P. Jorge Dintilhac, SS.CC, rector de la casa de estudios; monseñor Fernando Cento, nuncio apostólico en el Perú, Mario Alzamora Valdez, abogado; Renée y Augusta Palma, hijas de Ricardo Palma y Ella Dunbar Temple. De la última solo se consigna el nombre. Quien hizo el registro no consideró importante anotar que era docente e historiadora. Setenta y ocho años después Dumbar Temple ha sido identificada como la primera catedrática universitaria del Perú. Las otras dos mujeres retratadas continúan en el anonimato.
“Lo que me parece terrible es que en las fotos las mujeres no tienen nombre. La invisibilidad es muy fuerte”, advierte la doctora Pepi Patrón, vicerrectora de Investigación de la PUCP, al referirse a las fotografías que reposan en el archivo de nuestra casa de estudios.
A diferencia de los hombres, para las mujeres no era un imperativo estudiar en la universidad. Tanto así que el ambiente académico e intelectual era visto como un espacio para que ellas hagan vida social y adquieran algunos conocimientos; pero ese acceso a las aulas tenía fecha de expiración: el día que contraían matrimonio.
Blanca Campos fue el fiel reflejo de esa realidad. Su compromiso matrimonial puso fin a su formación académica. El anhelo de retomar las clases de psicología fue postergado cuando quedó embarazada. Más tarde, la desafortunada pérdida de sus suegros la puso al cuidado de los hermanos menores de su esposo.
“Creo que ese año de psicología me sirvió para tratar con ellos, para sobrellevar esa situación que me tocó vivir: la última hermana de mi esposo era menor que mi primer hijo, me la dejaron con un año y ocho meses”, recuerda Blanca.
Este no era un caso aislado, el patrón se repetía, incluso, entre quienes lograban culminar los estudios superiores. Blanca cuenta que su compañera de carpeta, María Cristina Carrera, sí terminó la universidad, pero cuando empezó a ejercer como psicóloga se casó y tuvo su primer hijo. El pequeño nació con parálisis cerebral. Desde ese momento las energías, atención y cuidados de María Cristina se enfocaron exclusivamente en el niño.
Mucho antes que Blanca, otras mujeres tocaron las puertas de la universidad buscando una educación superior. En 1932 la PUCP fundó el Instituto Femenino de Estudios Superiores. Su objetivo era acoger a las mujeres, ciertamente, pero también diferenciar su formación de la que recibían los hombres. El instituto se encontraba en una casona de la cuadra nueve del jirón Camaná, junto a la Facultad de Educación y la Escuela de Periodismo, y estaba dividida en dos áreas: una en la que se formaban catequistas y otra, de educación superior. En esta última las mujeres eran instruidas en labores de costura, administración del hogar, manualidades y cocina. El curso se llamaba Educación doméstica, recuerda Blanca Campos.
Para las autoridades de la época atender las necesidades del alumnado femenino consistía en instruirlas en habilidades que les permitan desempeñarse correctamente en las tareas del hogar. Ni siquiera pasaban por los estudios generales. Nadie reclamó, a nadie le pareció extraño. El instituto estaba dirigido por Matilde Pérez Palacio y contaba con un considerable número de alumnado.
“Es muy simbólica esa separación espacial, con cursos que son de un nivel muy básico y las mismas mujeres terminan creyendo que es lo que realmente les corresponde”, explica la fotógrafa Mayu Mohanna, curadora de la muestra ‘Expo Mujeres 100 PUCP’, que reúne fotografías de la vida universitaria en nuestra casa de estudios a lo largo de un siglo.
La exposición, organizada por el Grupo de Investigación en Estudios de Género de la PUCP, se exhibe en las paredes de Tinkuy, un espacio público multiusos, y busca visibilizar a estas mujeres que permanecieron en el anonimato. Así, luego de una exhaustiva investigación se pudo identificar a algunas de las alumnas que aparecen en las más de 4500 fotografías conservadas en los archivos fotográficos de la universidad.
