César Andrés, un bailarín peruano que brilla entre las estrellas del reguetón

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Valiente, apasionado, resiliente. Así es César Andrés Valdez. Descubrió la danza sin querer a los quince años. Desde entonces su camino ha estado sembrado de aventuras y obstáculos que recuerda con nostalgia y amor. Ahora tiene veintidós y ha bailado para artistas de reguetón como Bad Bunny, Rauw Alejandro, Arcángel, Wisin & Yandel, y Jowell & Randy. En esta entrevista, César comparte los episodios más importantes de su carrera artística, aquellos momentos que le permitieron encontrar su identidad a través de su pasión más grande: el baile.

Por Abigail Fernández



Han pasado catorce horas desde que estuvo en Texas, y ahora respira el aire de Los Ángeles. En un rato volverá a bailar en el escenario con Arcángel, el reguetonero puertorriqueño que ha dejado huella en la música urbana. Su siguiente destino es Oakland. A  pesar de la prisa que conlleva su rutina, y de las dos horas de diferencia que nos separaban, César se acomoda en el sillón, apoya sus codos en sus rodillas y sonríe listo ante la pantalla de Zoom para contar cómo su vida cambió cuando cumplió quince años. 

César creció en Caja de Agua, un barrio popular de San Juan de Lurigancho. Antes de descubrir su pasión por la danza, disfrutaba de la pelota y el arco. En las tardes llegaba a casa con la emoción de pichanguear y jugar a las escondidas con sus amigos de la cuadra. Si bien disfrutó intensamente del fútbol, César admite, y no puede evitar sonreír, que siempre sintió que el arte era lo suyo.

A los 15 años sufrió una lesión en el brazo, motivo por el cual dejó de jugar. Cuando recuerda este momento, es evidente la nostalgia y tristeza que le transmite esta anécdota. Pero al mismo tiempo, y bajo esa melancolía, una chispa de alegría resalta en la mirada de César, como un niño que se sale con la suya de una travesura temeraria. Y es que, en el fondo, él sabe que ese fue el punto de partida de la faceta más emocionante de su vida. 

¿Cómo así llegaste a la danza?

—Iba a reprobar inglés en la escuela. Y en mi colegio siempre se hacía un festival de canto y baile, pero en inglés. Mi maestra me dijo: “Si no participas, vas a reprobar el curso”. Tuve que hacerlo por obligación, porque si no iba me iban a desaprobar… ¡Y pues yo no quería repetir de año! Al colegio fue un maestro de baile que nos enseñó todo para el festival y nos hicimos muy amigos. Él me comenzó a enseñar los pasos y a mí me empezó a gustar. Más adelante me invitó a su academia de danza, Black Star, y me brindó una beca. Yo no sabía que era bueno para eso. 

César recuerda que para esta presentación tuvo que bailar y cantar al ritmo de The way you make me feel, de Michael Jackson. Se aprendió cada uno de los pasos durante dos meses con la ayuda de su profesor, Luis Antonio Chiroque, a quien recuerda como “la razón por la que empecé a bailar”. Pese a que nos separan 6720 kilómetros de distancia, César transmite perfectamente lo atemorizado que se sintió ese día, antes de presentarse frente a distintas promociones, profesores y padres de familia.

Aquel quinceañero nunca imaginó que cinco años después sentiría los mismos nervios antes de subirse a una tarima, con más de diez mil personas viéndolo bailar. Foto: @cesar.andresv
César ensayando para uno de los tantos conciertos multitudinarios en los que bailaría. Foto: @cesar.andresv

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En la familia de César solo hay abogados, jueces y fiscales. Los recuerda estrictos, sin ánimos de bailar. Él, en algún momento de su vida, decidió que quería estudiar Ingeniería Industrial. “Yo era el de la contraria, era la oveja negra”, recuerda entre risas. Un día en el que César llegaba a Black Star para entrenar, se quedó maravillado ante los movimientos de un profesor de la academia. Y lo primero que pensó fue que él quería bailar igual. Averiguó todo sobre él: dónde entrenaba, dónde dictaba clases y cuáles eran de nivel avanzado. Dejó Black Star dispuesto a encontrar otros espacios donde pudiera aprender más.

¿A qué academia fuiste después?

—A TFS, que ya no está activa. Estuve como dos o tres años. Ahí aprendí de todo, aprendí mucho… Obviamente por mi situación económica no podía pagar la academia. Había una audición gratuita que hacían para ser parte de su crew oficial. Fui, me aceptaron y me dieron un descuento. Con ese descuento fui a casa, se lo mostré a mamá y le dije que por favor lo paguemos. Me dijo que era muy caro. Esperé a una segunda audición y volví a ir. Solo que antes le pregunté si podíamos pagar las clases si es que lograba entrar. Mamá me dijo que ya. Y entré.

TFS en ese entonces se encontraba en San Miguel, ¿verdad? ¿Tú aún vivías en San Juan de Lurigancho?

—Sí. Vivía a una hora de la academia. Yo no trabajaba, seguía en el cole. Mi mamá también tenía que cubrir los gastos de mis hermanos, y yo no la quería presionar. Lo económico era muy complicado. Como te digo, yo vivía a una hora. Y debía gastar entre cinco y diez soles diarios, que para mí era demasiado en un solo día. Tuve que buscar la manera de ayudar a mi mamá. Vendía queques de chocolate en la academia para poder pagar mis pasajes.

César, ¿tu familia siempre estuvo de acuerdo con que bailes? 

—No realmente. Lo veían como un hobbie. Mi mamá quería que estudie, que no descuide mis estudios. Y yo no era malo en el colegio, solo en inglés. Mi familia quería que estudiara Contabilidad, que vaya a la universidad… Yo ya llevaba tiempo en el baile y le veía un futuro. Lo podía sentir. Ellos decían que el baile no me daría nada, que podría enseñar, pero “¿y luego qué?”. Me pusieron a estudiar Ingeniería Industrial en la Católica. Mi mamá no quería que le diera mucha importancia a la danza, pero mi corazón me decía otra cosa. Y dejé ingeniería, dejé la universidad… porque mi mamá ya no quería que bailara.

Luego de abandonar sus estudios, César tuvo una discusión familiar, motivo por el cual decidió irse de casa y emprender su propio camino profesional. En las mañanas trabajaba y en las tardes volvía a entrenar. Tenía 16 años, casi 17.

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La danza es un viaje sin retorno

Un año después, surgió la oportunidad de bailar fuera del país en un concurso de nivel internacional, el Hip Hop International, en Los Ángeles. Viajó junto a su grupo de TFS, y alcanzaron el puesto 13. Era la primera vez que Perú llegaba a estar entre los 15 primeros. Al concurso se presentaron 80 agrupaciones.

César cree que ese viaje fue un momento determinante en su vida. Estuvo cuatro meses afuera. En ese lapso decidió seguir asistiendo a clases. Cuando regresó a Perú, muchos se interesaron en su danza. También se reconcilió con sus familiares. Y cuando estaba en el mejor momento de su vida y su formación artística, la pandemia llegó. Las escuelas cerraron. Dejó de bailar. En medio de toda la incertidumbre por el Covid-19, César tenía claro una sola cosa: retirarse o rendirse no era, ni siquiera, su última opción.

Cuando llegó el coronavirus, ¿qué tanto afectó tus entrenamientos? 

—Estuve como cinco meses sin bailar. Me sentía muy mal. Me deprimía no volver a tener el contacto con mis alumnos, con las personas que veía siempre. Yo recién empezaba a ser conocido por mis clases. Sentí que me lo quitaron todo. Y pensaba: “¿De dónde saco más ingresos?”. Dar clases era lo único que tenía. Hasta que vi que aparecieron las clases virtuales… Y sí, daba dinero. Pero no era lo mismo que tener gente presente contigo y conectar o compartir con ellos. Siento que la pandemia me enseñó más a valorar el momento. Ahí fue cuando decidí entrenar y bailar para mí mismo. Me puse las pilas para que la gente me conozca más por mis videos. 

César empezó a ahorrar con el fin de volver a viajar y aprender más. A los 20 años tenía un plan. Iría con unos amigos a Puerto Rico. Luego a Miami, de Miami a Nueva York, y de Nueva York a Los Ángeles. Y luego de todo ese viaje, regresaría al país. Sin embargo, no ha vuelto a pisar tierras peruanas.

César Andrés bailando en el estudio de danza Playground LA (Los Ángeles, California, EEUU) al ritmo del tema de rap Hot Shower. Fuente: @cesar.andresv

Viajaste a Puerto Rico sin intenciones de quedarte. ¿Cómo así decidiste vivir allá?

—Fue muy raro. Yo solo acompañaba a mis amigos. Tomé un par de clases estando allá. Y Karina Ortiz, la coreógrafa de Bad Bunny, me habló y me dijo que la siguiente clase la daría yo. Estaba temblando. No lo podía creer. ¡Cómo iba a dar una clase! Yo no conocía a nadie. La di, me encantó y a la gente le gustó. Me ofreció su hospedaje para que me quede más tiempo, y desde entonces ha sido una madrina para mí.

—¿Qué se te presentó después?

—Karina me ayudó a dar más clases. Salieron algunos trabajos, y bailé para Los Cangrejeros de Santurce, un equipo de básquet. Luego empecé a bailar para artistas. El primero fue un grupo cristiano. De la noche a la mañana me llamó un amigo, me dijo que no había mucho presupuesto. Y es que en verdad era un evento gratuito. Le dije “está bien, voy”. Y me encantó. Pensé que, sea lo que sea que venga, lo debo hacer bien.