La vanidad y elegancia femenina reposan en algunos de estos documentos gráficos que muestran la vida de las alumnas de la PUCP en los años sesenta. Corsos y reinados de belleza eran algunos de los acontecimientos más importantes del año universitario. Con vestidos de gala, sonrisas muy bien dibujadas y posturas impecables, acompañadas de pies de foto que destacaban “lo que no deberían destacar de una mujer”, señala Mayu Mohanna, con indignación y pesar. En una de las fotografías aparece una alumna de derecho de la PUCP, que fue elegida Miss Tumbes, pero que aún no ha podido ser identificada.
No todas las mujeres estudiaban en el Instituto Femenino de Estudios Superiores. Hubo otro grupo que asumió el reto de inscribirse en las especialidades que estaban copadas por varones. Una de ellas fue Caridad Hamann, quien ingresó a la PUCP en 1958 y pese a que no culminó su carrera, recuerda con mucho orgullo y añoranza haber compartido clases con los poetas Javier Heraud y Luis Hernández, y haber sido alumna de Luis Jaime Cisneros, Agustín de la Puente y José Antonio del Busto.
Su paso por la universidad como alumna de literatura llegó a su fin en 1961, tras la muerte de sus padres. “Después me casé, tuve hijos y no volví más”, recuerda. Pero su deseo por aprender nunca murió.
Lo intentó de nuevo en una universidad jesuita en El Salvador. Mientras su esposo trabajaba allí trató de dar los pasos necesarios para culminar su carrera. Luego de más de siete años retomaba sus estudios, estaba feliz. Sin embargo, el cambio de trabajo de su esposo le quitó una vez más la oportunidad de culminar su formación.
Al retornar al Perú, en 1976, intentó volver a las aulas, pero el cambio del plan de estudios se lo impidió. Más tarde descubrió que había otras posibilidades. Los cursos libres y los clubes de lectura han sido una constante en la vida de Hamann.
En 2016 regresó a las aulas de la PUCP para escuchar una de las clases a las que asistía su nieta, volvió a sentarse en una carpeta y sentir el extraño placer de aprender.
Rostros sin nombre
“Cuando me dijeron que ya estaban las fotos para la muestra, las veo y le digo a Mayu: acá no hay nada sobre las mujeres que han estado en el poder o en la dirección universitaria”, refiere Patricia Ruiz Bravo, socióloga y coordinadora del Grupo de Investigación en Estudios de Género.
Ella Dumbar Temple, primera mujer en ocupar una cátedra universitaria en el Perú en 1945, sí aparecía en una de esas fotos, pero nadie supo de su valioso rol en el ámbito académico hasta después de la investigación realizada para esta muestra; en el reverso de las fotografías apenas mencionaron su nombre. Ella Dumbar Temple también fue invisible en aquella época.
“Las mujeres desempeñábamos un rol subsidiario, de apoyo, de secretariado, de consejería, roles secundarios. No estábamos educadas para brillar y mandar”, explica Susana Reisz, profesora principal e investigadora del Grupo de Investigación en Estudios de Género, en un video sobre la ‘Expo Mujeres 100 PUCP’.
Esta situación fue un común denominador durante las cinco primeras décadas de la universidad. Si bien hubo mujeres que luego destacaron en los ámbitos académico y político del país, solo se resaltaba los logros de los estudiantes. Una foto grupal que presenta al rector R.P. Felipe Mac Gregor, S.J. y a diez alumnas de la Escuela de Servicio Social después de recibir sus diplomas lo demuestran. ¿Quiénes eran ellas? ¿Cómo se llamaban? Nadie lo sabe. Entre 1965 y 1968, periodo en el que fue capturada dicha imagen, solo era importante destacar el rol de una autoridad masculina.