César señala que, al ser un grupo cristiano, el público podría ser algo conservador. Y esta era una de las razones por las cuales su estilo al bailar debía limitarse un poco: no tocarse, no exagerar. Cuando recuerda este momento no lo hace con molestia; al contrario, sonríe y comenta que siempre está dispuesto a adaptarse a cualquier escenario y tarima. Así es César, se moldea a los cambios con ritmo y fluidez. Y se lo debe a la danza, la razón por la que fluye tan bien.

¿Qué concierto fue tu favorito y qué lo diferencia de los otros?

—El de Jowell & Randy. Luego de esa vez bailé para Bad Bunny, gracias a Karina. De ahí para Rauw Alejandro. Y a los 21 tuve la oportunidad de bailar para Jowell & Randy. No era mi primera vez, evidentemente. Pero ese fue el inicio de muchas cosas. Lo sentí así. La temática del show, la cantidad de canciones, el tiempo de preparación, las coreografías que debíamos ejecutar, el escenario en 360 grados… Todo fue un reto. Y yo era muy fan de ellos. 

César Andrés bailando cerca de Randy. Foto: @cesar.andresv
Uno de los integrantes del dúo Jowell & Randy y César se abrazan durante el concierto. Foto: @cesar.andresv
Video: @cesar.andresv

—¿Recuerdas qué sentiste al estar en un escenario tan grande, con tanta gente mirándote? 

—Yo lloré. Mientras bailaba lloraba, y pensaba que había sido un proceso difícil por el que pasé. Desde el momento que iba a clase y no tenía el presupuesto, y ahora estar ahí en el escenario y bailar para artistas que me encantan… Es un sentimiento tremendo y sé que no todos lo logran, no todos tienen esa bendición. Me sentí muy feliz. Era hermoso, no sé cómo explicarlo.

César comparte la tarima con más bailarines y aun así es sencillo distinguirlo entre tantos. Hay momentos en donde baila con mucho poder, como si supiera que golpear el suelo con las zapatillas es la única manera de demostrar que lo está haciendo bien. Pero también es delicado. También dibuja rastros suaves con los brazos y los pies. Siempre está en ese pequeño vaivén, y su rostro repite la misma jugada. Tiene la mirada desafiante a veces, al ritmo de sus pisadas fuertes. Pero noto que achina un poco los ojos cuando se viene la parte más frágil de la canción. Existe una comunión increíble entre el sonido, el movimiento y él. 

César intenta describir esta emoción lo mejor que puede, y yo trato de leer a través de sus ojos aquella pasión de la que tanto habla. Y no puedo. Es como si la ola emocional de la danza lo sacudiera solo a él.

César, ¿qué sientes al bailar?

—Me siento libre. Siento mucha felicidad, tranquilidad, pasión, amor… Antes de subir a la tarima, yo siempre digo: “Estás haciendo lo que amas, estás viajando por el mundo”. Y pienso en qué estoy pagando, en que eso no se ve todos los días. Me siento muy agradecido en ese momento. Yo era muy tímido e inseguro. Pero siento que, después de bailar, todo cambió. Cambió mi forma de ver el mundo.

Momento en el que César es el centro de atención del elenco de baile que acompañó a Arcángel en el Barclays Center de Nueva York. Foto: @cesar.andresv
En otro concierto de Arcángel, esta vez en Málaga (España), César hace los movimientos de La Jumpa, canción en coautoría con Bad Bunny. Video: @cesar.andresv
César en el concierto de Sech que se llevó a cabo en el coliseo José Miguel Agrelot de Puerto Rico. Video: @cesar.andresv
«Es hora de perrear por los sueños», expresó César antes de su performance en el concierto de Jowell & Randy, su dúo favorito. Video: @cesar.andresv
César y los demás bailarines ejecutan la coreografía que se preparó para el concierto de Bad Bunny en su natal Puerto Rico. Video: @cesar.andresv

César se siente orgulloso de su proceso. Sus expresiones lo dicen todo. Desde la manera en la que junta sus manos para explicar lo difícil que fue solventar los problemas financieros durante su formación artística hasta cuando mira al techo recordando su primera experiencia en el escenario. Admite haberse sentido como un niño al llegar a Puerto Rico, y decidió cambiar de mentalidad y trabajar meses en él para alcanzar lo que hasta ahora ha logrado. “Muchas cosas cambiaron en mi vida para bien. Bailar me ayudó a ser otra persona, a darme cuenta de que sí podía controlar situaciones que pensé que escapaban de mis manos. Yo nunca antes me imaginé bailar para un artista”, confiesa.

Él tiene la seguridad de que haber dado todo por sí mismo y por sus sueños fue el combustible hacia destinos inimaginables. Para César, cada presentación es un abrazo efímero entre el cuerpo y la música. Hoy tiene la seguridad de que ese encuentro íntimo volverá a repetirse una y otra vez en su carrera.