La década de los ochenta fue más amable con las mujeres. Las alumnas ya eran reconocidas por sus aportes a la sociedad. ‘Expo Mujeres 100 PUCP’ muestra una fotografía de esa época en la que se incluye el nombre de la profesora de química Olga Lock y los de todas las alumnas que la rodean.
Cien años, once rectores, todos varones. La PUCP celebra su centenario con apenas una mujer en un cargo de dirección: la doctora en filosofía, Pepi Patrón Costa. Desde el 2009, ella ocupa el cargo de vicerrectora de Investigación, la primera mujer en la historia de la universidad.
Un detalle muy particular da cuenta de esta realidad: hasta 2009, en las oficinas del tercer piso del edificio Dintilhac, donde trabajan los vicerrectores, no había un baño para mujeres. “Al cabo de 92 años desde su creación, la universidad no había previsto que una mujer pudiese llegar a ocupar ese cargo”, concluye Pepi Patrón.
Un lugar en el poder
Perú fue el penúltimo país de América Latina en dar a las mujeres el derecho al voto. Fue en 1955, durante el gobierno de Odría, cuando se aprobó la ley N°12391 que permitió que un año después las mujeres participaran en las elecciones presidenciales.
Nueve parlamentarias fueron elegidas. Cinco de ellas eran exalumnas de la PUCP: las diputadas Manuela Candelaria Billinghurst López, bachiller en Letras; Alicia Blanco Montesinos de Salinas, titulada en Derecho; Lola Blanco Montesinos de La Rosa Sánchez, bachiller en Letras y Jurisprudencia; María Eleonora Silva y Silva, graduada en Derecho; y Matilde Pérez Palacio Carranza, cuyo nombre resalta por su importante papel como la directora del Instituto Femenino de Estudios Superiores y fundadora de la primera Escuela de Periodismo del Perú.
Mientras que las mujeres se abrían paso en la política y demostraban su capacidad para liderar proyectos y tomar decisiones, en el mundo académico aún permanecían invisibles. Blanca Campos no tuvo ninguna profesora mujer en los tres años de estudios en la PUCP (1959-1961). La secretaria que pasaba sus días en una pequeña habitación de la Facultad de Psicología, en la Plaza Francia, fue lo más cercano a una autoridad femenina que Blanca pudo identificar.
Una tenaz vocación por el derecho
El coraje de la doctora Delia Revoredo. Quien defendió la constitución y el estado de derecho y se opuso a la segunda reelección del expresidente Alberto Fujimori, tiene antecedentes en su historia personal. «Cuando quise estudiar derecho, mi madre se opuso», conto Delia en una entrevista para la revista derecho y sociedad. Su constancia y deseos de ser una profesional la empujaron a hablar con Monseñor Fidel Tubino, rector de la universidad entre 1953 y 1962, y pedirle que le permita. En caso pase el examen de admisión. Rendir las evaluaciones de los distintos cursos sin asistir a clases. «Usted me está pidiendo lo imposible», fue la respuesta que recibió del rector.
-Entonces, pídame algo imposible y va a ser usted cómo yo lo puedo hacer.
-Quiero que usted este entre las cinco primeras de la clase. A ver si puede, sin asistir a clases, estar entre las cinco primeras.
Delia quedo segunda en el examen de admisión. El único que la supero en puntaje fue Salomon Lerner, quien treinta años después sería rector de la universidad. Su plan de estudios fue puesto en marcha, pero poco después, un evento inesperado le arrebató uno de sus objetivos más grandes: su madre apareció con el chofer en la puerta de la clase de letras justo cuando ella rundía un examen. La saco a la fuerza. Delia tuvo que casarse y tener dos hijos antes de que pidiera la aprobación de su esposo y retornar a la universidad. Por supuesto, siempre como alumna destacada. Asi. En 1974. Se graduó en la PUCP quien sería la valiente magistrada del tribunal constitucional en los años aciagos del régimen fujimorista